La clave

Bergoglio, guante de seda

ALBERT SÁEZ

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El viejo aforismo romano dice que en un cónclave «quien entra Papa, sale cardenal». Será por la tradición, será por el misterio católico o por el secretismo vaticano, lo cierto es que nadie de los que hemos escrito pronósticos sobre el Papa hemos atinado mucho sobre las posibilidades de ser elegido de Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. Vayan por delante las disculpas y sirva el reconocimiento para poner sordina y prudencia a los primeros análisis de su nombramiento. La reacción de la opinión pública mundial ha sido ciertamente muy posmoderna. Todos han visto en el Papa algo que les gustaba. Salvado el error inicial de considerarlo un cómplice de la dictadura, Bergoglio tiene marcas biográficas para todos los gustos. Es argentino, cualidad que hoy está de moda entre quienes abjuran de la civilización europea y occidental, especialmente en su versión germánica. Está enfrentado a la familia Kirchner, lo cual provoca entusiasmo entre la izquierda caviar. Es jesuita, lo que para muchos es sinónimo de progresismo, ignorando que los seguidores de san Ignacio son casi tan plurales políticamente como los católicos en general. El colmo del papanatismo de estos días ha sido considerar una cualidad sobrenatural que viva en un piso, se haga la comida y viaje en metro. Un signo de la distancia entre el mundo eclesial y el real.

Mano de hierro

John Allen, uno de los mejores vaticanistas del momento, escribió el pasado 3 de marzo un perfil de Bergoglio que hay que leer. Junto a esas cualidades epidérmicas que tanto han gustado a un mundo que busca asideros de esperanza en cualquier parte, Bergoglio tiene otras cualidades menos alentadoras. Como recordó el mismo jueves, considera un error desvincular el trabajo social de la Iglesia de su dimensión espiritual. Siendo provincial de los jesuitas, recriminó a los que se implicaban demasiado en las causas sociales. De todo ello dice la entrañable Lucía Caram que se ha convertido. El mundo lo espera y diría que lo anhela. Allen recuerda que en el anterior cónclave decayó por falta de dureza, esperemos que la gane. Necesitará su guante de seda, pero también mano de hierro.