La clave

¿Vamos hacia otra transición?

Juancho Dumall

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Los datos del sondeo de GESOP publicados por este diario ayer y hoy confirman una tendencia que se acelera con el paso de los meses: crecen los partidos periféricos, más radicales, con una tradición de oposición, y caen irremisiblemente los que han vertebrado y vertebran el poder político desde hace más de 30 años. Entre los primeros estarían, en Catalunya, Ciutadans, la CUP y ERC. Entre los segundos, obviamente, CiU, el PSC y el PPC. Estos partidos delordeny delestablishmentsufren, según los datos del sondeo, un severo castigo. Entre los tres perderían entre 11 y 16 escaños en relación con las elecciones al Parlament celebradas hace menos de dos meses. El fenómeno se repite en el conjunto de España, donde PP y PSOE no dejan de bajar, mientras suben opciones como Izquierda Unida o la UPD deRosa Díez.

Lo que hay detrás de ese movimiento centrífugo en las corrientes electorales es una desafección con los partidos del poder, comprensible tanto por su incapacidad en la batalla contra la crisis, como por las manchas de corrupción que les salpican. Pero esa tendencia también refleja que la sociedad, especialmente las capas más jóvenes, castigan su conservadurismo de fondo.

Las reglas de juego

El ambiente social empieza a parecerse al que se vivía en España en los primeros años de la transición. Todo el mundo sabía entonces, a mediados de los años 70, que el poder establecido no daba más de sí y que iba a nacer otro sistema con diferentes actores y reglas de juego. Hoy vamos hacia otro cambio de modelo en el que valores indiscutibles de aquellos años (el papel moderador de la Corona, la ley electoral, la distribución territorial del poder, etcétera) están en entredicho.

Y si entonces se le dio un enorme poder a las cúpulas de los partidos políticos recién aparecidos, algo lógico cuando se salía de una dictadura, ahora hay un clamor para poner freno a un sistema en el que muy pocos deciden sobre casi todo. Una fragmentación del mapa electoral como el que anuncian las encuestas solo puede conducir a una renegociación de unas reglas del juego que hasta no hace mucho nos parecían inmutables.