Al contrataque

Socialistas del Ibex

La autopista de peaje R-4, que enlaza Madrid y Toledo.

La autopista de peaje R-4, que enlaza Madrid y Toledo. / periodico

JULIA OTERO

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De los creadores de aeropuertos sin aviones y estaciones sin pasajeros, llegan las autopistas sin coches. Hablamos de un agujero de al menos 4.000 millones de euros gastados en vías de pago por las que transitan tan pocos vehículos que a las concesionarias de las mismas les llevaría 80 años devolver todas sus deudas sin tocar ni un céntimo de la recaudación íntegra. Un negocio redondo, vaya. ¿Quién es responsable de la ruina? Veamos.

Fue el segundo Gobierno de José María Aznar el que proyectó buena parte de esas autopistas, hoy en quiebra, allá por el 2001. Casi todas en Madrid, por cierto, ese Madrid radial con kilómetro cero del que parten o al que llegan todos los caminos celtibéricos. Se supone que un grupo de expertos calculó el coste de la obra, cuántos vehículos la usarían y cuánto tiempo tardaría en amortizarse la inversión. Lo llaman plan de viabilidad, como sabe hasta el tendero de la esquina. Pues bien, el coste de las expropiaciones de terreno para el trazado fue, en algunos casos, diez veces superior a lo previsto. También se hizo vaticinio del tráfico rodado, con el resultado hoy conocido de que, en el mejor de los casos, los coches que han pagado peaje son el 35% de los previstos. La crisis, dirán. Pues no, o no solo. Hay al menos dos autopistas de pago -la que va de Madrid a Toledo y la que conduce a la T-4 de Barajas- que simple y llanamente no son viables. Ni ahora ni en el mejor de los escenarios económicos. Un fiasco sin paliativos.

La estupidez política proyectó esas vías en paralelo a otras gratuitas. ¿Por qué en Catalunya son rentables las autopistas? Porque el que no puede pagarlas se queda en casa. En Madrid, basta que tomen la autovía gratuita alternativa.

Apalancamiento

Y ahora viene lo más interesante. Las concesionarias de esas autopistas en la ruina están participadas por las grandes constructoras españolas. La inversión se hizo, por supuesto, a crédito: los accionistas apenas pusieron de su bolsillo el 15% de la inversión. El resto fue cosa de los bancos y las cajas, que obviamente quieren cobrar su deuda. ¿Adivinan a quién se la reclaman? ¡Exacto! A usted y a mí, o sea a los contribuyentes a través de los Presupuestos del Estado. Por eso la ministra de Fomento dijo esta semana que se abriría una cuenta de compensación para ayudar a esas autopistas de pago por las que no pasa ni paga nadie. ¡Van a rescatar esos kilómetros de asfalto con dinero público!

La primera regla del capitalismo reza que el individuo es libre para invertir su dinero donde crea que le conviene. Las leyes del mercado le harán más o menos rico si acierta o le arruinarán si fracasa. Es el libre mercado, sí, pero para las clases medias, los pobres o los pequeños o medianos empresarios. Los bancos y las grandes corporaciones prefieren el socialismo: cuando se equivocan no se arruinan, esquilman el erario. Llegados a este punto, olvidemos la pánfila socialdemocracia y exijamos un capitalismo tan salvaje que alcance incluso a los socialistas del Ibex 35.