Al contrataque

Gran depresión

Lance Armstrong, tras ganar el Tour de Francia del 2003.

Lance Armstrong, tras ganar el Tour de Francia del 2003. / XNBG DD ON XCO PK**NY**

MANEL FUENTES

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Siguen los depredadores su huida imparable hacia adelante mientras el viejo mundo se hunde y no queremos mirar al nuevo a la cara. La demografía nos debería alertar, y con ella la escasez de recursos energéticos. Y el mundo digital, que transforma empleos reales en virtuales. El mundo necesita menos personas para hacerlo funcionar. La red y los automatismos mandan, y en cambio cada vez somos más. La avaricia sigue intacta. Asusta ponerse ante el espejo del cambio de época. Las tiendas de barrio frente al comercio electrónico, la industria cultural frente a las descargas, el motor de combustión frente al agotamiento del petróleo. Nada será igual, pero nadie quiere ser nada mientras se pueda agarrar a un clavo ardiendo. La resistencia al cambio es evidente. Todos saben ya que ni el medio ni el largo plazo existen para los que viven como siempre. Pero todos quieren rebañar el plato. Tercos, encarecen el futuro persistiendo en sus privilegios del pasado.

Espiral hacia el abismo

Las leyes y la política les amparan, ya que son suyas y fueron concebidas en una época que hoy ya no lo es más. Y en esta espiral hacia el abismo el viejo sistema araña las paredes dejándose las uñas para resistirse y arramblar con lo que pueda antes de la caída final. Todo vale, y agotado el beneficio actual los amos del viejo mundo no solo se han llevado el progreso futuro en forma de intereses de la deuda pública sino que al ir pinchando burbuja tras burbuja descubrimos que también se llevaron nuestro pasado.

Los políticos a los que aplaudíamos inconscientemente en las inauguraciones de nuestras faraónicas obras públicas nos estaban en ese momento poniendo el lazo; los banqueros modélicos que se fueron entre homenajes fueron los que conectaron la bomba de la sobredeuda. Vivimos una mentira y ahora la debemos borrar de nuestros recuerdos simpáticos. Un síntoma reciente de lo que nos pasa nos lo ha dado el Tour de Francia. Lance Armstrong hizo trampa, y hoy la organización pretende decirnos que le retira los siete Tours que ganó, cuando todos sabemos que eso es imposible. Todos le vimos levantar los brazos en los Campos Elíseos, todos nos sumamos a su leyenda. Al igual que en España creímos en el 2007 que éramos los reyes del mambo y hoy nos revela la vida que vivíamos otra mentira.

Hace demasiado tiempo que las cosas no funcionan y que elegimos la mentira para retrasar la crudeza de la verdad. Dopamos a las finanzas con anabolizantes para tocar el cielo, e incluso al circo para que fuera más narcotizante para una gran población sin rumbo, pero ya nada funciona. Van cayendo los telones y cada vez nos gusta menos lo que vemos.

No hay puntos de referencia. Ni nuestros recuerdos de felicidad son ya fiables. Y así encaramos el día a día, intentando estar entre los elegidos que el mundo necesita para funcionar, para así optar a un trabajo. Asumiendo que compartir y la solidaridad van a ser esenciales para que no vuelvan palabras como guerra a las portadas de los periódicos, y viendo con gran desarraigo cómo a los que nos vendieron su mentira les fue rentable el viaje. Ya fueran constructores, banqueros, políticos o Armstrong.