Al contrataque

El vigía Duran

JOAN BARRIL

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Vivimos tiempos en los que se ha abierto una jerarquía de las opiniones. Parece como si la opinión de unos fuera más importante que la de los contrarios. Hace poco una diputada del PP llamada Fabra se encaró con la bancada progresista y dijo «¡que se jodan!» a aquellos que se verían directamente golpeados por la reforma laboral. La diputada Fabra no exhibía una opinión, sino que la salpimentaba con un exabrupto. De un tiempo acá se da por supuesto que España está dividida entre los que joden y los jodidos. Debe ser la ley natural del talante hispano.

Algo parecido sucede con la amenaza secesionista, que en estos momentos ha conseguido reverdecer el antiguo arte del manifesto. En esa España que no quiere ver que es la campeona mundial del paro no hay nada más movilizador que volver a repetir todos a una las maravillas de una España sagrada y eterna. A los secesionistas y a los nacionalistas se les tiene por meros tontos útiles a los que, de seguir así, se les va a privar de un lugar en el sol europeo. Les llaman victimistas. Pero es solo una resistencia a cualquier cambio y una negación ante los sentimientos de una minoría que ya va para mayoría. Nadie quiere admitir que buena parte de esos nuevos independentistas no lo son tanto por su identidad nacional cuanto por una protesta implícita a un Gobierno inepto y humillante. Ya se ha dicho que esos llamados intelectuales, entre los cuales hay muchos hombres y mujeres de bien con cuya amistad me honro, no han hecho los deberes cuando tocaba. El boicot comercial del 2005 fue algo insólito patrocinado, ya ven, por los exégetas del libre mercado. ¿Dónde estaban entonces esos llamados intelectuales? El acto de pensar implica también la duda. Pero la inamovible idea de España les lleva a ocultar verdades, a mentir una vez más sobre las balanzas fiscales, a desacreditar al díscolo y a amenazarle con el ostracismo. Para esos intelectuales de la señorita Pepis también es buena la idea de que «fuera de la Iglesia española no hay salvación».

Prometer lo que no se puede

En este juego infantil del y tú más, yo también ejerzo el derecho a la duda sobre los planteamientos de Mas. Una cosa es el deseo, y otra, la realidad. Y no hay error más grave en política que prometer aquello que no va a poderse cumplir. Descartado por inane, torpe, maniqueo y esquemático el manifiesto de los 300, sería bueno pensar si el 25-N forma parte del mundo del espectáculo y no del mundo de la política. Porque Catalunya tiene demasiados despropósitos encima como para que su líder la someta ahora al sacrificio de una nueva frustración: la quimera unilateral o el penúltimo aviso para que la España eterna se modernice.

En estos juegos de jardín de infancia hay que distinguir al que juega con la verdad del que juega con la realidad. Y en ese sentido las únicas palabras sensatas -y a la vez impopulares en la ensoñación secesionista- son las que pronunció Duran Lleida. La verdad no siempre gusta a todo el mundo. Pero un buen vigía es mejor político que un almirante que no quiere reconocer los escollos de cualquier negociación.