Al contrataque

El votante inexistente

Una mujer ejerce su derecho al voto para las elecciones gallegas, en A Coruña.

Una mujer ejerce su derecho al voto para las elecciones gallegas, en A Coruña. / epp

JOAN BARRIL

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Lo bueno de las elecciones es que ya no impresionan a nadie. Ha de pasar algo muy grande para que los comentaristas se queden sin palabras. Pero en Galicia y en Euskadi, debajo de la fiesta de los nacionalistas y los populares y el bautismo de Bildu, hay cosas que son muy grandes y que nadie quiere comentar. Es fácil hablar de escaños y leer esa media circunferencia de las distintas cámaras autonómicas, pero la cruda realidad solo merece ser mencionada durante unos pocos minutos. Y esa realidad es que 490.000 votos se han quedado en casa. Por supuesto, la mayoría de esos votantes desaparecidos eran antiguos votantes socialistas.

Pero también el PP, a pesar de las alharacas que ha despertado la mayoría absoluta de Núñez Feijóo, ha visto cómo su partido menguaba y los populares vascos llegaban a cotas muy inferiores a los niveles en los que les dejó Mayor Oreja. Incluso los triunfadores de Bildu, artífices de una absurda recogida de basuras, han visto cómo en su feudo guipuzcoano perdían algunos miles de votantes y, de tener la alcaldía de San Sebastián, han pasado a ser la tercera fuerza de la ciudad. Esa desaparición del votante consciente sí es algo impresionante, aunque las camarillas de los partidos no quieran reconocerlo.

La distancia

Estamos en plena crisis. La Administración central fuerza a las autonomías a recortar lo recortable. Las manifestaciones saltan a la calle no por motivos identitarios sino por la esperanza de regresar a un bienestar perdido en manos de la banca. Pero lo cierto es que las urnas languidecen. Y el votante permanece dormido. ¿Qué se ha hecho del movimiento del 15-M? Para una creciente mayoría de ciudadanos, los aspirantes de las listas no pretenden otra cosa que el acceso a las instituciones, pero esa misma mayoría se ha encastillado en la convicción de que los candidatos de los partidos tradicionales no les representan. Los ciudadanos más golpeados por la crisis hace ya tiempo que se consideran pura carne de cañón. Y cuando por fin deciden acampar en una plaza o manifestarse en torno al Congreso, solo reciben los garrotazos de una policía salvaje que intenta llegar con la punta de la porra ahí donde sus estrategas no pueden llegar con la punta de los argumentos. «¡Que se jodan!», les dijo la diputada Fabra. Y la gente, naturalmente, está jodida.

Es relativamente fácil buscar intermediaciones entre los miembros de la misma casta, esos que se dicen cosas enormes desde la tribuna y que luego se dan golpecitos en la espalda. Pero la gente no es tonta. El fantasma que recorre Europa ya no es el de una izquierda irredenta, sino el de un capitalismo que ya no sabe qué hacer consigo mismo. Y a medida que la crisis va acogotando a la población cada vez son más los llamados «indignados» asilvestrados, sin líderes ideológicos ni rostros conocidos, que se niegan a participar en lo que para ellos es la gran impostura democrática.

Así las cosas, se empieza por la abstención y se acaba desembocando en el populismo autoritario. Por desgracia, esa profecía la vamos a ver en el futuro.