Los días vencidos

Zona cero

JOAN BARRIL

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Cuentan que han aparecido los restos de un barco del siglo XVIII en el subsuelo de la llamada zona cero de Nueva York. Se trata de un pecio de unos 10 metros de eslora que ha resistido a los embates del tiempo y a la construcción del metro y de los cimientos de los rascacielos. Ha tenido que llegar la destrucción de un mundo para que el barco emerja del olvido y nos preguntemos si al fin y al cabo la historia no se lee en los grandes titulares de hoy, sino en los estratos que la humanidad va creando y sepultando y volviendo a crear y volviendo a sepultar.

Esos restos del naufragio humano son realmente fascinantes. Y entre ellos los barcos son los más emocionantes, porque lo más importante de un barco hundido no es ni la carga ni la tripulación, sino la voluntad humana de ir siempre un poco más lejos y de intuir que al otro lado de la línea del horizonte está otra tierra que nos acogerá.

Desde los barcos solares del antiguo Egipto hasta el buque con el queFitzcarraldo remontó el Amazonas hasta Manaus o los drakkars vikingos varados en las costas bretonas, los barcos deshabitados continúan manteniendo toda su potencia.

En la costa norte de Namibia, el desierto se ha ido tragando los cascos de una cincuentena de buques a los que la corriente de Bengela ha ido desorientando con sus nieblas para dejarles sobre la arena. A esa costa se la llama también la costa de los esqueletos, por los armazones oxidados de los buques que encallaron en esos confines entre el mar y la tierra.

Hoy, en las antiguas riberas del río Hudson, se percibe el principio deHeráclitoque nos recordaba que jamás nos bañaremos en el mismo río, porque el Hudson de hoy no es el de anteayer. Un barco en la sima de la gran catástrofe planetaria que un 11 de septiembre del 2001 cambió el mundo. Un barco que servía para engrandecer el planeta y unos edificios derruidos que han significado el empobrecimiento moral de la Tierra. Todo eso está en la llamada zona cero. Muchas de las víctimas quedaron disgregadas en cenizas, pero el maderamen del barco del siglo XVIII sobrevivió para recordarnos que el afán de conquista es mayor que la dinámica de la destrucción.

En la agonía de los tripulantes de ese buque enterrado, ¿cuál fue el último pensamiento de aquellos marineros? ¿Acaso llegaron a pensar que sobre sus cadáveres se levantaría siglos después una nueva montaña de cadáveres? Los estratos de la historia nos hacen pensar en que todo se repite. Si ahora mismo repasáramos los recortes de prensa previos del primer catalanismo y las respuestas dadas por los diputados de Madrid, no encontraríamos grandes diferencias con lo que estos días llevamos leído y oído. Todo se repite y, sin embargo, siempre queremos creer que somos únicos.

Algún día el azar nos llevará de nuevo a los cimientos de lo que algún día fuimos y, entre los papeles y las joyas, entre las lápidas y las osamentas, descubriremos de nuevo nuestro nombre. Tal vez todos nacimos hace mil años y vamos repitiendo los mismos errores convencidos de que ganamos tiempo cuando en realidad estamos atrapados por él. Eso es lo que nos lleva a la llamada desafección y al hastío. Cuando las mismas fórmulas se yuxtaponen a los mismos problemas, y las mismas ganas de libertad acaban enterradas por los cascotes del progreso.

Ahora, con el descubrimiento de esa nave casi preamericana, comprobamos que realmente la zona cero tiene todos los motivos para llamarse así.