ENTREVISTA

Oliver Laxe ('Lo que arde'): "Cuando muera, quiero ser un castaño"

El director gallego estrena una de películas más bellas del año, 'Lo que arde', una obra sobre el proceso de abandono del medio rural a partir de la historia de un pirómano

Oliver Laxe, fotografiado en Madrid.

Oliver Laxe, fotografiado en Madrid. / periodico

Beatriz Martínez

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Oliver Laxe (París, 1982), regresa a sus orígenes gallegos para componer una de las películas más bellas del año, ‘Lo que arde’, una obra tan íntima como épica, tan poética como política sobre el proceso de abandono del medio rural que ganó el Premio del Jurado en la sección ‘Una cierta mirada’ del Festival de Cannes.

‘Lo que arde’ se abre con una imagen espectral en la que vemos talar unos árboles y termina con el registro real de un incendio. ¿Podríamos considerarla una película sobre la desaparición de un mundo?

Creo que la destrucción forma parte de la naturaleza, tiene que ver con la transitoriedad de la vida. Las cosas mueren y nacen de la putrefacción. Pero sí hay en la película un sabor crepuscular, porque nace del dolor de que todo nuestro pasado desaparezca. Estamos frente a un mundo que se muere, pero intento buscar algo de dignidad en los personajes, seres pequeños frente a una naturaleza indómita.

¿De dónde surge la idea de la película y qué ha supuesto para usted?

Quería volver a mis orígenes, a los prados donde generaciones y generaciones de familiares míos, campesinos, han trabajado. Era un espacio cargado de significado emocional para mí, por eso he intentado filmarlo desde el corazón. Desde pequeño siempre me han conmovido los relatos de mi familia hablando de la pobreza, de la guerra, del hambre, siempre contados sin lamentaciones, aceptando esas miserias, que es lo que yo llamo “soberana sumisión”, es decir, la libertad que te da aceptar lo que eres. Creo que esta película me ha ayudado a reequilibrarme en muchos sentidos, a dejar el ego atrás y a ser humilde.

Tráiler de 'Lo que arde', de Oliver Laxe

Tráiler de 'Lo que arde', de Oliver Laxe / periodico

¿A veces hay que irse para reencontrarse?

Es que yo siempre he estado fuera. Nací en París y allí éramos inmigrantes, pero cuando volví a España, éramos franceses. Siempre hemos sido extranjeros, y ese desarraigo se nota. He intentado utilizar el arte para desandar ese camino de inadaptación.

¿Quizás por eso los personajes de sus películas son siempre 'outsiders' y se encuentran al margen de la sociedad?

Me doy cuenta de que me conmueve la gente rota. Su fragilidad, el hecho de que tengan una sensibilidad que el mundo no acepta.

"En realidad, todos somos pirómanos en este mundo. Consumimos de forma cochina"

¿Usted se siente también un poco 'outsider' dentro del cine español?

Hasta ahora lo he sentido así. El cine se ha convertido en un mercado de bollería industrial, y la gente pide cada vez más azúcar. Así que enfrentarse a un tipo de cine sin aditivos puede resultar difícil si no se está acostumbrado. Pero ahí entra en juego la emoción verdadera, que es universal y creo que hay un cine que tiene que dar servicio a otro tipo de sensaciones más auténticas. Que a la gente le guste esta película legitima de alguna forma una manera de hacer cine que está menospreciada. Me acuerdo del final de ‘Pickpocket’, de Robert Bresson, cuando dice el protagonista: “Todo lo que hemos tenido que hacer para llegar hasta aquí”. En ese sentido, cada película ha sido un camino de aprendizaje y me ha permitido aprender cuál es mi lugar como cineasta, qué tipo de película hacer dentro de un ecosistema tan variado como el actual.

¿Por qué eligió la figura del pirómano para vertebrar la ficción?

Me pareció bastante rock and roll, ese hombre que quema el mundo. Al mismo tiempo, quería coger una figura denostada, demonizada por la sociedad para analizar su complejidad sin juicios. En realidad, todos somos pirómanos en este mundo. Consumimos de forma cochina.

¿Qué se siente cuando se está en medio de un incendio?

Sientes dolor, sientes la muerte, convives con ella. En la vida, perseguimos el fuego o escapamos de él.

"El mundo está desesperado y los cineastas somos un poco como sismógrafos, detectamos el tsunami"

En los últimos años, muchos directores jóvenes han regresado al medio rural para reivindicarlo, ¿por qué cree que está ocurriendo eso?

Yo creo que el mundo está desesperado y los cineastas somos un poco como sismógrafos, tenemos la percepción adelantada de que va a llegar un tsunami y que hay que escapar. Tenemos la sensación de que eso se acaba, nuestra cabeza nos dice que no es posible reorientar la decadencia a la que hemos llegado.

¿Cree que volver a las raíces es la única posibilidad de salvarnos?

Hay que desandar y mirar al pasado para hacerlo presente. La libertad que el progreso nos ha vendido nos ha conducido hasta aquí. La libertad es algo diferente para cada uno. Yo creo en la libertad del alma.

¿Cuál sería la dialéctica para usted entre el campo y la ciudad?

Esa dialéctica ya no existe, de la misma manera que tampoco Oriente y Occidente, la tradición y la modernidad. Yo creo que a todos nos une una misma cosa: no queremos sufrir. Y estamos en una sociedad que intenta escapar del dolor, de la muerte, cuando es algo que es irreversible y es a lo que estamos abocados. Intentamos ganar a la naturaleza y eso es un fracaso.

¿Usted le tiene miedo a la muerte?

Para nada. Tengo ganas de ser un castaño.