EL LIBRO DE LA SEMANA

Homo Lubitz: síntomas de la angustia

Vacío, silencio y culpa son el tuétano de esta poderosa y sobrecogedora novela de Ricardo Menéndez Salmón

El escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón.

El escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Las novelas de Menéndez Salmón no admiten lecturas planas ni entregan ninguna forma de consolación o conformidad, ni siquiera en su factura formal y estilística, una de las más exigentes de la actual narrativa española. Son novelas que perforan la fisonomía de la realidad para asomarse al otro lado, al hueso y al inconsciente colectivo, donde el orden social y las reglas de la conducta muestran su desnudez, su ilegitimidad y su corrosión. Este efecto de ahondamiento inmisericorde lo exploró, en sus primeras novelas, en el pasado histórico, pero en el 'El Sistema' (2016) desplazó el eje de su acción hacia el futuro, un futuro asfixiante en el que se ha impuesto el control omnímodo de la vida y el destino de los ciudadanos, como sucede en la imaginación distópica desde Huxley y Orwell hasta J. G Ballard o Margaret Atwood. En 'Homo Lubitz' ha buscado un territorio intermedio que le permite narrar una distopía como si se tratara no de una parábola política o una fantasía tecnológica, sino como una narración de acontecimientos ya sucedidos. Eso no coarta su libertad de manejo de géneros y lugares comunes, desde la graduada tensión del 'thriller' hasta el estereotipo del anciano misterioso e inhumano en el que es fácil ver las trazas de un vampiro.

Los hechos se sitúan en el no tan lejano 2025, en una China donde una ubicua corporación, Arconte Limited, ha firmado un protocolo para que toda los millones de chinos con intolerancia a la lactosa se sometan a un tratamiento farmacológico que les permitirá superarla. O'Hara, el agente encargado de la transacción, no puede sospechar que tras el ventajoso acuerdo se oculta una brutal medida de control demográfico. Obsesionado por los accidentes como desgarrones a través de los que afloran las causas invisibles del mundo, el personaje tendrá que asumir una nueva misión desde su retiro en Venecia, la de buscar un lugar único en el mundo por orden de Control, el propietario de Arconte Lted. Tanto la estancia en China como este nuevo cometido los desempeña O'Hara en compañía de unos secundarios memorables, en especial el intérprete Zhao y la anciana cariátide Amanda. Su historia, se dice en un momento, es la del siglo XX: «vacío, violencia y culpa», y ese es también el tuétano de esta poderosa y sobrecogedora novela.

Sufrimiento y destrucción

Porque O'Hara, el hombre de 44 años que sirve de hilo conductor, es él mismo testigo y paciente del vacío de nuestra época, la de un hedonismo nihilista desesperado de sí mismo; es testigo de la violencia estetizada y de la violencia globalizada y ejercida con la impunidad de un videojugador; lo es también de la culpa de quien decide y de quien ejecuta, de la maldad consentida, de la complicidad con el sufrimiento y la destrucción. La novela, en su despliegue argumental, sigue un ritmo de creciente intensificación: de ahí que sus partes sean Lento, Moderato y Presto, separadas entre sí por un Intermezzo terrorífico centrado en Control. El título, en el que se alude al copiloto alemán que estrelló en 2015 un airbus en los Alpes, ilumina el  ominoso sentido de la novela: la vertiginosa angustia ante el abismo de una existencia vacía, carente de sustento y transcendencia. Ese es el síntoma de nuestro tiempo que ha rodado el cineasta David Cronenberg en una película sobre aquel criminal accidente. Novela compleja y profunda, en la que aquello de lo que se habla parece no poder ser dicho (o mirado) sino indirectamente, como ocurría con la Medusa mitológica.