Opinión | MIRADOR
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Una verdad incómoda
Como era lógico y previsible, el pasado domingo la entrega de los Globos de Oro se convirtió en un acto de denuncia del acoso y los abusos sexuales en Hollywood. Todos los invitados se vistieron de negro como protesta y, en el centro de la velada, el discurso comprometido y activista de Oprah Winfrey -que recibía un premio honorífico— actuó como conciencia colectiva de toda una comunidad privilegiada. Su reivindicación del poder de las mujeres para alzar la voz y dar a conocer su verdad -dijo-, junto con la de los hombres que eligen escucharlas, iba "más allá de culturas, geografías, razas, religiones, opciones políticas y puestos de trabajo". Fue una intervención apasionada y a su vez muy calculada para llegar a todo el mundo, y quizás también fue un discurso político, de precandidata demócrata que podría ser el antídoto de Trump.
A medida que crece la lista de acosadores, iniciada hace unos meses con el productor Harvey Weinstein, surge también un elemento de conflicto: ¿qué hacemos con las obras de esos artistas? ¿Podemos seguir disfrutando de sus películas y olvidarnos del "monstruo" que las hizo? Al escudarse en unos valores tradicionales y a menudo puritanos, la reacción de los norteamericanos suele ser visceral, extrema y poco matizada, con un toque de hipocresía. De la noche a la mañana, los acusados se han convertido en apestados que no se merecen nada, ni siquiera la presunción de inocencia previa a un juicio. Así, en la misma ceremonia de los Globos de Oro, el presentador Seth Meyers hizo algún chiste a costa de Kevin Spacey y su talento como actor -un talento que hasta hace cuatro días todos admiraban-. Un paso más allá, se ha hecho público que el director Ridley Scott ha borrado con medios digitales la actuación de Spacey de su próxima película, 'Todo el dinero del mundo'. Parece una decisión más económica que simbólica, porque es obvio que eliminando a la persona no elimina el problema. De hecho incluso es contraproducente, porque se le deshumaniza, como si ya no existiera. En la novela de George Orwell, '1984', el estado corregía el pasado incómodo. Ahora Ridley Scott quiere corregir el futuro.
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