OBITUARIO

Muere el novelista y superviviente del Holocausto Aharon Appelfeld

El escritor israelí, autor de 'Flores de sombra', escapó del exterminio nazi siendo solo un niño

El escritor y superviviente del Holocausto Aharon Appelfeld, en una imagen del 2010.

El escritor y superviviente del Holocausto Aharon Appelfeld, en una imagen del 2010. / periodico

Anna Abella

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

"Nunca escribió sobre cámaras de gas, nunca escribió sobre ejecuciones, sobre fosas comunes, atrocidades y experimentos con seres humanos. Escribió sobre los supervivientes antes y después. Escribió sobre personas que no sabían lo que les iba a suceder. Evitó las representaciones gráficas del Holocausto para describir su efecto en los personajes". Así habla el escritor israelí Amos Oz sobre su colega, el novelista judío Aharon Appelfeld, fallecido este jueves a los 85 años, quien sobrevivió al exterminio nazi siendo solo un niño.

Llegó solo y con 13 años, una vez acabada la segunda guerra mundial, a una Palestina aún bajo mandato británico y se convirtió en uno de los mejores escritores israelís del siglo XX, con 46 libros escritos en hebreo y publicados en una treintena de lenguas. Appelfeld, nacido en 1932 en Czernowitz (antes Rumanía hoy, Ucrania), en el seno de una familia liberal, culta y de habla alemana, vio con solo ocho años cómo los nazis asesinaban a su madre y su abuela. Él y su padre escaparon pero fueron deportados a un campo de concentración del que él se escabulló para sobrevivir durante tres años escondido en los bosques ucranianos, donde fue adoptado por un grupo de criminales y prostitutas (episodio que noveliza en ‘Flores de sombra’, en Galaxia Gutenberg / Club Editor). 

Pasó una temporada como ayudante de cocina para el Ejército soviético hasta que al fin de la guerra acabó en varios campos de refugiados en Italia, para recalar, en 1946, en un kibutz israelí. Siempre creyó que su padre había muerto, pero 20 años después pudo reencontrarse con él, en 1957, tras descubrir que había sobrevivido liberado por los rusos.

Rechazaba ser un autor del Holocausto

“Yo crecí durante el Holocausto, en el gueto, en el campo, en el bosque (...) Todo esto me formó”, afirmaría. Aquella infancia huérfana, desolada y cruel en un territorio en guerra impregnaría todas sus historias de ficción -‘Tzili, historia de una vida’ (Galaxia Gutenberg / Club Editor), ‘Flores de sombra’ o ‘Adam y Thomas’ (SM/ Cruïlla) son claros ejemplos-, aunque su literatura también narraba las vidas de los judíos en la Europa de entreguerras y la ingenuidad de su pueblo ante el Holocausto (‘Badenheim 1939’). Según el experto en su obra Ygal Schwartz, era “el Kafka de la segunda mitad del siglo XX”, aunque el propio Appelfeld puntualizó que el mundo del autor de ‘La metamorfosis’ provenía de “la pesadilla interna”, mientras que el suyo surgía “de la externa”. 

Sin embargo, le irritaba que se le calificara como un autor del Holocausto -"No puedes ser un escritor de la muerte. Escribir presupone que estás vivo”- porque nunca mostró los hechos desnudos ni su literatura fue un testimonio de la persecución nazi -"No escribo memorias, utilizo piezas de mi propia experiencia"-. Sus novelas no eran su vida, repetía, sino un intento de comprender lo que le ocurrió y por qué. Hablaba “sobre lo que nos hace humanos, el miedo, el amor, el odio”, para intentar “comprender al hombre”, escribía en sus memorias, ‘Historia de una vida’ (Península), donde reunía retazos de su pasado en un intento de superar sus cicatrices.  

Los silencios

Appelfeld, que con celo autodidacta estudió en la universidad y fue profesor de literatura, recibió numerosos premios (el Israel de Literatura en 1983; el Médicis de narrativa extranjera 2004 por sus memorias; fue finalista del Man Booker 2013). Pero nunca se libró de aquella infancia en el campo y los bosques entre ladrones: de ella conservó el recelo en el cuerpo y los silencios de la guerra. Cosas como “el hambre, la sed y el miedo a morir”, señalaba, “hacen superfluas las palabras”. Por ello, pensaba, "las cosas más fuertes no son verbales, a veces las cosas profundas se transmiten por el silencio".