CRÍTICA DE CINE

'Molly's game': heroína pero menos

En su debut como director el afamado guionista Aaron Sorkin cae en la trampa de sobreexplicar las razones de su protagonista

Nando Salvà

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A lo largo de su carrera como guionista, Aaron Sorkin ha mostrado gran destreza convirtiendo figuras (masculinas) históricas en personajes trascendentes tan patéticos como admirables. Por supuesto, lograr eso resulta más fácil cuando se habla de líderes gubernamentales o pioneros tecnológicos que al hacerlo de alguien que se dedicaba a montar timbas de póker, por muchos problemas con la mafia y el FBI que le acarrearan. 'Molly’s Game', en otras palabras, se atribuye una importancia que ni merece ni apenas puede soportar.

Sorkin, es cierto, sabe cómo contar una historia, y cómo recurrir a sus típicos torrentes de diálogos y monólogos imposiblemente ingeniosos para resultar endiabladamente entretenido. Su debut como director logra ese efecto en su primera parte, mientras se dedica a ser una película de póker y a explicar cómo Molly Bloom organizaba las partidas, captaba jugadores y manejaba el dinero.

Sin embargo, llegado el momento la película se pregunta por qué la joven hace lo que hace, y eso no solo dispara la tendencia natural de Sorkin a sobreexplicarse sino que además lo hace caer en la condescendencia mientras disculpa el comportamiento de su heroína: como resultado, su primer guion con protagonismo femenino es la historia de una mujer que se define por su necesidad de figuras paternas. Ese simplismo casi sabotea la película. Casi. Al final, todo lo necesario para poder disfrutarla es no esperar de ella ni estilización visual alguna ni la mitad de relevancia que ella misma se esfuerza por demostrar que posee.