ÓBITO

Muere el músico Carles Santos

El provocador pianista, compositor y director de Vinaròs ha fallecido este lunes a los 77 años

Carles Santos.

Carles Santos. / periodico

Marta Cervera

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El genio volcánico de Carles Santos se ha apagado a los 77 años. Aunque todos sus amigos conocían el delicado estado de salud del polifácetico y transgresor artista de Vinaròs, su muerte este lunes ha conmocionado a sus admiradores. "Si hay un altar de artistas él debe estar en lo más alto del santoral para iluminarnos a todos con su libertad y su compromiso radical fundamentado en el rigor y la implicación personal", destacó el director Xavier Albertí tras conocer su defunción. Si algo lamenta es no haber tenido la oportunidad de hacer más producciones con él en el TNC, donde estrenó sus últimas creaciones 'Patetisme il.lustrat' y 'Esquerdes Parracs i Enderrocs'.

Hijo de una familia de médicos y farmaceúticos, sin la menor vinculación artística, Santos destacó de muy niño como pianista. Se formó en el Conservatori del Liceu en Barcelona, donde terminó su carrera a los 14 años. Un poco más tarde se impuso un paréntesis en el que, sencillamente, se dedicó a disfrutar de la vida y a montar en moto. Fue algo más tarde cuando decidió ampliar sus estudios en Estados Unidos, donde entró en contacto con un referente de la música contemporánea como John Cage. En 1961 inició su trayectoria artística como pianista con un repertorio del siglo XX que abandonó en los 70, para dedicarse a la creación de su propia obra como compositor, intérprete, director y performer. "Visualizo el teatro a través de la música", decía con esa voz tranquila que usaba fuera de una escena donde daba rienda suelta a su creatividad irreverente, furiosa y apasionada.

"Nunca olvidaré su sentido del humor y su potencia creativa. Sacaba lo mejor de nosotros", afirma Claudia Schneider, soprano con la que colaboró en sus principales obras junto al tenor Antoni Comas. "Trabajar con él siempre era una experiencia especial. Nunca se repetía", recuerda Comas.

Libre y transversal

Colaborador en el grupo Fluxus, para los que creó algunas performances, Santos fue más tarde protegido por Joan Brossa, con quien compartió su mirada creativa libre y transversal, así como su torpe aliño indumentario. Santos se trasladó de una forma natural desde el arte y la música hasta la escena; fue el inventor del concepto de ópera-circo. Sus primeras propuestas teatrales  se produjeron en los 80, con montajes tan transgresores como 'Beethoven, si tanco la tapa què passa?' (1982), 'Minimalet, minimalot' (1982), 'Té xina, la fina petxina de Xina?' (1984), 'La boqueta amplificada' (1985) y 'Misericòrdia Ubach' (1986), el primero de sus trabajos con la artista plástica Mariaelena Roqué, fiel colaboradora durante años, hasta que la pareja se disolvió.

Desde entonces ha llevado a la escena diversos espectáculos generalmente con música, guion y dirección escénica propios: en especial 'Asdrúbila' (1992, el mismo año en que compuso las fanfarrias de la ceremonia inaugural de los Juegos), ópera con dirección escénica de Pere Portabella; 'Figasantos-Fagotrop, missatge al contestador: soparem a les nou' (1996); 'La pantera imperial' (1997); 'Ricardo i Elena' (2000); 'L’adéu de Lucrècia Borja' (2001), ópera con libreto de Joan F. Mira que inauguró la nueva sede del Lliure en Montjuïc;'Sama Samaruck, Samaruck Suck Suck' (2002); 'Lisístrata' (2003), y ‘El compositor, la cantant, el cuiner i la pecadora' (2003).

El 2003, el Teatre Lliure lo nombró compositor residente. "Santos era un artista total y singular, capaz de reunir la escena y la música como nadie", recuerda Àlex Rigola, director del Lliure por entonces. "Pese a su talante surrealista había asimilado, por contraste, todo el rigor de la música". Trabajó con artistas muy diferentes, siempre explorando nuevas fronteras. En 1988 creó la música de ‘Belmonte’, icónico espectáculo de Gelabert-Azzopardi y en el 2011 se unió a CaboSanRoque, exploradores musicales con instrumentos inusuales, en 'Maquinofobiapianolera', y también estrenó en Temporada Alta 'Schubertnacles humits'.

El año pasado una breve biografía de Alicia Coscollano relataba no pocas curiosidades de este hombre tan poco ortodoxo. Como la manía que profesaba a la nota mi-bemol o que muy joven participara como extra en el célebre rodaje de 'El Cid', de Anthony Mann, en Penyíscola. Aunque en escena era feroz, personalmente se mostraba como alguien cercano y con un gran sentido del humor, no tan salvaje como el de sus creaciones. Respecto al piano tenía una relación amor-odio con el instrumento  y no hubo mejor concreción de ese sentimiento que cuando quemó 12 pianos en una inmensa falla a cuenta de un homenaje a Josep Guinovart. De ahí que en las entrevistas soliera alardear de que ninguna casa de pianos se atreviera a alquilarle uno.

Fue el mundo de la escena quién más le mimó y le entendió. Si algo lamentaba al final de su vida era la poca valentía de los teatros de ópera para estrenar sus iconoclastas obras. Ahora ya es tarde para estrenar una de sus bombásticas obras. Al menos, le quedó el consuelo de sus numerosos premios, entre ellos el Premio Nacional de la Música, varios Max, la Cruz de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya, la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes y laa Medalla de la Universitat de València.