CRÍTICA DE CINE

'El sacrificio de un ciervo sagrado': ceremonia perturbadora

Grecia está mal, como media Europa, y el cine de Yorgos Lanthimos se rebela mostrando, de manera lacerante, el origen de ese mal. No es solo económico. Es moral, una devastación de las relaciones humanas

Quim Casas

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En su anterior película con actores anglosajones, 'Langosta', también protagonizada por Colin Farrell, el griego Yorgos Lanthimos reproducía a gran formato el estilo impasible y perturbador que le había hecho famoso con 'Canino', título que significó en el 2009 el nacimiento de un nuevo cine griego tan árido como hiriente.

En 'El sacrificio de un ciervo sagrado' rentabiliza las características de la producción internacional, más cara si cabe (pasar de Rachel Weisz a Nicole Kidman), varía de temática y hace aún más obsesivo su estilo formal, pura geometría en la concepción tanto del encuadre como de las relaciones entre los personajes.

Perturbadora lo es. También algo reiterativa. Lanthimos se toma su tiempo para entrar en materia. Dispone a los personajes sobre un sinuoso tapete social y moral y poco a poco desvela las relaciones entre los más importantes, un cirujano maduro y rico, casado con una eminente oftalmóloga, y un joven de 16 años con el que se cita sin que sepamos bien por qué se citan.

No desvelaremos aquí el origen de esta relación desequilibrada, pero sí que oprime progresivamente la vida familiar y laboral del cirujano hasta cotas insospechadas y trufadas de elementos fantásticos. Bueno, menos insospechadas viniendo de un director como Lanthimos y de una cinematografía como la griega actual.

Lanthimos, como casi todos sus contemporáneos en el cine heleno, se ciñe a una métrica concisa, un hieratismo casi sobrecogedor, unos personajes perdidos y una puesta en escena que potencia aún más su soledad y aislamiento por mucho que siempre estén rodeados de gente.

'El sacrificio de un ciervo sagrado' es tan siniestra como 'Canino', 'Alps' y 'Langosta', los filmes precedentes del director, o como 'Miss Violence' y 'Love me not', las películas de su discípulo más aventajado, Alexandros Avranas. Grecia está mal, como media Europa, y su cine se rebela mostrando, de manera lacerante, el origen de ese mal. No es solo económico. Es moral, una devastación de las relaciones humanas