HASTA EL 21 DE ENERO

La inspiración sumeria de Le Corbusier, Miró y Giacometti

Una exposición de la Fundació Miró con piezas antiguas halladas en yacimientos iraquís y modernas investiga cómo el arte de Mesopotamia influyó en artistas del siglo XX

Figura de piedra sentada en actitud de oración del 2500 a.C. (izquierda) junto a dos esculturas de Henry Moore de 1929 expuestas en la Fundació Miró.

Figura de piedra sentada en actitud de oración del 2500 a.C. (izquierda) junto a dos esculturas de Henry Moore de 1929 expuestas en la Fundació Miró. / periodico

Anna Abella

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Giacometti poseía una copia en yeso de una cabeza del rey Gudea del 2120 a.C., cuyo original ha viajado desde el Louvre hasta una de las salas de la Fundació Miró para mirar de frente a varios de los dibujos que de ella hizo el pintor y escultor suizo, como ‘Naturaleza muerta en el taller’ (1927), en las que destacaba sus grandes y marcados ojos. Es este uno de los diversos ejemplos de la influencia y la fascinación que el arte sumerio causó en artistas de las vanguardias del siglo XX, como Joan Miró, Le Corbusier, Henry Moore o Willem de Kooning, que investiga la exposición ‘Sumeria y el paradigma moderno’

El origen de la muestra se halla en el taller del propio Miró en Mallorca, Son Boter, explica el comisario Pedro Azara. El arquitecto Marc Marín reparó en que las paredes del estudio, como demuestran varias fotografías, estaban llenas de grafitis del artista salpicados de recortes de revistas y fotos colgadas con chinchetas en los que aparecían piezas de aquel antiguo arte mesopotámico, como la máscara de Warka . Su función no era precisamente decorativa sino fuente de inspiración de algunos de los grafitis y de las esculturas con ojos desorbitados del artista barcelonés.     

Efigies femeninas

El interés de Miró por Sumeria, prácticamente desconocido, también se aprecia al ver diversas efigies femeninas de terracota de esa región del sur de Mesopotamia con cuerpo humano y rostro de pájaro que parecen regresar del pasado metamorfoseadas en algunas de las estatuas que el artista compuso con ganchos industriales. 

La exposición, visitable hasta el 21 de enero, reúne una quincena de piezas sumerias originarias de yacimientos del sur de Irak y halladas en las primeras décadas del siglo XX; unas 60 obras modernas (de los años 20 a los 60); un epílogo contemporáneo de Francis Alÿs y Anselm Kiefer (que reflexionan sobre la suerte de la arqueología de la zona), y más de un centenar de fotos, libros, catálogos, postales, carteles y revistas de época que daban cuenta de los hallazgos arqueológicos del Próximo Oriente. 

Fue sobre todo la humanidad que transmitía el arte sumerio lo que cautivó y llamó la atención de los artistas modernos

Estos últimos, que ocupan la primera sala, fueron el canal divulgativo principal por el que los artistas -sobre todo surrealistas como Georges Bataille, David Smith, Henry Moore, Henri Michaux o los citados Giacometti y Miró- descubrieron este arte mesopotámico, antes de que este llegara a las salas de los museos, durante el periodo de entreguerras.

Curiosas son dos ediciones de 1936 y 1956 de ‘Asesinato en Mesopotamia’, de Agatha Christie, donde la popular escritora se vengaba de la mujer del jefe de su segundo marido, arqueólogo, de la que se sospechaba que era un hombre o un hermafrodita y con la que no se llevaba precisamente bien.  

“El sumerio era considerado un arte sencillo, primitivo, anónimo”, hecho mayoritariamente en terracota, que tenía difícil rivalizar, en los años del descubrimiento de la tumba de Tutankamón (1924) “con el egipcio y el grecorromano, con materiales nobles como la piedra y el mármol”, señala Azara. “Sus representaciones antropomórficas no aluden a poderoses dioses, héroes o faraones, sino que son plenamente humanos que expresan humildad rindiendo culto a los dioses”. Y precisamente esos rasgos a priori “negativos”, añade, “fueron las que llamaron la atención de los artistas modernos porque poseía las características del ya agotado arte africano”. Y lo alzaron como “el nuevo primitivismo”.  

Lorca y Le Corbusier ante los zigurats

La escritura cuneiforme fascinó a creadores como Henri Michaux o Batlle Planas porque “expresaba la esencia de las cosas partiendo de dibujos que reproducían las características de lo que nombraban” o “por lo que los signos contaban”, como el poema épico de Gilgamesh, “relato sobre el viaje iniciático del rey de Uruk, de ascendencia divina, que descubre su condición mortal y debe asumirla” en una violenta batalla con los dioses y consigo mismo. “Esa humanidad -continúa Azara- es lo que interesa en plena segunda guerra mundial a muchos artistas”. Como a Willi Baumeister, que pintó reiteradamente la narración.

También se dejan influir por el mito bíblico de la Torre de Babel, forjado desde el zigurat babilónico, Le Corbusier, con su arquitectura monumental (como el proyecto Mundaneum en Ginebra, de 1928) y hasta Lorca, con un dibujo que se incluyó en el póstumo ‘Poeta en Nueva York’, donde trazó los escalonados rascacielos de la ciudad con zigurats. 

Violencia en los sellos cilíndricos

Minúsculos sellos cilíndricos sumerios con escenas de lucha entre héroes y monstruos (tres procedentes del Louvre figuran en la Miró), que “al rodar sobre una superficie blanda como arcilla imprimían su relieve una y otra vez”, cautivaron también a Baumeister y Le Corbusier (un dibujo de 1911 lo atestigua), y al escultor David Smith. Este se basó en ellos, poco antes de la segunda guerra mundial, para sus grandes placas y medallones en bronce con los que denunció la violencia del conflicto.

Las estatuas orantes sumerias -con sus manos juntas y los ojos bien abiertos- inspiraron a Willem de Kooning su serie de óleos y dibujos ‘Woman’ y al británico Henry Moore, sus figuras femeninas, que parecen dialogar con sus ancestros de hace más de 4000 años. Moore, cautivado por la calma que transmitían, ensalzaba en 1935 la “gran sensibilidad por la vida”, el “misterio”, la “grandeza y simplicidad sin adornos decorativos” y, sobre todo, el “profundo elemento humano” que existe en el arte sumerio.