Kamienski estudia el "inexplorado" uso histórico de "Las drogas en la guerra"

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Alfonso Bauluz

Lukasz Kamienski, autor de "Las drogas en la Guerra", considera que pese a su "utilidad" en el empleo táctico, no es posible saber si han sido tan decisivas, pues aún es un campo "inexplorado".

En entrevista hoy con Efe con motivo de la presentación de esta "Historia global" (Crítica), el profesor polaco desmitifica algunas tergiversaciones históricas como la de los "asesinos" de Tierra Santa, de quienes cuestiona que hicieran uso del hachís para mejorar su rendimiento, lo que atribuye a las distorsiones de Marco Polo.

Admite eso sí que el temor a las capacidades de esos "calculadores, competentes, despiadados, disciplinados, insobornables y fanáticos" miembros de la "corriente ismaelí de los nizaríes" se veía acrecentado por ese no demostrado empleo de la droga.

También aclara que las adicciones a las drogas aumentan con su refinado químico, que potencia sus efectos y recorre en la historia su uso, abuso y el reproche social que le acompañan en los conflictos, especialmente en la era moderna, cuando desaparece la parte místico religiosa y se populariza su disfrute hedonista.

Este experto comenta que no es posible contemplar, con los criterios de hoy, el empleo hace siglos, y así duda que el concepto de guerra justa y noble no tuviera también su parte oculta, aquella donde claro que "se emplean tretas".

Y cita como ejemplo el uso de la cerveza o el vino para combatir a los bárbaros, en estado de ebriedad previo suministro interesado, que los romanos usaban como ardid tomado de los griegos.

Para este autor es difícil contrastar hoy, de manera científica, cómo de decisivo fue el empleo de las anfetaminas en la batalla del Alamein donde escribe: "No es fácil evaluar el papel que desempeñó la bencedrina en el triunfo británico".

Los alemanes también tenían su propio suministro al igual que los japoneses en Tarawa, una de las batallas más cruentas en el Pacífico.

Es allí donde considera que fuese "probablemente la primera vez que a los Marines se les suministraba cantidades ingentes de anfetaminas".

Y añade que "las duras condiciones de combate y el encono del enemigo exigían un ímprobo esfuerzo físico y mental. Todo esto podría indicar que quizá las anfetaminas ayudaron a los Marines a derrotar a su temible y fanático enemigo".

Kamienski sostiene sobre el "Blitzkrieg" que "las tropas alemanas nunca volverían a consumir cantidades tan ingentes de estimulantes como en la primavera de 1940, durante la toma de Francia, cuando miles de soldados fueron a la batalla azuzados por las metanfetaminas que les proporcionaban sus comandantes".

Ni se le escapa, que al igual que los nazis, los soviéticos, que también destetaban el empleo de las drogas entre sus modélicos ciudadanos, admitían el empleo de estupefacientes o del alcohol entre los militares si era necesario para el triunfo bélico.

Más allá de si las drogas son empleadas por los soldados como estimulante o relajante, si son autorrecetadas o dispensadas por los propio oficiales, Kamienski aborda la histeria social tras el retorno de los soldados.

Menciona como en el Reino Unido durante la Primera Guerra Mundial la droga "era una peste que al parecer iba a destruir al Ejército británico".

No falta la demonización de los soldados a su regreso de Vietnam, derrota que expone es relativizada mediante la estigmatización de los veteranos, "considerados un grave problema para el patriotismo estadounidense".

Y eso pese a que "no hay duda" de que la CIA con "Arlington Airlines" (por su sede en Virginia) desempeñó "un papel crucial en el tráfico internacional de drogas por motivos políticos".

Como curiosidad, el profesor de la facultad de Estudios Políticos de la Universidad Jaguelónica revela que "podrá parecer sorprendente o difícil de creer, pero a finales de la década de 1930 y durante la de 1940 Finlandia fue el país con mayor consumo legal de heroína".

Puntualiza que pese a las vicisitudes de Polonia en sus dos guerras con los soviéticos "su uso era principalmente terapéutico, estaba controlado, y gracias a ello no dio ocasión a abusos ni derivó hacia un problema social".

Y aún más increíble, concluye, es que "a la vista del abundante uso de heroína, la generosa administración de opiáceos para los heridos y la distribución -mucho más restrictiva- de metanfetamina, el hecho de que fueran tan pocos los veteranos que desarrollaron dependencia resulta francamente asombroso".