EL LIBRO DE LA SEMANA

'Mejor la ausencia', de Edurne Portela: víctimas y verdugos

El ensayo 'El eco de los disparos' sobre la representación de la violencia en el País Vasco tiene su continuidad y ejemplo práctico en la novela 'Mejor la ausencia'

Un hombre pasea por delante de un mural a favor de ETA en Elgoibar (2002).

Un hombre pasea por delante de un mural a favor de ETA en Elgoibar (2002). / RAFA RIVAS

Domingo Ródenas de Moya

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La incomodidad y la incertidumbre han sido siempre los espacios hacia los que arrastra la literatura que no se conforma con ser mera evasión. Son espacios morales y también afectivos porque en ellos los lectores se sienten interpelados y forzados a salir de su indiferencia o su inhibición rutinaria. En el ensayo 'El eco de los disparos' (2016), Edurne Portela analizaba, desde esa perspectiva, las representaciones de la violencia en el País Vasco: la del terrorismo de ETA y la del Estado. Desde su propia memoria de niña que creció en medio del conflicto y hasta un presente rodeado aún de reservas y silencios, Portela reflexiona sobre cómo han tratado el cine y la literatura el problema de una sociedad enferma de violencia y miedo, lo que algunos jóvenes escritores vascos (Jokin Muñoz o Iban Zaldúa) llaman "la Cosa". Pero su principal interés trasciende la mera recreación de una normalidad social inicua para apuntar al efecto que esas ficciones tienen sobre la capacidad de comprensión y empatía del receptor. Portela está convencida de que las prácticas culturales como las películas o las novelas pueden fortalecer la imaginación ética de los ciudadanos, moviéndolos desde la pasividad hacia un compromiso con la reparación de las heridas mal cerradas.

La trama se dirige a ilustrar la imparable destrucción de una familia en los años de máxima dureza del terrorismo de ETA

Podría decirse que el ensayo, valiente y original, muy recomendable, ha tenido continuidad y ejemplo práctico en esta primera novela, 'Mejor la ausencia'. También aquí se transparentan ciertos componentes autobiográficos, pero están integrados en una trama bien resuelta técnicamente que se dirige a ilustrar la imparable destrucción de una familia, la amarga desesperanza que castiga a todos sus miembros (con excepción de Aitor, que encuentra en el estudio y los libros una huida). Para ello, es un acierto la elección de una narradora infantil, Amaya, que va dando testimonio de lo que observa y experimenta desde sus 5 años hasta los 18, con su limitado punto de vista y vocabulario, con su visión del mundo y su sentimentalidad cambiantes.

Los años de plomo

Cada año, entre 1979 y 1992, con el terrorismo etarra golpeando con su máxima dureza, merece un breve capítulo abundante de diálogos. A través de la voz narrativa, que año tras año crece y se corrompe a nuestros ojos, se va delineando la pesadilla de una familia sobre la que han caído todas las plagas: la heroína, el alcoholismo, la kale borroka, ETA, la cárcel, las pintadas amenazantes, la violencia doméstica, los GAL...

Ese retablo de devastación progresiva se va desplegando al compás de una lenta y aflictiva maduración presidida por la figura temible del padre, Amadeo, cuyas idas y venidas (mejor hubiera sido que estuviera ausente, como advierte el título) y raptos de agresividad no se aclaran oportunamente hasta las últimas páginas. Es en estas, escritas mucho tiempo después, en 2009, donde se muestra el reverso del recuerdo, el saldo vital deficitario y el recuento de daños. Amaya ha necesitado regresar a los años de plomo de su infancia y juventud, preguntarse quién ha acabado siendo, qué obstáculos se le opusieron y por qué. Solo la escritura de una novela le permite buscar ese tipo de respuestas, una novela de reviviscencias sin atenuaciones. Edurne Portela logra una narración intensa y plurívoca en la que la incomodidad y la incertidumbre sacuden las emociones y las ideas del lector.