UN ASIDUO AL CERTAMEN

Malkovich, como "en el salón de casa"

El actor, que preside el jurado del festival de San Sebastián, considera "imposible" comparar unas películas con otras

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zentauroepp40265439 gra406 san sebasti n 24 09 2017 el presidente del jurado170926185731 / EFE / JAVIER ETXEZARRETA

Nando Salvà / San Sebastián

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En opinión de John Malkovich, que distintas obras cinematográficas compitan entre sí es una cosa ridícula. Y también lo es que alguien como él se dedique a juzgarlas. "Las películas no son como piezas de solomillo de buey", explica con un habla suave como una pieza de seda china. "Es fácil decidir si un pedazo de carne es más sabroso o está mejor cocinado que otro, pero, ¿comparar películas? Eso es imposible". Malkovich, que este año preside el jurado del Festival de San Sebastián, confiesa sentirse en la capital donostiarra "como en el rincón favorito de casa". Y no solo porque su propia hija aprenda actualmente a cocinar en los fogones del restaurante Arzak; Malkovich ha visitado el certamen regularmente desde que en 1999 le fue concedido el Premio Donostia.

Malkovich tiene una mirada de las que atraviesan el acero y una tendencia al susurro que trae a la mente a Hannibal Lecter; cualidades a las que dio un magnífico uso dando vida al calculador Valmont en 'Las amistades peligrosas', al psicótico asesino en 'En la línea de fuego' y a una versión disparatada de sí mismo en 'Cómo ser John Malkovich', entre otros papeles memorables. "Mi primer profesor de interpretación me enseñó que el peor pecado que un actor puede cometer es ser aburrido, y me he pasado la vida tratando de evitarlo". Y tras abrir una pausa (las pausas al responder parecen ser su pasatiempo favorito), añade: "Pero para entretener no hace falta ni ponerse narices falsas ni perder o ganar 20 kilos para un papel. Soy un actor, no un payaso".

"Para entretener no hace falta ponerse narices falsas ni perder o ganar 20 kilos. Soy un actor, no un payaso"

John Malkovich

Actualmente, la interpretación significa tan solo una pequeña parte de su ocupado tiempo. Malkovich regenta varios restaurantes en ciudades como Lisboa y Tokio; pasa buena parte del año en su villa de la Provenza haciendo Cabernet-Sauvignon con su esposa –"bueno, ella hace el vino y yo me dedico a beberlo, es un buen trato"-, y, aunque nadie lo diría a juzgar por el atuendo que hoy luce para atender a la prensa (un chándal gris), tiene su propia línea de ropa de alta costura.

"No me gusta hablar de lo que hago", aclara. "Es decir, me siento como una trabajadora de la calle que llega a casa por la noche y corre a explicar a su marido qué maravillosas felaciones practicó durante el día". ¿Significa eso que siente haberse prostituido en su carrera de actor? "No, no, obviamente estoy de broma. Pero lo que yo hago no tiene ningún mérito; el tipo que me vende la leche hace mejor su trabajo que yo el mío. Mi único don es que, cuando hago algo, soy capaz de concentrarme al cien por cien en ello".