CRÍTICA DE CINE

Crítica de 'La seducción': álbum de superficies bonitas

Sofia Coppola opta por el recato y el buen gusto para contar una historia de instintos primarios

Nando Salvà

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No suele ser adecuado valorar un 'remake' comparándolo con su modelo, pero en el caso de 'La seducción' es inevitable: Sofia Coppola ha declarado que su nueva película es algo así como el reverso femenino de 'El seductor'(1971), que a su juicio celebraba la mirada viril. Eso, de entrada, no es cierto; entre las dos versiones no hay diferencia de enfoque, sino de tono.

Como la película de Don Siegel, la de Coppola retrata a un grupo de mujeres que, azotadas por sus carencias carnales, pierden los papeles ante la llegada de un hombre que, a su vez, aprovecha la situación para intentar manipularlas. Pero si entonces ellas eran unas histéricas o unas lobas ahora son más modosas y refinadas; y si en la piel de Clint Eastwood él era un depredador sexual y un monstruo, aquí Colin Farrell lo convierte en un panoli y, casi, en una víctima.

De hecho, 'El seductor' era toda ella lujuriosa, macarra y falta de decoro, y de esa perversa manera lograba honrar la furia de sus protagonistas femeninas; Coppola apuesta por el recato y el buen gusto para contar una historia que habla de instintos primarios y por tanto demanda lo contrario. Como resultado, aquí la red de intrigas sexuales, celos y venganza está tan deslavazada que el giro decisivo tomado por el relato carece de pegada; y lo que debería sugerir una espantosa forma de castración es convertido en una cabal decisión médica.

En suma, no hay nada especialmente feminista en 'La seducción'. Su única preocupación parece ser acumular el tipo de planos que quedarían de miedo enmarcados y colgados de una pared: capturar la luz del sol cuando atraviesa la bruma matutina y golpea los sauces, o los inmaculados vestidos de color crema y marfil que las mujeres visten para cenar o trabajar la tierra o usar un hacha. En todo momento se muestra tan compuesta y reprimida como ellas.