CRÍTICA DE CINE
'Rey Arturo: la leyenda de Excalibur': Guy Ritchie saquea Camelot
El cineasta vuelve a las andandas de la desmesura y la falsa provocación
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
El rey Arturo, Lancelot, la reina Ginebra, Merlín, la búsqueda del Santo Grial, Tristán e Isolda, Camelot, los caballeros de la mesa redonda, la espada Excalibur… Son tan atractivos los personajes, escenarios y situaciones del denominado ciclo artúrico que, por supuesto, aceptan todo tipo de interpretaciones. Las ha tenido excelentes en la literatura (John Steinbeck) o el cómic (el 'Príncipe Valiente' de Hal Foster). Y por supuesto en el cine, desde el filme hollywoodiense ('Los caballeros del rey Arturo') hasta la versión bárbara de Antoine Fuqua ('El rey Arturo'), pasando por la distanciación de Robert Bresson ('Lancelot du Lac'), el cine musical ('Camelot') o la revisión estética de John Boorman ('Excalibur').
¿Qué aporta en 2017, en el cine digital, un filme como el de Guy Ritchie? Pocas cosas que no estuvieran en tantos y tantos relatos de ficción o más realistas sobre el personaje. Y las que son de su cosecha, mejor no tenerlas muy en cuenta: el feísmo de su puesta en escena, la fantasía saturada en secuencias como la de la serpiente, la revisión no muy original de algunos personajes y situaciones dramáticas, como el villano incorporado por un estridente Jude Law.
Ritchie es cualquier cosa menos un cineasta comedido. A veces le ha funcionado ('Snatch: cerdos y diamantes', 'Lock & Stock'). En otras, no ('Barridos por la marea'). Su 'Rey Arturo' está más cerca del filme con Madonna que de los relatos de gángsteres sicópatas montados frenéticamente. Ahora que lo creíamos algo restablecido gracias a sus irónicas aproximaciones a Sherlock Holmes y los agentes de CIPOL, Ritchie vuelve a las andadas de la desmesura y la falsa provocación, de la imagen recargada y ampulosa (la cámara aplastando a los personajes en primer plano mientras corren por las calles de la ciudad) y el artificio que ya no es moderno.
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