TRES AÑOS DE VISITAS

Perpinyà presume del amigo Picasso

Una exposición recuerda las estancias del genio huyendo de sus cuitas amorosas a principios de los 50

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NATÀLIA FARRÉ / PERPINYÀ

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En 1953 Picasso pasaba por uno de sus peores momentos a nivel personal. Él, un hombre que jamás había tenido problemas con las mujeres, estaba a punto de ser abandonado por François Gilot, la única de sus parejas que le dejó plantado. El 30 de septiembre, la joven, 40 años menor que el genio, cogió a sus dos hijos, Claude y Paloma, y se largó de casa. Algo que dejó bastante descolocado al septuagenario artista, que por entonces, todo sea dicho, ya había iniciado una relación con la que sería su última mujer: Jacqueline Roque. A esta, la había conocido en 1952, y con ella se trasladó a vivir a La Californie en 1955. Un largo periodo de rupturas y vaivenes sentimentales en el que Picasso tuvo como soporte anímico a otra mujer: Totote, viuda de su gran amigo Manolo Hugué, y como refugio emocional a una ciudad: Perpinyà.

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Allí, el malagueño residió breves temporadas entre 1953 y 1955, y de esas estancias, cortas pero intensas, habla el historiador Eduard Vallès en la exposición 'Picasso-Perpinyà. El cercle de la intimitat 1953-1955', en el Musée d'Art Hyacinthe Rigaud de la ciudad hasta el 31 de mayo del 2018. La exposición reabre el centro después de permanecer tres años cerrado por ampliación. Un crecimiento espacial que ha incorporado al ya existente palacete Lazerme el contiguo palacete Mailly y que pone al día la antigua leyenda según la cual ambos edificios estaban unidos, en el siglo XVIII, por un secreto pasaje que facilitaba los amores prohibidos entre el mariscal de Mailly y la marquesa de Blanes. Esta última, propietaria de la casa antes de que se convirtiera en residencia de los condes de Lazerme y estos, en anfitriones de Picasso.

Fue Totote, una invitada habitual de los condes, la que arrastró a Picasso a Perpinyà. Y con él, a toda su corte. O sea, a sus cuatro hijos (Paulo, Maya, Claude y Paloma); a sus dos mujeres, la que llegaba y la que marchaba, y a los intelectuales, marchantes, artistas y demás que le visitaban allí adonde fuera. A toda esta constelación de personajes, y a las relaciones de cariño que entre ellos se establecieron hace referencia la exposición. "Una muestra que habla de un Picasso muy humano", a juicio de Vallès, no en vano, el genio se encontraba a gusto entre sus nuevos amigos y en un territorio cercano a su país, al que no podía volver. "Perpinyà era para Picasso amistad y catalanidad", sentencia el comisario.

JUGANDO CON UN PALANQUÍN

Lo demuestran tanto el trabajo allí ejecutado, básicamente dibujos sobre servilleteros y papeles recortados, "creaciones de una naturaleza muy íntima y personal", afirma Vallès; como las instantáneas que Raymond Fabre, un fotógrafo con estudio al lado del palacete, tomó de él: Picasso en un palanquín jugando con Claude y Paloma, Picasso recogiendo higos, Picasso en una comida familiar con Françoise y Jacqueline en la misma mesa, Picasso con barretina (tocado que la marquesa Lazerme fue a comprar a Figueres para satisfacer los deseos de del genio)... Todas, fotografías que prueban que a Perpinyà Picasso no acudía a trabajar si no a gozar de sus amistades. De manera que en la ciudad no realizó grandes obras, más allá de los cinco retratos de Paule Lazerme vestida de catalana. Y muchas de las que hizo han permanecido inéditas y ocultas en una colección privada durante 60 años. A la luz han salido, entre otras, un divertido poema surrealista e inconexo ("Qué culito tan bonito tiene el sol" es el primer verso) escrito por Picasso en el Libro de Honor de los Lazerme y una serie de fotografías, también surrealistas,  realizadas por el genio en el estudio de Fabre.

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Aun así, la muestra también reúne óleos esenciales pintados durante esos años, pero no en la ciudad. Ahí están los retratos de Françoise y Jacqueline que evidencian la evolución de la relación que cada una mantenía en el momento con el genio, pues Picasso, a sus mujeres, las pintaba tan esplendorosas al principio del enamoramiento como grotescas al final; y los autorretratos de la 'Suite Verve', en los que el artista se caricatura como un ser ridículo frente a una modelo exuberante en clara referencia a la marcha de François. Con todo, lo más sorprendente son tres películas filmadas por el conde, también inéditas, en las que Picasso aparece con sus amigos e hijos en un entorno totalmente relajado, lo que lleva a Vallès a afirmar: "La historia del arte suele explicarse a partir de grandes cuadros, y aquí se ve como hablan, como ríen, como comen, como se mueven sus protagonistas".