AMBICIOSA INMERSIÓN

El genio transgresor y provocador de Ismael Smith, en el MNAC

El expresionismo y la ambigüedad del polifacético artista, que murió en el manicomio, fueron repetidamente boicoteados en la Catalunya de la primera mitad del siglo XX

Ilustración satírica de Ismael Smith (hacia 1908), procedente del Museo Nacional de Arte Reina Sofía, en la exposición del MNAC.

Ilustración satírica de Ismael Smith (hacia 1908), procedente del Museo Nacional de Arte Reina Sofía, en la exposición del MNAC. / periodico

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Tres inquietantes máscaras esmaltadas, una en rojo, otra en blanco con pelo negro y otra con manchas que recuerdan a la sangre, cierran la exposición ‘Ismael Smith. La belleza y los monstruos’ en el MNAC. Y se vuelven más cautivadoras al saber que fueron de las últimas obras que el artista catalán –un dandi provocador, ambiguo, transgresor y extravagante-, quizá ya presa de delirios mentales, realizó en los 60 en el sanatorio psiquiátrico de Bloomingdale (en White Plains, Estados Unidos). Allí moriría tras 11 años internado y allí le ingresó su hermano Paco contra su voluntad tras ser denunciado porque corría desnudo por el jardín de la casa familiar. Unas cabezas que, según el comisario Josep Casamartina, enlazan con las decapitadas, y a veces sangrientas, de Juan Bautista, que no dejaría de reflejar en joyas, esculturas y dibujos plasmando su obsesión por el “icono de Salomé, la posesión a toda costa”, en que convertía sus Manolas, que a principios del siglo XX ya lucían desinhibidas en toplés.

Ismael Smith (Barcelona, 1886 – Nueva York, 1972) fue un artista total, “complejo y estimulante, excelente en las múltiples facetas que practicó”: la escultura, el dibujo, la ilustración satírica, de moda o libros, la cerámica, el grabado, el diseño de joyas, los exlibris, el diseño gráfico, la pintura..., que “a pesar de tener una historia personal desafortunada no dejó nunca de trabajar” y tuvo una producción enorme, comenta <strong>Pepe Serra, director del Museu Nacional d’Art de Catalunya</strong>, antes de recorrer una “ambiciosa” muestra, que pretende ser “una inmersión en el mundo de Smith”, con más de 400 obras, muchas inéditas. 

UN DANDI

“Smith era un dandi, siempre impecable, que transmitía el mensaje de que era homosexual, aunque no lo dijera, reflejando el deseo, la agresión, los conflictos de la relación de sexos..., con una actitud abiertamente amanerada, en una época conservadora en que ser gay se ocultaba”, explica Casamartina, señalando la pose del retrato que le hizo en 1912 Mariano Andreu Estany vestido de torero, con una flor en la boca y visibles anillos en las manos.   

La exposición, que podrá visitarse hasta el 17 de septiembre y tiene un presupuesto de 225.000 euros, es un “relato estético y biográfico completo”, según el comisario, que revela a un expresionista, con deformaciones a veces grotescas y esperpénticas, cuya provocación y ambigüedad sexual fue rechazada repetidamente por el orden ‘noucentista’ y el clasicismo y academicismo que invadía la escultura catalana en la primera mitad del siglo, que lo marginó. 

No dejaba indiferente, “para unos era repulsivo, para otros espléndido”, y tuvo valedores incondicionales, como Eugeni D’Ors, Raimon Casellas, Josep Pijoan, Francesc Cambó y luego Antoni Tàpies. Pero no fue suficiente: proyectó muchos monumentos (a Albéniz, Granados...) y todos fueron boicoteados. O no los acabó, o no se expusieron o desaparecieron, como el conjunto ‘En abundancia’, presentado y premiado en la Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de 1907, que compró el Ayuntamiento de Barcelona pero nunca llegó a su destino en el nuevo museo de arte de la Ciutadella. 

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También estuvieron a punto de excomulgarle en 1929 por el “escandaloso” Sagrado Corazón “de estética gay, amanerada y afeminada” que presentó para abrir la Exposición Internacional de 1929. Ese fue su último fracaso, que acabó abandonado en el puerto y que, especula Casamartina, quizá acabó en el fondo del mar. 

BUSCANDO LA CURA DEL CÁNCER Y LA MAFIA

En 1931, Smith volvió a Estados Unidos, donde se había trasladado en 1919 viendo que en Catalunya le era imposible integrarse. Allí aparcó el arte para dedicarse obsesivamente al “estudio naíf con métodos naturistas de la cura del cáncer”, que mataría a uno de sus cinco hermanos, con los que vivía y formaba un singular clan familiar multimillonario, que de la maquinaria textil derivó a negocios de armas en la segunda guerra mundial y a contactos con la Mafia, que asesinaría a otro hermano en 1946. La madre y la hermana también murieron aquella década, ya de ruina económica. La debacle fue el manicomio, donde “quedó él solo con sus fantasmas”.       

Los antecesores eran constructores de barcos que se instalaron en Tarragona en el siglo XVIII) y el padre había muerto de pulmonía tras desesperarse bajo la lluvia y el frío por la ruina que supuso la derrota en Cuba de 1898. Smith había sido muy famoso en Catalunya en sus primeros 15 años de carrera. Luego marchó a París entre 1911 y 1914, donde vivió el arte de vanguardia hasta que al estallar la primera guerra mundial (reflejada en dos grandes óleos) regresó a Barcelona, donde hizo varias versiones de figuras de Cervantes donde el escritor se funde con el Quijote. 

No fue ajeno, cuenta Casamartina, a la plasmación del folclore español, tan de moda en la Europa de aquellos años y “sus majos y majas fueron su carta de presentación en Estados Unidos”. “Pero su visión no es la típica. Dialoga con ese mundo, pero Las Manolas se convierten en Salomés en toplés, los tablaos en puticlubs y las escenas de tauromaquia, en el 99% de los casos es el toro el que revienta las tripas al torero”. 

Son piezas de 1913-14, su “momento más separatista”, revela el comisario. “De cuando en una entrada para la Enciclopedia de artistas, decía: ‘Soy catalán, no soy español', y pedía la independencia porque “somos mediterráneos y con eso tenemos suficiente”. Y de su íntimo amigo “Enric, que no Enrique, Granados, escribía en los exlibris que le dedicó, que era compositor catalán de música española”.       

La mitad de las obras de la exposición proceden del MNAC, el resto, de donaciones como la que Enrique García-Herraiz hizo en 1980 a petición de uno de los hermanos, del Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, la Fundación Mapfre, la Palau, el Museu d’Art de Cerdanyola o la Biblioteca de Catalunya.