LA DEFENSA

El álbum-río que lo cambió todo

'Sgt Pepper's' es la quintaesencia del genio del grupo más influyente de la música pop

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CARLES ESTRADA

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Hay quien dice que el Sargento Pimienta debería disfrutar de un merecido retiro en el hogar para suboficiales de su graciosa majestad. Incluso algunos afirman que cuelgan demasiadas medallas de su chaqueta. Pero es que la gente ya no cree en nada y quema a sus ídolos con tanta rapidez y alegría que, con tanto fuego, al final, el mundo se parecerá a 'Farenheit 451'.

Resulta fácil imaginar la sinopsis: en una sociedad distópica en la que la buena música es considerada un peligro, los elepés están prohibidos. La música ya solo se consume como pequeñas píldoras de felicidad, en forma de canción y en formato mp3. Yo tengo claro que me uniré a las personas-elepés, esos rebeldes que, para preservar la memoria de los discos que ese mundo feliz en el que vivimos quiere destruir, se aprenden de memoria un disco magistral. Yo, por supuesto, seré 'Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band'.

Medio siglo después de su publicación seguimos preguntándonos si merece todavía ser considerado como la obra maestra que cambió la música pop. Y es que 'Pepper’s', como un atleta de fondo, sigue corriendo sin desfallecer, dejando atrás, año tras año, a sus pretendidos competidores.

'Pepper's' lo cambió todo: revolucionó el concepto de portada y la manera de grabar y arreglar las canciones e inventó, con permiso de Brian Wilson, el álbum-río (colección de canciones con un vínculo común) a la manera de un Marcel Proust lisérgico en busca del tiempo perdido. Poner la aguja en los surcos del 'Sgt. Pepper's' es como mojar la madalena en una taza de té. Todavía tiene la virtud de devolvernos como por arte de magia a la época más creativa de la música pop, a su momento cumbre, a ese 1967 en el que los Stones, los Who, los Kinks, los Small Faces y Pink Floyd, por citar a algunos de sus coetáneos británicos, ponían el listón tan arriba que había que dar el máximo de uno mismo para subir a lo más alto del podio.

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Como todas las obras maestras, su valor no reside solo en sus propias virtudes, sino que puede atribuirse el honor de haber provocado una avalancha de talento creativo de tal magnitud -en cualquier disciplina artística- que ningún otro disco, ni por asomo, puede permitirse discutirle la jerarquía.

Si los Beatles son, sin duda, el grupo más influyente de la música popular, su obra cumbre, ese disco por el que abandonaron las giras para encerrarse durante meses en los estudios de Abbey Road junto al productor George Martin y concentrarse en exprimir su talento al máximo, es la quintaesencia de su genio; un destilado que con el paso de los años no solo no pierde su sabor sino que gana en 'bouquet'.

Dicen algunos que la industria de la música mató a Bambi con 'Sgt. Pepper's'. Que ya nada volvió a ser igual. Que al pop le bajaron las bragas y perdió la inocencia. Y sin embargo, cuando The Beatles sacaron como adelanto el 'single' 'Strawberry fields forever' / 'Penny lane', no consiguieron, como tenían por costumbre, llegar al número uno. Ese es el riesgo que conlleva ser un adelantado a su tiempo. Esa es la gran contribución de este disco magistral: convertir una obra de vanguardia en superventas, porque, no podía ser de otra forma, al final acabarían vendiendo millones de 'sargentos pimienta'. Que todavía hoy EMI nos siga ofreciendo el mismo menú con diferentes postres es un pecado que no debería imputarse a los artistas.

Déjenme pues afirmar desde estas líneas que 'Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band' debería ser una asignatura obligatoria para cualquier aprendiz de artista, el mejor disco de la historia por su calidad y por su repercusión. Pero no el mejor de The Beatles. Ese honor, para los que somos fans de la banda, se lo lleva el doble elepé que publicaron por separado entre 1965 y 1966: 'Rubber Soul' / 'Revolver'.