HOMENAJE A UN HERVIDERO MUSICAL

Manchester: alma norteña

La ciudad herida por el último ataque terrorista es la ciudad de los clubes y la subcultura juvenil. Templo del baile y el meneo, termitero de bandas míticas (desde lo mod y beat al acid house pasando por el post-punk: de The Hollies a Oasis, pasando por Buzzcocks), pionera en mucho, crucial por casi todo. 'Don't look back in anger' ('No mires atrás con ira'), tema de los hermanos Gallagher, se ha convertido estos días en el himno del dolor de los mancunianos.

BUZZcOCKS

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KIKO AMAT

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Manchester siempre ha ido de bandas y clubs y discos. Pandilleo y pavoneo, ropa cegadora, sonidos raros. Subcultura juvenil inglesa, 100% norteña, que de repente revienta como un globo lleno de pintura y salpica al mundo. En Manchester los jóvenes son los amos del cotarro. Ya desde la época victoriana, cuando los Scuttlers (una de las primeras jaurías de delincuentes juveniles con 'look' propio) dominaban la tierra. Algo burbujea bajo las alcantarillas: las ansias de conga, la electricidad de los instrumentos, el 'bzzz' de los códigos secretos y los ritos de afiliación. Manchester siempre se ha llamado a sí misma «la capital del clubeo inglesa», y con razón. Quizás tenga menos clubs (en número) que Londres, pero Manchester tiene más clubs por persona y metro cuadrado.

¿De dónde sale todo este talante 'no-iba-a-salir-pero-me-lié'? ¿Por qué en ese tobillo del cosmos, una ciudad no muy de postal y con un clima anti-humanos, la población hace gala de esa inaudita predisposición por el meneíllo? Quizás sea el contacto directo con la costa este americana, los discos y bailes y aromas que llegaban por vía transatlántica. Quizás sea la numerosa población jamaicana, los 'sound systems' que proliferaron como el musgo, inundando las noches de verano con calypso y blues. Quizás sea el tradicional asociacionismo de clase obrera, que hace piña cuando van mal dadas. Quizás sea el desinterés por Londres y sus caprichos, que ha gestado bandas y tribus sin equivalente en el sur. O tal vez se trate solo de que, como sucede en nuestra València, nadie allí quiere irse a dormir. Jamás.

EN LOS 60

Empecemos por los 60. Liverpool se llevó el pato al agua y poseía el gentilicio, pero de Manchester salieron The Hollies, Billy J. Kramer & The Dakotas, y también Herman's Hermits y los tontuelos Freddie & The Dreamers. Dicho así parece territorio fifi, pero rasquen un poco y aparecerán avatares de la cosa mod dura y negra y obsesiva: héroes underground como St. Louis Union o The Richard Kent Style, duques del pantalón de cintura baja y el alarido soul, con discos que hoy valen lo que un pequeño utilitario. Wimple Winch, el grupo más violento y protopunk de lo mod, no eran de Manchester, pero la ciudad les acogió. Uno de los mejores compositores pop de los 60, Graham Gouldman, era nativo e hizo sus primeros pinitos jazz-mod en los locales The Mockingbirds.

En Manchester son cabezotas. Esa terquedad, unida a la pasión por la música negra, gestó el northern soul, una de las más fascinantes subculturas europeas de posguerra. Clase obrera, anti-arty, sin grupos ni poses: solo pasión. El northern soul iba de discos de soul raro, hermandad, anfetamina y baile acrobático. Todo muy mod, solo que sin los zapatitos. Manchester fue el eje. No tuvo la «mejor discoteca del mundo», como su vecina Wigan, pero sí el club especializado en soul y R&B más mítico: el Twisted Wheel. Los mejores artistas negros debutaron allí. Suya fue la primera sesión de toda la noche del Reino Unido. Una placa aún señala el viejo edificio, «'birthplace of northern soul'».

EN LOS 70

Los setenta trajeron una cierta desilusión y fofez a la ciudad (Sad Cafe, 10cc), pero el punk aportó la vacuna, dando brincos y blandiendo la hipodérmica. El punk mancuniano es insolente, divertido, muy pop, muy de retranca: Buzzcocks son el epítome. Canciones de amor frustrado y camisas pop-art y un cantante con voz de becerra y apellido de poeta. Y autogestión, siempre: sello propio, fanzine propio. Nada de llamar a las grandes compañías de allá abajo.

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La semilla Buzzcocks germinó como los árboles de aquel Astérix, de la noche a la mañana y sin control parental. El postpunk de la ciudad tiene fama de cenizo -por Joy Division, que sí acarreaban una cierta aureola sepulturesca; The Durutti Column, que sonaban como Satie de resaca- pero también exuda melancolía y humor 'kitchen sink' (The Smiths), pachanga con silbatos y crema solar (A Certain Ratio) o pop electrónico cada vez más lúdico (New Order). Y mala leche, como la de The Fall, el grupo que vestía normal, y el acento nasal de su líder Mark E. Smith, grano en el culo del rock. MagazineLudus, grupo favorito de Morrissey (y míos). Los inescuchables Big Flame, favoritos de Manic Street Preachers. The Distractions, The Freshies, Stockholm Monsters, Blue Orchids…

INSIGNIA DEL 'MADCHESTER'

Tras ellos vino el diluvio. En los 90 llegaron Oasis, indie 'supersized', sin la gracia o cultura de sus predecesores inmediatos, pero con mucha jeta y unos cuantos riffs medio Lynyrd Skynyrd, medio Free, afiliación futbolera y ropa que parecía que les hubiese prestado un pívot de la NBA. Oasis fueron el grupo más grande del mundo, y eran de Manchester. The Stone Roses y Happy Mondays también. Iban peinados como setas, pero no salían de debajo de una: los tres grupos insignia del 'Madchester' tenían vínculos de adolescencia, familia o armario ropero con subculturas de cariz mod, northern o scooterista local. Discotecas de importación, vespas con tíos, etc. Eran como los hermanos pequeños de los mods de los primeros 80, y redujeron el credo modernista a su mínimo esquelético: baile y drogas a destajo y algunos trapitos de marca (talla XXL).

El célebre club The Hacienda hizo de puente entre el post-punk de Factory Records y la contagiosa cultura rave y acid house (808 State, pioneros del género: Manchester hasta la médula). The Hacienda pasó de capillita anglicana (vacía, austera, malrollera) a catedral góspel-con-despiporre del house y el tecno, dulce o ácido daba igual. Una nueva mutación de la vieja estirpe: de The Twisted Wheel a The Hacienda. Misma pasión subcutánea, mismos ritos, misma juventud. Solo cambiaron las herramientas. Desde entonces la leyenda continúa, imparable; no es algo que se pueda aplastar. Permanecerá.