Sherry Turkle: "Hemos perdido la capacidad de estar solos"

Entrevista a la profesora del MIT, autora de 'En defensa de la conversación'

La psicóloga Sherry Turkle es especialista en la interacción del ser humano con la tecnología.

La psicóloga Sherry Turkle es especialista en la interacción del ser humano con la tecnología.

JUANCHO DUMALL / BARCELONA

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La cultura digital nos permite estar continuamente conectados. Pero ¿no hemos perdido con el uso intensivo de móviles y tabletas la capacidad de comunicarnos cara a cara? Ese es el dilema que plantea Sherry Turkle, psicóloga e investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en su ensayo 'En defensa de la conversación', que en España ha editado Ático de los Libros. Turkle contesta a un cuestionario planteado por EL PERIÓDICO.

Usted no defiende posiciones antitecnológicas, pero alerta de los riesgos del uso intensivo de los dispositivos digitales. ¿Cuáles son esos riesgos? Quiero aclarar que mi posición con respecto a los teléfonos móviles u otras herramientas digitales no es de censura: creo que nos permiten maneras de relacionarnos y de estar en contacto de las que no disponíamos hasta ahora, y eso es positivo. Sin embargo, no debemos perder de vista que son solamente eso, instrumentos o herramientas, un medio por el cual se transmite la comunicación, pero que no deberían sustituir a la comunicación como ahora mismo está sucediendo. El hecho de que un emoticono sustituya a una formulación más desarrollada sobre el estado emocional que sentimos no es bueno, porque es un exceso de síntesis extremo. No es razonable expresar un estado de ánimo complejo con un dibujo simple: es una infantilización peligrosa de nuestra psicología.

Se pierde la conversación cara a cara entre amigos, entre padres e hijos, entre compañeros de trabajo, entre alumnos y profesores. ¿Qué consecuencias tiene este déficit? Incalculables. Todos hemos experimentado lo que pasa durante una cena de amigos, en la que, si hay más de cinco o seis personas, indefectiblemente llegará un momento en el que dos o tres de ellas se sentirán autorizadas para comprobar su móvil en plena velada, a pesar de que están con sus amigos para compartir un rato agradable. O en el trabajo: hay empresas en las que, a pesar de que los trabajadores cuentan con espacios comunales para comer, prefieren comer solos delante de sus pantallas, con cascos que los aíslan de su entorno. En las escuelas se está detectando grandes dificultades por parte de las generaciones nativas digitales para realizar una presentación verbal de sus trabajos o para entrar en un debate de ideas.

¿Qué le parece que ahora nos demos los pésames, nos felicitemos los cumpleaños o rompamos con nuestra pareja a través de un mensaje de Whatsapp? Ha sido un proceso natural. Como decía: no es que nos hayamos puesto de acuerdo todos para comunicarnos así, es que el fomento del uso de los móviles en la esfera laboral, por motivos económicos, de ahorro de tiempo, de gestión supuestamente más eficiente de la información, se ha extendido también a nuestra vida cotidiana. Mandar un mensaje de relativa simplicidad emocional, como un «cumpleaños feliz», no es el problema. Pero gestionar una ruptura sentimental mediante un mensaje de Whatsapp, como usted dice, es un grado más preocupante de la infiltración de los medios en la manera que utilizamos para formular nuestros sentimientos.

Afirma usted que el uso del móvil y las redes sociales nos quita soledad y capacidad de introspección, de conocernos a nosotros mismos. ¿Es el teléfono una droga de nuestros días? Esa es una muy buena manera de explicar el efecto que generan las pantallas en la mente humana. Los aparatos que tenemos en nuestra mano, literalmente, todo el día, están diseñados para captar nuestra atención de manera unívoca, para que consumamos sus contenidos. El contenido nos distrae, nos abruma con información, datos, imágenes. Eso tiene dos consecuencias. Por un lado, perdemos la capacidad de estar solos, cómodos con nuestra soledad. La segunda consecuencia es más sutil: debido al volumen de información, cada vez significa menos, deja de tener impacto emocional. La fotografía de la niña huyendo de la bomba atómica está grabada en nuestra retina histórica como una de las imágenes icónicas del siglo XX. Pero ¿cuántas imágenes hemos visto ya de heridos en conflicto, de refugiados…? Son muy pocas las que recordamos.

En las redes nos fabricamos un 'falso yo', con una personalidad más brillante e imaginativa que la del 'yo real'. Luchamos, dice, por conseguir más mensajes de 'me gusta'. Creo que hay que ser muy conscientes del impacto que la cultura del 'falso yo' tiene en los adolescentes: los coloca en una posición insostenible, de tensión entre la realidad y lo que la presión social y de sus amigos les obliga a proyectar. Y eso también les sucede a los adultos.

¿Vivimos en Twitter, Facebook y otras redes en un micromundo donde la opinión está sesgada porque, como explica usted, «oímos las ideas que ya nos gustan»? La burbuja o filtro digital es ciertamente un fenómeno estudiado y real: dado que podemos escoger a quien seguimos en las redes sociales, optamos por las personas que comparten nuestra ideología, y paulatinamente nuestro mundo pierde matices, nos exponemos menos a la disensión y a opiniones distintas. Eso, por un lado, reduce nuestra capacidad para el debate, para el intercambio de ideas; y por otro, genera situaciones de sorpresa cuando nuestra opinión (política, por ejemplo) resulta ser la perdedora, pues al estar rodeados de personas con nuestra misma actitud creemos que todo el mundo es así.

Asegura que los niños de hoy tienen menos capacidad de hacer el esfuerzo continuado que supone leer un libro. ¿Estamos ante una amenaza para la cultura? Sin el menor género de duda, y no solamente les pasa a los niños o los adolescentes. En mi libro cuento el caso de una profesora que un día decide volver a leer, por placer, un libro de Herman Hesse que había disfrutado mucho. Se trata de una mujer con formación universitaria, acostumbrada a leer documentos en pantalla, a corregir trabajos, rodeada de debate intelectual… Y sin embargo se da cuenta, con pavor, de que su vida digital ha hecho mella en su capacidad de concentración: la lectura de las páginas que tanto placer le habían causado se le hacía ahora pesada, tenía que detenerse para releer y asegurarse de que entendía el significado del texto. Es un hecho innegable a estas alturas que la lectura digital no precisa y no genera el mismo tipo de concentración que la lectura en papel, y eso simplemente es un dato.

Tiene usted una opinión dura sobre la multitarea, es decir, sobre la costumbre de hacer varias cosas a la vez, como consultar nuestro correo electrónico mientras estamos en una reunión, etcétera. La ilusión de la multitarea ha sido muy perjudicial para el trabajador. Se ha fomentado la idea de que tener mil pestañas abiertas en la pantalla, hablar por un chat y escribir un 'mail', mientras se prepara un archivo de Excel, es algo perfectamente normal e incluso deseable. Pues bien, es como querer alcanzar ese 'falso' yo de los selfis: se trata de un ideal que solo nos llena de insatisfacción, porque la mente humana simplemente no está hecha para la multitarea, especialmente no desde un prisma laboral.

¿Aconseja dejar nuestros móviles fuera de las reuniones, comidas familiares o clases en el instituto? En el campo de la educación, que requiere la concentración del estudiante para interactuar con las propuestas del profesor, para entender en profundidad los conocimientos que está transmitiéndole, es obvio que los móviles no son necesarios. Pero es que incluso el tomar apuntes con el ordenador se ha convertido en algo discutible: los estudiantes se obsesionan por apuntar hasta la última coma y no registran realmente lo que les está diciendo el profesor, no lo asumen. Si hablamos de reuniones familiares, de momentos de relación personal entre miembros de una familia, yo abogo por eliminar la presencia de móviles en la mesa de la cena. Es importante que se refuercen los vínculos emocionales reales entre padres e hijos, y eso pasa por la conversación.

Alerta en su libro de que nuestra intimidad, nuestra privacidad, está en peligro. ¿Es una amenaza para nuestra libertad? Esto es complicado, ciertamente, porque uno de los supuestos beneficios de las redes sociales, por su propia definición, es socializar la experiencia, compartirla y comentarla con los demás. De hecho, se puso de moda de manera muy orgánica que los usuarios de Twitter comentaran los programas de televisión que veían en sus pantallas en tiempo real. Pero el negocio de las redes sociales pasa por el tráfico de datos, y eso nos convierte a nosotros también en mercancías que se compran y se venden. De ahí la amenaza contra nuestra privacidad y nuestra intimidad: hay que ser muy conscientes de ello.

¿La llamada 'política on line', con el uso de millones de datos para buscar el voto de los ciudadanos, es una amenaza para la democracia? ,Hemos visto casos muy preocupantes recientemente en la política norteamericana, y desde luego es una situación en la que el marco legal y los mecanismos de prevención de la manipulación tienen que adaptarse a un mundo que cambia constantemente y a gran velocidad. Digamos que estamos presenciando una revolución en tiempo real.

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