ENTREVISTA

Filastine: "Solo estamos reordenando las sillas del 'Titanic'"

El artista estadounidense afincado en el Raval y la indonesia Nova Ruth presentan en Apolo su nuevo espectáculo de música electrónica y compromiso social

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NANDO CRUZ / BARCELONA

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Hace una década que el estadounidense Grey Filastine estableció su base de operaciones en el Raval. Junto a la indonesia Nova Ruth ha actuado en medio planeta y el sábado estrena en Apolo su nuevo espectáculo con proyecciones, un bailarín y su inseparable carro de supermercado, icono de una música que recoge y recicla sonidos de todo el mundo. Su disco 'Drapetomania' centra la mirada en zonas devastadas del planeta y gentes expulsadas de la civilización.

¿Por qué hacen música? (Nova): Tenemos visiones muy opuestas sobre esto. Para él es un medio con el que expresar algo. Para mí también, pero además es algo más sentimental.

(Grey): Yo tengo una forma muy práctica de hacer. No veo la música desde un punto de vista nada poético ni como algo mágico. Es como aprender un idioma.

(N): La familia de mi madre tiene un pasado chamánico. Para mí, la música tiene la capacidad de curarme. Sé que suena algo loco, pero yo creo en ello.

¿Sigue creyendo en ese poder a pesar de publicar música hecha con instrumentos tan poco chamánicos como el ordenador? (N): Grey cree más en las frecuencias, pero cada frecuencia tiene su rol en la vida. Para ahuyentar a un perro usas una, si quieres dormir, necesitas otra.

¿Componen pensando más en frecuencias y texturas que en estilos? (G): Sí. El ritmo solo es tiempo dividido por pequeñas distorsiones de ruido que son los sonidos. Y he dedicado mi vida a estudiar cómo dividir el tiempo.

(N): En cambio, yo trabajo más con las melodías. O con los recuerdos.

¿Cómo deciden qué estilo musical practican? 'Drapetomania' está etiquetado como 'future bass'. (G): Cuando el dubstep estaba de moda, pusimos dubstep. Etiquetamos nuestra música con la palabra que más funciona ese año. Para la distribución digital has de escoger un estilo principal y un subgénero. Hubo que elegir entre electrónica o músicas del mundo. Y dentro de electrónica solo había techno y subgéneros techno. A veces siento que somos el tipo de gente que hará que dentro de diez años exista un término nuevo. Otras veces pienso que estamos eternamente jodidos y sin hogar.

¿Por qué descartaron el término músicas del mundo? (G): Porque es casi un insulto.

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Creo que sí hacen música del mundo, música que describe un mundo que no queremos asumir: asfixiado por el consumismo, víctima de la degradación ambiental, donde la gente huye sin destino… (N): Son cosas distintas. Una cosa es el tema del que hablan las canciones y otra es la música que hacemos. Antes de conocer a Grey pensaba que jamás había oído nada igual. Tres años después mucha gente hacía cosas parecidas. Seguimos haciendo una música en la que es difícil determinar las influencias.

(G): Y ahí entra el término 'exótico'. Mucha gente detecta ese toque exótico o de músicas del mundo. Hay elementos árabes e indonesios en nuestra música, pero también hay patrones rítmicos muy occidentales. Solo te sonará exótico si nunca sales del sitio donde vives, pero si viajas suena de lo más normal.

¿Qué panorama del mundo expone 'Drapetomania'? (N): 'Miner' habla de las minas de azufre de Indonesia. Es un trabajo muy duro y muy mal pagado. La gente camina kilómetros para extraer azufre. Fui a una conferencia contra las minas de carbón y era increíble lo que contaban allí, la de gente que está implicada, la cantidad de agua que están contaminando.

(G): Cada canción tiene su historia. 'Cleaner' habla de ese oficio también muy precario que consiste en limpiar estructuras gigantes, como piscinas, que a veces ni necesitan ser limpiadas; lo cual le da un punto más existencial.

(N): 'Perbatasan' es la historia de un traductor afgano que trabajaba para el ejército inglés. Los talibanes lo amenazaron de muerte, tuvo que escapar y acabó en la jungla de Calais. Lo conocimos cuando fuimos a actuar allí.

'Drapetomania' alude al diagnóstico médico que recibían los esclavos que querían escapar, como si fuese un trastorno mental. Su disco parece un catálogo de distintas formas de esclavitud del siglo XXI. (G): Cientos de años atrás tenías que capturar a gente de África y llevarla a otro continente a trabajar, mientras que ahora la gente se juega la vida, paga dinero, corre riesgo de ser violada y golpeada por la policía y tal vez morir ahogada con tal de llegar a Europa. Y todo para conseguir los peores trabajos. O para recoger basura por la calle. Suena bastante peor que la esclavitud.

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¿Qué relación ha tenido con los chatarreros de Barcelona, sobre los que también han compuesto la canción 'Chatarreros'? (G): Yo mismo he vivido un tiempo de recoger material de la calle y reciclarlo. Cuando llegué a Barcelona me llamó mucho la atención cómo este trabajo era casi invisible a los ojos de la gente. Son como esculturas gigantes y rodantes que cruzan la ciudad. Conocí las naves de Poblenou donde vivían y reciclaban el metal. También pinché en apoyo a una nave que iban a desalojar. Y grabé sonidos para una web de apoyo a un calendario con fotografías de chatarreros como los que hacen los bomberos.

(N): Fue esa fotógrafa la que nos propuso ir a actuar a la jungla de Calais.

No están en contacto con las típicas personas y entornos con los que se relaciona la mayoría de extranjeros que se instalan en Barcelona. (G): ¿El mundo guiri? No. Y no ha sido fácil. Crear esta comunidad ha sido un trabajo de diez años desde que llegué a Barcelona. Hemos conocido gente local y de otros países además de los nuestros con la que trabajar. El vídeo de 'Chatarreros', por ejemplo, lo filmó Xavier Artigas, el director de 'Ciutat morta'.

¿Cómo ha afectado su vida la existencia de las fronteras? (N): Principalmente, en lo psicológico. Hasta ahora solo podía estar tres meses en Barcelona. Entonces, tenía que volar a Yakarta y gestionar el visado. Siempre es un largo proceso que me roba mucho tiempo y me provoca estrés.

(G): Yo puedo entrar en cualquier país sin problema, pero ella ha tenido que ir a Yakarta y volver porque no podía volar de Barcelona a Túnez directamente.

Viven en el Raval. ¿Cómo ha cambiado el barrio en estos diez años? (G): Vivimos en primera línea de la gentrificación. Se está convirtiendo en un no lugar donde paquistanís venden figuras de toros y bailaoras flamencas hechas en China a turistas rusos. En mi calle ya hay dos tiendas de camisetas y abanicos. Mientras, los restaurantes senegaleses desaparecen. También ha cerrado el sitio de harira. Al dueño le subieron el alquiler un 300%.

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¿Cree que en cien años los libros de historia hablarán del capitalismo como una de las etapas oscuras de la humanidad o que nadie podrá escribir esos libros porque el planeta habrá quedado exterminado? (G): Una de las razones por las que decidí vivir en Barcelona y aún sigo aquí es que existe conciencia y activismo a muchos niveles. Desde los abuelos de la asociación de vecinos de la Barceloneta hasta el chaval de 14 años que descubre su primer disco de punk, hay algo que ayuda a tener cierta esperanza y optimismo. La gente lucha para crear infraestructuras que mejoren nuestra existencia. Pienso en el Ateneu La Base, Can Batlló, el Ateneu Nou Barris...

No sé si los nacidos en Barcelona tiene esta visión tan optimista.(G): Eso es porque no viven en otros lugares. Es difícil percibirlo cuando siempre has vivido aquí y sabes que tu ciudad se ha ido consumiendo en los últimos 25 años, pero sigue siendo mejor que muchas otras ciudades. Aunque, claro, visto a gran escala, solo estamos reordenando las sillas del 'Titanic'. Nos enfrentamos a una catástrofe natural de la que no sé si somos conscientes.