TRIBUNA

Del brazo con Eduardo Mendoza

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JAUME COLLBONI

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Todas las ciudades tienen sus cronistas. Personas que las explican y relatan desde puntos de vista diversos: desde su patrimonio arqueológico; desde la trayectoria de sus familias ilustres o quizá de aquellas que lo son menos pero han determinado su historia; desde sus tiendas y bares singulares, carteles que identifican épocas, tendencias y epopeyas; desde sus barrios finos o desde las sombras de sus rincones oscuros. Barcelona tiene sus cronistas y no pocas veces estos acaban siendo jueces de su propia historia. Lo que no todas tienen -y Barcelona bien puede presumir de ello- son cronistas literarios que retratan la ciudad toda vez que la imaginan y la reconstruyen. Esos cronistas no la juzgan, simplemente la explican. 

Eduardo Mendoza es el gran cronista literario de la ciudad y sus libros nos permiten recorrerla más allá del interés de una historia concreta que empieza y acaba en cada una de sus páginas. Hay muchos autores que sitúan sus libros en Barcelona. Cervantes ya hizo viajar al Quijote a nuestra ciudad para vivir una parte de sus aventuras -y para desvivirlas- cuando el Caballero de la Blanca Luna le derrota en un una cruel pelea en las playas de la Barceloneta. Después lo han hecho centenares de autores y de todo ello ha surgido una ciudad de profunda tradición literaria y editorial.

DE LA BURGUESÍA A LOS BAJOS FONDOS

Pero Mendoza es otra cosa. Quizá porque no soy capaz de imaginar la Barcelona de nuestros bisabuelos sin la atrevida osadía del desclasado Onofre Bouvila, o los turbios manejos económicos de la empresa Savolta en la primera guerra mundial. Quizá porque nadie ha descrito el discreto encanto de la burguesía barcelonesa con tanta ironía o ha mostrado el sinsabor de los barrios bajos con tanto humor.

Ese detective maniático, huésped eterno de manicomio, emparentado con putas alegres y tronados malhechores llamado Ceferino -confesado alter ego de Mendoza, por supuesto- y caricato lúcidamente despistado que nos facilita un viaje a la Barcelona que existió y está en trance de desaparecer. Perdido entre aceitunas o buscando señoras en el tocador, Ceferino Sugrañes es la perfecta metáfora de una ciudad inevitablemente reñida con ese trasiego del tiempo al que llamamos modernidad.

LA MIRADA DEL 'NOUVINGUT'

Eduardo Mendoza nos ofrece más. Mucho más. Un extraterrestre hilarante llamado Gurb -curiosamente tuneado en la imagen de Marta Sánchez- que observa las calles de Barcelona desde la ingenua incomprensión del 'nouvingut', bien sea como un ejercicio de estilo sobre la literatura del humor puro, bien como una sátira profunda sobre la absurda evolución de nuestra sociedad.

De la Barcelona de las pistolas (y los prodigios), a la de una burguesía que adopta con naturalidad la cómoda tranquilidad del franquismo (una comedia ligera) hay un corto trecho. De esta narración, Mendoza se inventa un personaje que vuela solo: la ciudad.  

Confieso que con Mendoza, como lo harán con seguridad miles de ciudadanos, tengo una curiosa sensación que solo es comparable a  la que siento por las películas de Woody Allen. Cada libro de Eduardo es un paso más en mi inevitable romance con Barcelona, del mismo modo que cada película de Allen -generalmente anual- es un paso más en mi cronología sentimental.