CRÍTICA DE CINE

'La vida de Calabacín': bella, dulce y elocuente

La película de Claude Barras es una de las mejores cintas de dibujos animados estrenadas en los últimos años, y eso que la cosecha reciente es magnífica

QUIM CASAS

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La expresividad de los personajes de 'La vida de Calabacín' es tan sencilla como emocionante. Son media docena de niños internados en un hogar de acogida nada dickensiano, hasta luminoso, con profesores y directora entrañables. Pero los chavales están ahí por culpa de la locura, borrachera o violencia de sus respectivos padres. El primer largometraje del cineasta de animación suizo Claude Barras es tierno y delicado pero nada complaciente, pese a que se cierre con imágenes esperanzadoras, algo así como una cierta calma tras una contenida tormenta.

El drama, ribeteado con elementos cómicos, está a ras de tierra, sin complejos, artificios ni medias tintas. La animación es bella, dulce y elocuente tanto en los movimientos y decorados como en la gestualidad de los niños cuando musitan en silencio su tristeza o cuando se rebelan con violencia contra el mundo que les ha tocado vivir. El resultado: un poema animado, de las mejores cintas de dibujos animados estrenadas en los últimos años (y eso que la cosecha reciente es magnífica, con títulos como 'Anomalisa''El cuento de la princesa Kaguya''La tortuga roja' o 'Batman: la LEGO película').

En el guión de 'La vida de Calabacín' ha participado la realizadora francesa Céline Sciamma. Sus dos trabajos tras la cámara con imagen real, 'Tomboy' y 'Girlhood', ya hablaban de infancias y adolescencias complicadas, en torno a la orfandad, la cuestión racial o la identidad sexual. Su participación en el filme de Barras se antoja fundamental: el temple dramático puede deberse a ella, mientras que la emoción cromática, de formas, espacios, volúmenes y rostros, es responsabilidad plena del realizador.