CRÓNICA TEATRAL

Fantasía y canto al teatro para la nueva Beckett

Oriol Broggi insufla su particular universo a 'La desaparició de Wendy', la mirada a la infancia de Benet i Jornet

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JOSÉ CARLOS SORRIBES / BARCELONA

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La solemnidad de las grandes ocasiones, muy merecida esta vez, marca el estreno de la sala principal de la nueva sede de la Sala Beckett, en la calle de Pere IV de Poblenou. La casa de los nuevos autores teatrales catalanes ha abierto sus puertas con el padre de todos ellos, Josep Maria Benet i Jornet. Una especie única, según el director de la Beckett, Toni Casares, de unos días lejanos en los que la dramaturgia catalana vivía en la absoluta precariedad. 'La desaparició de Wendy' fue el encargo que le hizo Casares a Oriol Broggi para homenajear a Benet i Jornet  y celebrar que Barcelona tiene un nuevo teatro. En este caso, además, se trata de un formidable espacio escénico, llamado a potenciar la ejemplar trayectoria de la pequeña sala que abrieron hace 27 años en un callejón de Gràcia José Sanchis Sinisterra y su Teatro Fronterizo.

Con 'La desaparició de Wendy', Broggi sigue el curso de sus últimos montajes, en los que la dramaturgia está definida por la búsqueda de nuevas formas y la huida de la convención y la linealidad. Se lo permite el texto publicado en 1974, y estrenado en 1985, con su mezcla fantasiosa de ficción y realidad, aderezado con ese cruce entre dos figuras de cuento tan universales como Peter Pan y La Cenicienta. De ellos se sirve el autor para esbozar una mirada desde la madurez a la infancia perdida, para bucear en un tiempo que no siempre fue dichoso, y más en los años de plomo del franquismo. En él conviven la habitación de las ratas de la infancia y la ilusión de un teatrillo como escapada.

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DE PETER PAN A LA CENICIENTA

'La desaparició de Wendy' se inicia con una compañía que está a punto de representar una obra sobre Peter Pan pero debe desistir por un problema con los decorados. El cambio de repertorio provoca tanto la irrupción de La Cenicienta como la desorientación de los intérpretes. A partir de ahí se desborda un entorno de fantasía, al que Broggi impregna su artesanía teatral. No faltan referencias a Espriu y guiños tan habituales del director de La Perla 29 como son Sisa, Ovidi Montllor y Vicent Andrés Estellés o Fellini. Broggi es muy fiel, incluso demasiado, a sus referencias.

El problema de esta propuesta irregular es que se fuerza en exceso la creación de imágenes de aliento poético, lo que puede alejar al público de la escena. Pese a la labor siempre solvente del ilustre Joan Anguera, de un mesurado Xavier Ripoll como Peter Pan y Cenicienta y del esfuerzo del resto del elenco (Diana Gómez, Mar del Hoyo, Antònia Jaume, Josep Sobrevals, Armand Villén y la música en directo de Carles Pedragosa), el espectador se llega a perder en una caudalosa dramaturgia con demasiadas mezclas para un texto ya de por sí poliédrico. Siempre queda, sin embargo, el canto al teatro y al mundo de la ilusión como el refugio que pregonan Benet y Broggi.