LA CANTERA NAZI

Los "pequeños héroes" de Hitler

El libro de referencia sobre las Juventudes Hitlerianas de Michael H. Kater llega por primera vez a España

Hitler saluda a miembros de las Juventudes hitlerianas en Leipzig, en 1932.

Hitler saluda a miembros de las Juventudes hitlerianas en Leipzig, en 1932. / periodico

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Uno de los tesoros infantiles de Michael H. Kater, profesor emérito de la Universidad de York (Toronto), era una colección de sellos de Hitler. Hoy, el autor de 'Las juventudes hitlerianas' (Kailas), nacido en Alemania en 1937 y nacionalizado canadiense, rememora, en el prólogo de la edición española del libro, cómo esperaba ansioso cumplir 10 años para enfundarse uno de aquellos "uniformes negro y mostaza con elegantes cinturones y botas de cuero" que lucían sus amigos, cegados y deslumbrados por el Führer y las esvásticas. Pero también recuerda ver a su madre susurrar con el farmacéutico sobre la desaparición de unos vecinos: "Se los han llevado". 

Huyendo de los bombardeos con su familia, Kater vio la ciudad de Dresde recién arrasada en febrero de 1945. Por momentos su "fascinación por la parafernalia militar fascista del Tercer Reich se desvanecía" y empezó a pensar que lo que había alimentado su fantasía "estaba perpetrado por un mal monstruoso". Bien pudo haber sido él, de ser algo mayor, aquel niño-soldado de 16 años capturado, de rostro lloroso y desencajado y enorme capote, fotografiado por los aliados. 

En su ensayo, obra de referencia sobre las Juventudes hitlerianas (JH) que por primera vez llega a España, Kater aborda todo lo relacionado con aquellos niños de entre 10 y 18 años que desde 1926 empezaron a engrosar, primero voluntariamente y a partir de 1939 de forma obligatoria, las filas del movimiento juvenil que barrería al resto de agrupaciones similares de la época en Alemania. Nueve de cada diez jóvenes estuvo en las JH. Muy pocos se resistieron a entrar en sus filas, entre ellos, el futuro Nobel Heinrich Böll y el biógrafo de Hitler Joachim Fest. Entre los disidentes que nadaron a contracorriente, los jóvenes del Swing y los miembros de la Rosa Blanca, estudiantes críticos con el régimen nazi, liderados por Sophie Scholl y ejecutados en 1943.    

Como admitía el historiador Hermann Graml (1928), muchos como él mismo habían sido jóvenes "cortejados y halagados sin límites", atraídos por himnos espirituales y nacionales, con actividades casi de culto como el "juramento de lealtad a Hitler, el líder supremo" y venerado "portador de la verdad". Por ello vieron natural alistarse y no tenían miedo a entrar en combate, motivados por una "sed de aventura, temeridad y riesgo". 

LAVADO DE CEREBRO

Los chicos seguían un entrenamiento premilitar con pistolas de aire comprimido que, tras crecer "sometidos a un lavado de cerebro", apunta Kater, cambiarían por armas reales en la Wehrmacht y las SS, que competían por reclutarlos a medida que avanzaba la guerra y necesitaban sustitutos para los muertos en el frente. 

Como niños, eran vulnerables al adoctrinamiento sobre "racismo biológico", "raza superior" germana e "imperio germánico mundial" al que los sometieron y estaban orgullosos de pertenecer a una comunidad que les hacía sentir superiores. Los nazis acuñaron "pequeños antisemitas", con fama de crueles y hasta sádicos, que pasaron de entonar canciones con letras que hablaban de «sangre judía goteando del cuchillo» a ayudar en la Noche de los cristales rotos, saquear casas de judíos o visitar campos de concentración como el de Theresienstadt para ver de cerca aquella "basura" de "criaturas depravadas".

Instruidos para odiar y tratar al enemigo sin compasión, algunos participaron en crímenes de guerra y hubo quienes denunciaron a sus padres (Bertolt Brecht lo abordó en 1944 en la obra teatral 'Miedo'), como el hijo del comunista Herr Hess, quien fue enviado a morir a Dachau después de que su vástago le delatara por decir que Hitler era un «maníaco sediento de sangre”.   

A medida que Alemania perdía la guerra, grupos de JH ayudaban en el frente, en los ataques aéreos y desenterraban cadáveres tras los bombardeos. En 1945, ante el avance ruso, defendieron Berlín armados con granadas y subfusiles, subían a las azoteas para tirar a la calle a los francotiradores rusos y ayudaban a los ancianos reclutados de la Volksstrum.

Fue entonces cuando Goeebels orquestó la última escena propagandística en el búnquer de la Cancillería del Reich, con un acabado Hitler saludando, el 19 de marzo, a 20 de sus "pequeños héroes"; el más joven, Alfred Czech, de 12 años, condecorado con la Cruz de Hierro por rescatar a 12 soldados heridos y atrapar a un "espía soviético". "Estoy completamente convencido de que saldremos victoriosos de esta batalla, sobre todo cuando miro a la juventud alemana y cuando os miro a vosotros, mis muchachos", les aduló. 

Para Kater es muy "complicado" evaluar el grado de culpabilidad y responsabilidad moral individual de aquellos chicos. "Su comportamiento, si matarían al adversario o lo tomarían prisionero, si dispararían contra civiles si se lo ordenaban... dependería de cuán en serio se hubieran tomado los entrenamientos y las creencias". "Es un error generalizar" y creer que todos "estaban felizmente prestos a apretar el gatillo", avisa. Hubo suicidios y deserciones y, al final, la mayoría de los obligados a tomar las armas "estaban desmoralizados, desilusionados y temían por sus vidas. Solo querían volver a casa". Tras la capitulación, el 8 de mayo de 1945, muchos de ellos veían "evidente que habían sido engañados por un régimen criminal cuya naturaleza no habían sido capaces de comprender".

Baldur von Schirach,Baldur von Schirach jefe de las JH desde 1933, asumió toda la responsabilidad en los juicios de Núremberg antes de ser condenado a 20 años. "Es culpa mía haber educado a la juventud al servicio de un hombre que ha asesinado a millones de personas -confesó- La generación joven no es culpable". Sin embargo, tras la guerra, en Alemania todos participaron en un "proceso de silenciamiento" sobre antiguas afiliaciones nazis y la mayoría de los ex-JH excluyeron aquella experiencia de sus biografías y se integraron sin problemas en la sociedad. Aunque, si hay que creer en las palabras de Hitler en 1938, estaban tan secuestrados por la causa que "no volverían a ser libres el resto de su vida". 

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