REFUGIADOS DE LA ALEMANIA DE 1939

Los judíos del 'Saint Louis' que nadie quería

El cubano Armando Lucas Correa recupera en la novela 'La niña alemana' la historia de los huidos de Hitler, que fueron rechazados por Cuba, Estados Unidos y Canadá y devueltos a Europa

Pasajeros refugiados judíos a bordo del 'Saint Louis', en una imagen del libro de Armando Lucas Correa 'La niña alemana'.

Pasajeros refugiados judíos a bordo del 'Saint Louis', en una imagen del libro de Armando Lucas Correa 'La niña alemana'. / periodico

ANNA ABELLA / BARCELONA

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"Es el miedo al otro. Rechazar al otro está en el ADN humano. Rechazamos al que tiene distinto color de piel u otro acento... no queremos que nuestros hijos se casen con el que es diferente a nosotros... Hay que luchar contra eso y aceptar la diferencia", clama el periodista cubano, residente en Estados Unidos desde 1991, Armando Lucas Correa, que ha rescatado para su primera novela, ‘La niña alemana’ (Ediciones B), un vergonzoso episodio de 1939 que muchos aún prefieren olvidar y que las nuevas generaciones desconocen: la historia del 'Saint Louis'.  

Tras la Noche de los cristales rotos, el 9 y 10 de noviembre de 1938, de la que este miércoles se cumplen 78 años, los judíos de la Alemania nazi sabían que nada bueno se avecinaba para ellos. La persecución racial, social y económica para arrebatarles derechos y bienes era un hecho y muchos decidieron dejar el país en que nacieron viéndose obligados a dejar todas sus posesiones, negocios y casas al Tercer Reich. 907 de ellos gastaron todos sus ahorros en comprar a precio de oro las visas para entrar en Cuba y el pasaje (debía ser de ida y vuelta aunque sabían que no podrían volver) a bordo del 'Saint Louis'. El barco zarpó, pero al llegar a La Habana se les prohibió desembarcar. Lo intentaron en Canadá y Estados Unidos, donde muchos de los judíos pensaban establecerse con documentos que también habían pagado previamente pero también les denegaron la entrada. El navío regresó a Europa y los refugiados acabaron acogidos en Francia, Holanda, Bélgica y Gran Bretaña, a pocas semanas del inicio de la segunda guerra mundial y del Holocausto, que devoró a los que se quedaron en el continente.   

“Mi abuela me habló de ello cuando yo era niño. Decía que Cuba iba a pagar durante 100 años por lo que les hizo a aquellos judíos. Estaba embarazada de mi madre cuando llegó el barco y recordaba una gran manifestación de 40.000 personas que gritaban ‘Cuba para los cubanos’. A ella, que era hija de inmigrantes gallegos que llegaron a la isla a principios del siglo XX, le dolió mucho ese rechazo”, explica por teléfono desde Miami el escritor y jefe de redacción de ‘People en español’. 

El Gobierno cubano de Federico Laredo Bru invalidó por decreto, mientras el barco estaba en alta mar, las visas de los judíos firmadas por el director general de Inmigración. “Probablemente él y Fulgencio Batista, entonces militar, se quedaron con el dinero. El nivel de corrupción era muy alto. Pero, aunque no puede probarse, diversos documentos revelan el temor de Estados Unidos a la llegada de tantos refugiados. Probablemente el Departamento de Estado presionó a Cuba y los países aledaños para que no los aceptaran", especula Correa.

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Resulta imposible disociar la odisea de aquellos refugiados de la que hoy sufren en Europa tantos exiliados que huyen de la guerra en Siria. “No hay que olvidar que el Holocausto ocurrió en pleno siglo XX, un siglo de erudición, y en medio del continente más civilizado del mundo. Hitler mató a seis millones de judíos pero todos dieron la espalda a lo que ocurría. Hoy Europa recibe a millones de sirios, en Siria están muriendo... los países deben hallar una solución a esto”, señala. 

La novela cabalga entre dos épocas y dos niñas de 13 años. Hannah, refugiada del 'Saint Louis' que logra desembarcar en Cuba y su sobrina nieta, Anna, que vive en Nueva York y que en el 2014 descubre el pasado familiar. Correa accedió a más de mil documentos sobre el caso conservados en el Museo del Holocausto de Washington, recorrió las calles de Berlín por las que transitan sus personajes -lujoso Hotel Adlon incluido- fue a Auschwitz y al Yad Vashem de Jerusalén, hizo idéntico recorrido en barco, compró postales y el menú del barco, monedas de la época y hasta un pequeño recipiente de bronce para guardar cápsulas de cianuro, tan codiciadas como el oro, para suicidarse. 

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Sin embargo, el autor no quiso hablar con algunos de los supervivientes hasta haber terminado el libro. “Me emocioné con sus testimonios. Todos eran entonces muy chiquititos pero sabían que si volvían a Europa no tenían futuro porque lo habían perdido todo. Algunos no quieren hablar porque aún les duele demasiado. Muchos, como Herbert Karliner y su hermano, perdieron a toda su familia en Auschwitz”. 

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN EN CUBA

Correa regresó a Cuba, el pasado febrero, tras la apertura del régimen. “Los lugares y las casas de la novela son las que yo habité de niño. En secundaria me daba clases de inglés un profesor alemán al que llamaban 'el nazi' porque era rubio y tenía los ojos azules. Mi madre me daba comida para él porque era viejito. Al final descubrí que era un refugiado judío”. En la historia hay ecos del 11-S y también de la revolución cubana, de la pasión de los seguidores del Che y de Castro pero también de “los campos de concentración de Cuba entre 1962 y 1964 de los que nadie habla, donde metieron a maestros, gays, testigos de Jehová u opositores. Tenían miedo a las ideas”.

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