Xavier Dolan y Cristian Mungiu: la noche y el día Cannes

El director quebequés naufraga con 'Es solo el fin del mundo' mientras que el rumano brilla con 'Graduación'

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NANDO SALVÀ / CANNES

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Xavier Dolan le han regalado demasiado los oídos. Con 25 años ya había dirigido cinco películas, todas ellas aclamadas con fervor a pesar de ser rotundamente imperfectas, y calificativos como 'enfant terrible' o chico maravillas ya eran un segundo apellido para él. Eso explica que haya dedicado más energías a mimar su ego que a pulirse como artista y que, como resultado, la película que hoy ha presentado a concurso en Cannes no solo sea la peor de su carrera sino, de largo, la más irritante de las proyectadas en lo que va de festival.

En pocas palabras, 'Es solo el fin del mundo' utiliza la historia de un joven que vuelve al hogar tras 12 años de ausencia para contarle a su familia que se muere como mera excusa para empujar a su sobrecualificado reparto –Marion Cotillard, Léa Seydoux, Vincent Cassel, Gaspar Ulliel y Nathalie Baye- a 95 minutos de histérico intercambio de gritos, lloriqueos y mohínes en primer plano, aderezados de trucos visuales y atroces canciones pop.

El histerismo y el amaneramiento, es cierto, son típicos del cine del quebequés pero aquí aparecen elevados a niveles paródicos, con el fin de no contar absolutamente nada. Por eso, pese a que el cine de Dolan siempre ha dividido claramente a la crítica entre fans y 'haters', Es solo el fin del mundo promete lograr la dudosa hazaña de unir a unos y otros en una misma opinión: el muchacho necesita una cura de humildad.

MUNGIU, A POR EL DOBLETE

La nueva película de Cristian Mungiu también tiene mucho de drama familiar, pero pese a ello no podría parecerse menos a la de Dolan. 'Graduación' teje una complejísima red de dilemas morales a partir del retrato de un padre obsesionado con que su hija obtenga una beca de estudios que le permita salir de Rumanía. Tan seguro está de que es lo mejor para ella -razón no le falta- que para lograrlo decide no solo presionarla para que se presente a unos exámenes solo un día después de haber sufrido un intento de violación, sino que se presta a participar en el tipo de corrupción que tan orgullosamente condena.

A partir de esa premisa, Mungiu reflexiona sobre cómo pedir un pequeño trato de favor puede hacer que tu mundo se derrumbe, al tiempo que retrata una sociedad rumana lastrada por la corrupción y el nepotismo endémicos, y basada en una compleja red de lealtades, obligaciones y chanchullos a menudo llenos de buenas intenciones. Y lo hace con la precisión y sobriedad asombrosas y el desinterés por juzgar de los que ya hizo gala en '4 meses, 3 semanas y 2 días' (2007). Aquella película le proporcionó su primera Palma de Oro. No descartemos que con 'Graduación' llegue la segunda.