Lucia Berlin, la escritora eléctrica

El éxito póstumo de la autora de relatos norteamericana, ninguneada en vida, devuelve una escritora tan certera como Raymond Carver

La escritora Lucia Berlin.

La escritora Lucia Berlin. / BUDDY BERLIN / LITERARY STATE OF LUCIA BERLIN

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Descubrir  a un autor excelente al que ni críticos ni lectores hicieron el menor caso en vida ya da para el 50% de una campaña de promoción. Lucia Berlin, escritora norteamericana nacida en Juneau, Alaska, en 1936, fallecida oscuramente en el 2004 mientras se alojaba en el garaje de la casa de uno de sus cuatro hijos, alcohólica, hija y nieta de alcohólicos, y autora de 77 relatos en su gran mayoría memorables, se merece un porcentaje superior para alcanzar la gloria póstuma.

La constatación es '‘Manual para mujeres de la limpieza' / 'Manual per a dones de fer feines' (Alfaguara / L’Altra) que reúne 43 de esos cuentos en los que se percibe su particular capacidad para transmitir la vida sin filtros, de mostrar fragmentos de realidad sin redobles de tambores, subrayados ni especiales iluminaciones. Comprendida ahora mejor que en su momento, una especie de justicia poética ha querido que su libro fuera uno de los más  vendidos del pasado año según la lista del ‘New York Times’ y que formara parte de casi todas las listas de los mejores libros del año, convirtiéndose en un fenómeno editorial.

La principal valedora de Berlin ha sido otra gran cuentista, Lydia Davis, que junto a Barry Gifford y Michael Wolfe emprendió una especie de cruzada para su recuperación en la editorial Farrar, Strauss and Giroux, cuando ya nadie se acordaba de ella. Y para apreciar la consideración de Davis, un nombre no demasiado popular, solo hay que recordar que en las esferas universitarias norteamericanas cuando se nombra a Paul Auster suele decirse que él fue el primer marido de Davis. "Las historia de Lucia Berlin son eléctricas, vibran y chisporrotean como unos cables al tocarse. Y la mente del lector, seducida, fascinada, recibe la descarga, las sinapsis se disparan. Así nos gusta estar cuando leemos: con el cerebro en funcionamiento, sintiendo latir el corazón", define Davis. La prosa de la escritora es tan escueta y veloz como la de Raymond Carver, con un importante añadido. Berlin, buena lectora de Chéjov, tiene una ligereza propia, un elegante y único sentido del humor frente a las situaciones más duras y sórdidas.  “No me importa contar cosas terribles si puedo hacerlas divertidas" cuenta la narradora de una de sus historias.

VARIACIONES EN PRIMERA PERSONA

La dura existencia de la autora es la cantera en la que Berlin se dedicó a picar piedra para sus relatos. Había invención, claro está, pero en sus cuentos siempre resuena su biografía, a modo de variaciones. Primero está la infancia, siguiendo el rumbo errante del padre, ingeniero de minas que llevaría a la familia de Alaska a El Paso para recalar en Santiago de Chile -Berlin sabía castellano, un idioma que salpica sus cuentos, y de hecho, en su también errante vida adulta vivió un tiempo en México-. Con su madre, fría y conflictiva, siempre se llevó mal y es una figura que aparece insistentemente en sus historias. "Mamá odiaba la palabra ‘amor’. La decía con el mismo desprecio que la gente dice la palabra 'furcia'", escribió en el sobrecogedor relato 'Mamá’, en el que dos hermanas evocan a su alcohólica y poco maternal madre y compiten por el hecho de que esta dedico su nota de suicidio tan solo a una de ellas.

A los 32 años ya llevaba tres matrimonios fracasados y cuatro hijos. El relato 'Hasta la vista' da cuenta cómo se fueron a pique sus dos últimos matrimonios. El tercero fue con el músico de jazz y drogadicto Buddy Berlin, de quien adoptó el 'nomme de plume'. Así que para sacar adelante a los niños, con una escoliosis que le obligaba a llevar pesados corsés, y sin una cualificación profesional concreta, no tuvo más remedio que dedicarse a los más variopintos trabajos, como enfermera de urgencias, telefonista, recepcionista en hospitales, mujer de la limpieza –claro está- y, finalmente, profesora de escritura en distintas universidades, e incluso en un centro penitenciario. Y lo más difícil, poner a raya su alcoholismo que la acercaba sin remedio a las debilidades más odiadas de su madre.

Publicó su obra, seis libros de relatos, prácticamente entre los años 60 y 80, siempre en pequeñas editoriales, y los primeros en una revista que dirigía Saul Bellow. Y aunque en 1991 'Homesik', una selección de sus historias, logró el American Book Award, nunca llegó a prender la llama del gran público y cayó en el olvido. Por suerte, el tiempo acaba siendo el mejor crítico y hoy los cuentos de Berlin aparecen tan duros brillantes y eléctricos como si se hubieran escrito ayer por la tarde.

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