MEMORIA DEL EXTERMINIO NAZI

Un genocidio íntimo

El historiador Omer Bartov denuncia en 'Borrados' la amnesia histórica sobre el Holocausto en Ucrania, donde asesinos y víctimas judías eran vecinos

Omer Bartov, experto en el Holocausto, que presenta en Barcelona el libro 'Borrados', sobre el genocidio nazi en Ucrania.

Omer Bartov, experto en el Holocausto, que presenta en Barcelona el libro 'Borrados', sobre el genocidio nazi en Ucrania. / periodico

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Durante la ocupación nazi, en una pequeña localidad de Galitzia oriental (hoy Ucrania), en la zona donde vivió de niña la madre del experto en segunda guerra mundial y Holocausto Omer Bartov  (Israel, 1954), había un pequeño destacamento de la Gestapo. “Eran no más de 30 hombres pero fueron responsables del asesinato de 60.000 judíos en 18 meses, la mitad de ellos fusilados –apunta el también profesor de la Universidad de Brown, de visita en Barcelona-. No podían hacerlo ellos solos, así que les ayudaron 600 ucranianos de una policía auxiliar y la policía local”. 

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Bartov, tras un recorrido por la zona, que ha reflejado en ‘Borrados’, una mezcla de crónica, ensayo, cuaderno de viaje y vivencia personal que publica Malpaso, denuncia el voluntario olvido del reciente pasado y la amnesia histórica en unos pueblos que “han borrado completamente de la memoria la civilización judía que vivió allí durante siglos”. “Porque fue un genocidio a nivel local, marcado por la relación personal, donde sucedió lo opuesto a lo que nos han enseñado a creer, que el Holocausto fue un proceso industrial, impersonal, que los metían en trenes y los gaseaban sin pensar que eran seres humanos. En estos pueblos, quienes mataban, quienes eran asesinados y quienes lo observaban se conocían entre ellos, eran vecinos”, afirma. 

"TODOS SE CONOCÍAN"

“En la zona de Galitzia había medio millón de judíos y mataron al 90%”, apunta el historiador para añadir que de ellos, “la mitad fueron asesinados en el lugar donde vivían y que las fosas comunes siguen estando allí. Nadie habla de ello, porque todos se conocían, fue un genocidio íntimo”, alejado de los campos de exterminio. 

Bartov, que lleva dos décadas escribiendo sobre el Holocausto, se había centrado hasta ahora en los “perpetradores alemanes”, “intentando entender a los asesinos” y desmontando el mito de que los soldados de la Wehrmacht no participaron activamente en el exterminio. “Se dice que los malos eran las SS y los políticos. Es mentira. Y mucho tuvo que ver en ello el adoctrinamiento ideológico del Ejército”, asegura.   

Y sintió la necesidad de contar no la muerte de las víctimas sino cómo fue su vida. Para ello entrevistó a su madre, que con 11 años emigró a Israel con su familia en 1935. Su madre murió y tres años después decidió ver dónde nació, descubriendo en su viaje ese “borrado de la memoria judía” en Ucrania.  

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Que para las matanzas los alemanes encargaran el trabajo sucio a los ucranianos y estos lo materializaran “no solo fue por odio racial” y antisemita. “Desde la primera guerra mundial los ucranianos peleaban por su independencia y pensaron que los nazis les ayudarían a obtenerla y de paso les librarían de polacos y judíos -explica-. Pero los alemanes no tenían ninguna intención de ayudarles a ser independientes, solo les necesitaban para matar judíos”.   

Sin embargo, no todo fueron objetivos políticos y raciales. “También hubo codicia y avaricia. Si tú vives en el primer piso de un edificio de tres plantas. Y en el tercero vive una familia judía que tiene piano y cubertería de plata, cuando oyes los disparos en la colina y sabes que no volverán, ¿quién se queda con el piso y el piano? Si no me lo quedo lo hará otro”. Un motivo más para el silencio culpable. 

Aunque también hubo gentiles que ayudaron a los judíos. “Algunos eran amigos y les escondieron. Otros lo hicieron por dinero, pero a menudo los protegían hasta que no podían pagar más y entonces les denunciaban”, relata.  

Y añade contundente Bartov: “En Israel, tras el Holocausto, se culpabilizaba a los supervivientes, preguntándose por los motivos. Es una estupidez decir que los supervivientes no querían hablar. El problema era que nadie les quería escuchar”.