'Tenemos que hablar': la ley del todo vale

BEATRIZ MARTÍNEZ

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Algo huele a rancio en la comedia española. Al menos es la sensación que se tiene después de ver una película como 'Tenemos que hablar', un producto sin ningún atisbo de originalidad, anclado en los clichés más estereotipados del género y que se sustenta únicamente en la solvencia de un buen puñado de intérpretes que hacen lo que pueden para aportar algo de dignidad a un chiringuito que se desmonta sin remedio hasta los límites de la desidia. Algo se está haciendo mal. Y como consecuencia, terminamos siendo demasiado benevolentes a la hora de enfrentarnos a películas que no alcanzan un mínimo de entidad, y que acaban por confundirse en la memoria como un 'totum revolutum' de imágenes sin sentido que no se sabe muy bien a qué época pertenecen.

Aquí se juega al enredo y al malentendido. También al frenesí gestual. A la algarabía desmedida. Todo muy loco y excesivo, sin ton ni son. Todo vale. Puede que su referente sea la 'screwball comedy' clásica, pero si es así, muy mal asimilada, quizás porque no hay una lógica narrativa que la vertebre, ni un recorrido de los personajes por la pantalla que nos ayude a entenderlos, a quererlos. Aunque quizás lo peor sea pasar todo este batiburrillo por el filtro de una realidad, la actual, la de la España de la crisis, las preferentes, las economías familiares ruinosas, y utilizarlo para frivolizar ante una situación que en realidad se está tomando como excusa para reducirla al chiste tosco y trivial. Por aquí no vamos bien.