DOS VIDAS OPUESTAS UNIDAS POR EL ARTE (Y EL BOXEO)
Miró y Hemingway, un encuentro en 'La masía'
El icónico lienzo fascinó tanto a su autor como al escritor estadounidense; el primero lo consideraba su obra maestra, el segundo hizo lo imposible por comprarlo
Natàlia Farré
Periodista
NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA
Es una de las obras más celebradas de Joan Miró y una de las consideradas más importantes en su carrera. Un lienzo icónico que fascinó tanto a su autor como a Ernest Hemingway; el primero lo consideraba su obra maestra y el segundo hizo lo imposible por comprarlo. Lo consiguió pero no si antes jugárselo a los dados y mendigar a todos sus amigos. Una hazaña casi tan titánica como la que ocupó a Miró en su realización: nueves meses de intenso trabajo que empezó en Mont-roig, su paraíso personal, y acabó en París, en 1922. Es 'La masía'. El óleo en el que Miró quiso evidenciar su vinculación con Catalunya: "Desde un gran árbol a un pequeño caracol, quise poner todo lo que yo quería", afirmó en 1928. Y el óleo que, paradójicamente, representaba España para Hemingway: "Contiene todo lo que sientes por España cuando estás allí y todo lo que sientes cuando estás lejos y no puedes ir", escribió el estadounidense en 1934, el mismo año en que afirmó: "No cambio 'La masía' por ningún otro cuadro del mundo". Y el mismo año en que lo recuperó tras haberlo perdido en 1926.
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De todo ello, de los periplos del lienzo y de la relación que mantuvieron dos personalidades tan dispares como Hemingway y Miró escribe, tras cinco años de investigación, el profesor Alex Fernández de Castro en el libro 'La masía. Un Miró para Mrs. Hemingway' (Publicacions de la Universitat de València). "Pocas veces se habrá dado una amistad entre artistas más diferentes", apunta el autor. "Hemingway era alto y fuerte, extrovertido, descuidado en el modo de vestir, fanfarrón, carismático, viajero infatigable, bebedor compulsivo. Miró era tímido y bajito, pulcro en las formas, sedentario volcado hacia el interior, bebedor muy moderado y ocasional", pero "había un respeto y una admiración mutua, y mucha cordialidad".
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Ambos coincidieron en el París de los años 20 y mantuvieron relación epistolar hasta la trágica muerte del estadounidense, aunque se reencontraron en contadas ocasiones. Y ambos compartieron, además de su amor por 'La masía', su pasión por el boxeo. Coincidían en el Cercle Américain y en más de una ocasión Miró hizo de 'sparring' de Hemingway: "A veces nos veíamos cara a cara en el cuadrilátero. Cara a cara es una manera de hablar. Él era un gigante, un coloso, y yo muy bajito. Era bastante cómico", apuntaba el pintor en 1978. No está muy claro quién llevó al autor de 'El viejo y el mar al estudio de Miró', pero de lo que no hay duda es que cuando en 1925 el cuadro se expuso en París, Hemingway ya lo había visto, y que cuando supo que su colega Evan Shipman lo tenía reservado palideció de envidia.
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Sobre lo que ocurrió para que el óleo acabará en manos de Hemingway hay dos versiones: la del novelista que cuenta que se lo jugaron a los dados y ganó; y la del poeta que afirma que fue una moneda lanzada al aire lo que decidió la suerte del cuadro. Fuera como fuese, lo cierto es que la tela se la llevó el nobel de Literatura y para ello requirió de la ayuda de sus colegas de la generación perdida. Dos Passos y Shipman le acompañaron a mendigar préstamos de bar en bar en una extraña noche en la que el delirio artístico pudo más que el delirio etílico. También hay quien afirma que Hemingway consiguió parte del dinero para la compra de 'La masía' haciendo de 'sparring' de profesionales y de mozo en Les Halles.
UN PRÉSTAMO INDEFINIDO
"El viento infló el lienzo como si fuera una vela, e hicimos que el taxista condujera despacio. En casa lo colgamos y todos lo miramos y nos sentimos muy felices". Así narraba Hemingway la llegada de la preciada pieza a su hogar. Aunque la felicidad por el óleo duró lo mismo que la dicha de su matrimonio con Hadley Richardson. En 1926 se separaron y 'La Masía' quedó en manos de ella. Fue así hasta que el escritor le pidió en 1934 que se la prestara un tiempo. Fue un préstamo indefinido porque nunca se la devolvió. Desde 1986 luce en la National Gallery de Washington. Y es así porque Miró desoyó el consejo del todopoderoso Léonce Rosenberg: este le sugirió cortarlo en nueve pedazos porque era demasiado grande para poder venderla. El resto, en el libro.
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