Wallander se queda huérfano

El escritor Henning Mankell, maestro de la novela negra sueca, pierde a los 67 años la batalla contra el cáncer

Henning Mankell, junto a unos niños ugandeses, en Kampala en el 2003.

Henning Mankell, junto a unos niños ugandeses, en Kampala en el 2003.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Había superado el pánico inicial y el impulso de rendirse y «dejarse engullir por el abismo» que significó, en enero del 2014, acudir a la consulta del médico por una molesta tortícolis y salir con un diagnóstico «grave de cáncer» en el pulmón izquierdo con metástasis en la nuca. «La idea de tumbarme a esperar la muerte ya no existía», escribió. Pero el abismo le atrapó a traición, de madrugada, mientras dormía en su casa de Gotemburgo. Henning Mankell (Estocolmo, 1948), padre del inspector Kurt Wallander, con el que se alzó en indiscutible representante de la novela negra sueca, y escritor y dramaturgo comprometido con la pobreza en África o la causa palestina, fallecía este lunes a los 67 años.

Pero no se fue en silencio. Tras una trayectoria que incluye 40 novelas (publicadas en España por Tusquets), varias obras de teatro y una docena de libros infantiles y juveniles (en Siruela), legó sus últimas reflexiones vitales tras recibir «la certeza paralizante de que sufría una enfermedad grave e incurable» en varios artículos periodísticos y en Arenas movedizas, su último libro, recién publicado este septiembre.

ARENAS MOVEDIZAS

En él intercalaba recuerdos desde su infancia con pensamientos sobre la muerte y la vida, la esperanza y el miedo, y se mostraba preocupado por el medioambiente, los residuos nucleares, la desigualdad o la pobreza. Y evocaba, desde las primeras páginas, cómo con ocho o nueve años pensaba en qué muerte le asustaba más. Una era pisar el hielo en un lago: «que se hiciera un agujero y que me engulleran (...) Ahogarme debajo de la capa de hielo. El pánico del que nadie te podía liberar. El grito que nadie iba a oír. El grito que se congelaba hasta convertirse en hielo y muerte». Otra daba título al libro: caer en «los tentáculos espeluznantes» de las arenas movedizas, algo que le causaba pavor, el mismo, confesaba, que volvió a sentir al saber que tenía cáncer. La suya, era, «una lucha silenciosa por sobrevivir a las arenas movedizas», resistiéndose a ser «arrastrado al fondo».

Mankell, con más de 40 millones de ejemplares de sus libros vendidos en más de 40 idiomas, perpetuó con su propia huella el legado del género negro escandinavo que dejó en los 70 el célebre tándem formado por el matrimonio Maj Sjöwall y Per Wahlöö. A base de utilizar crímenes y delitos como espejo de lo que le rodeaba, destruyó el mito de las idílicas sociedades nórdicas y levantó la alfombra denunciando abusos e injusticias del sistema político y social sueco y por extensión de Occidente.

Ganador, entre otros, del premio Carvalho, fundó, en el 2001, junto con Dan Israel, Leopard, la editorial donde publicó, además de sus libros, a escritores africanos. Autor de thrillers como El chino y El cerebro de Kennedy, su gran herencia ha sido Kurt Wallander, a quien parió en 1991 en Asesinos sin rostro. Su taciturno, gruñón y atormentado inspector, diabético, alcohólico y algo obeso, protagonizaría doce novelas, entre ellas La quinta mujer, que le abrió las puertas de España, y Los perros de Riga, siempre fiándose de su intuición para resolver casos frente a la incompetencia judicial y policial.

EN TELEVISIÓN

No quiso matar literalmente a Wallander, con quien compartía la pasión por la ópera italiana y la obsesión por el trabajo. Pero tras El hombre inquieto, donde le dio el relevo a su hija Linda, su entrañable personaje nunca podría volver a ser el mismo. Aunque su inspector ha tenido una doble vida en televisión, con versiones, entre las que él destacaba la protagonizada por Kenneth Branagh en la BBC.

Casado con Eva Bergman, hija del cineasta Ingmar BergmanMankell nació en 1948 en una familia burguesa pero siendo niño su madre le abandonó y le dejó con su padre juez. A los 16 años se fue de casa, dejó el instituto y se marchó a París. Allí trabajó en un taller de instrumentos musicales y vivió tan precariamente que hasta recogía colillas del suelo. Volvió a Suecia decidido a ser escritor y se inició en el teatro.

Embarcar en la Marina mercante le llevaría a África por primera vez en 1972. El continente le hechizó de por vida, hasta el punto de que pasaba medio año en Suecia y medio en Mozambique -«Vivir con un pie en la nieve y otro en la arena me da una mejor perspectiva del mundo. Veo más claramente la condición humana. Eso es lo que me dan África y Europa. Las partes positivas y negativas de cada una de ellas», afirmó a este diario-.

«Llegué a Mozambique para descubrir las diferencias entre blancos y negros y terminé por descubrir que somos iguales», solía decir. Fue ese escenario, que le inspiró su serie de novelas africanas, como Tea Bag Hijo del viento, y el ensayo sobre el sida Moriré, pero mi memoria sobrevivirá, donde fue triste testigo de la muerte, la violencia y el hambre. Allí, el autor de La leona blanca dirigió el Teatro Avenida de Maputo, reflejo de su compromiso social y su forma de combatir el analfabetismo en África. Coherente con sus ideas, luchó contra el apartheid en Sudáfrica y participó en el 2010 en la flotilla de la libertad, que intentó romper el bloqueo israelí sobre los palestinos de Gaza.

Acababa de publicar en Suecia Botas de goma suecas, continuación de Zapatos italianos, una novela íntima donde un hombre mira al pasado ante el último deseo de un antiguo amor. Mankell sabía, como dijo recientemente, que «la muerte es un paso que tenemos que dar solos».