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'Kingsman: servicio secreto', músculo, flema y aprendizaje

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¿Cómo se concibe un agente secreto? De eso trata la nueva película de Matthew Vaughn. El director ya ha dado su visión de la concepción del superhéroe de forma tradicional (X-Men: primera generación) y en clave de comedia (Kick-Ass: Listo para machacar). Ahora la ha emprendido con el cine de espionaje modelo James Bond, aunque con más flema y mala uva.

Vaughn está detrás de este proyecto desde sus orígenes en formato cómic. Aunque no aparece acreditado como tal en los títulos del filme, Vaughn es el coautor junto a Marc Millar (guionista del cómic book en que se basa Kick-Ass) del argumento del cómic original ilustrado por Dave Gibbons. Así que es tan responsable como los otros dos de esta mirada incisiva y divertida a la par, extremadamente violenta (más en las imágenes en movimiento que en el papel impreso), en torno al adiestramiento de un joven airado --cuya familia desestructurada muy bien podría pertenecer a una cinta de Ken Loach-- por su elegante mentor, un veterano agente secreto.

Primer acierto: la elección de Colin Firth para encarnar a este moderno pigmalión, mitad James Bond mitad John Steed, el protagonista con paraguas y bombín de la célebre teleserie británica Los Vengadores. Segundo: los cambios más drásticos en relación al cómic original, como convertir al villano de la función en un magnate grotesco que sisea cuando habla y cambiar el sexo y la raza de su esbirro, cuyas piernas han sido substituidas por unas cortantes prótesis de acero. Tercero: la tensión salvaje de sus escenas de acción, especialmente la de la iglesia, y su ironía. Cuando al joven aspirante a espía le preguntan si llama JB a su perro por James Bond o Jason Bourne, él contesta que por Jack Bauer (24): la televisión manda sobre el cine.