Santiago Lorenzo: «No pienso ir en mi vida a Nueva York, prefiero Palencia»

Entrevista con el escritor y cineasta, que publica su tercera novela, la desternillante 'Las ganas'

El escritor vasco Santiago Lorenzo, en su reciente visita a Barcelona.

El escritor vasco Santiago Lorenzo, en su reciente visita a Barcelona.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Santiago Lorenzo (Portugalete, Vizcaya, 1964) no quiere escribir como Philip Roth, ni siquiera como David Foster Wallace. Este vasco directo y de una pieza, de vuelta de muchas decepciones, entre ellas la dirección de cine, acaba de publicar su tercera novela, Las ganas (Blackie Books), en la que demuestra que se puede cultivar un castellano antañón pero vivísimo en una historia desternillante, sobre un pobre tipo sin suerte. A las novelas de Lorenzo, que no se parecen a nada de lo que que se hace por estos  pagos, las han comparado con Azcona. Como él, tiene la habilidad de decir cosas amargas con ligereza.

-¿Cuándo se le apareció por primera vez Benito Bernal, el protagonista de su novela, ese desgraciado que no consigue ligar?

-Fue en los 80. Pero no me gustaría que pareciera que me estoy echando el pisto de que me he pasado escribiéndola 30 años. Yo me acuerdo, sin embargo, de haber rescatado papeles muy amarillentos. Sí, esas son las atapuercas de la novela.

-¿Y Benito es por Galdós o por Don Gato?

-No, Benito es un nombre en diminutivo y eso tiene gracia. Como Simón sería un nombre en aumentativo. Un nombre dice muchas cosas. Un tío que tiene un grave problema con el alcohol está muy bien que se llame Benito Bernal, porque sus iniciales son el presente de indicativo de la tercera persona del singular del verbo beber.

-Le pregunto por el origen nombre y en seguida se pone a jugar con las palabras. Eso es muy suyo.

-Bueno ahora vivo en un pueblo muy pequeño de Segovia. Y yo creo esa manía tiene que ver con el hecho de pasar horas y horas solo y que las palabras se te queden almacenadas.

-Da la impresión de que todos los escritores de ahora andan locos por irse a Nueva York, usted no.

-Eso me lo tomo como un piropo. Yo no pienso ir en mi vida a Nueva York y sí, es verdad que he leido a Valle Inclán y a Galdós y muy poco a Fante o a Bukowski. Creo que a este es mejor hacer lo que propone que leerle. No me siento a gusto en las ciudades grandes, aunque viví años en Madrid. Mi primera película, Mamá es boba, la rodé en Palencia, una ciudad de la que se ha dicho que no tiene ninguna gracia y a mí eso me parece fantástico. Prefiero Palencia a Nueva York.

-«La gracia de no tener ninguna gracia» podría ser el lema de sus novelas.

-Son historias con personajes que están a lo que estamos todos. A tener sus tres pesetas, a estar tranquilos y a pasear alegres por la calle. Yo creo que a todos los personajes novelescos les pasa lo mismo, incluido a Ivanhoe, que también, digo yo, tendría ganas de pasearse por ahí con su armadura.

-¿Y todavía sigue hablando de pesetas?

-Tener tus tres pesetas, tener lo básico. Eso me lo enseñó un bedel del colegio mayor, Eduardo de los Ojos, que por cierto había vivido en Barcelona. Yo me hacía el encontradizo para que me hablara y me soltara perlas como esa. Por cierto, un día me dijo: «Tú Santiago no te preocupes porque según vayas creciendo vas a ir notando que cada vez que te metes la mano en el bolsillo suena más».

-¡Qué profeta,  finalmente ha acabado sonando!

-Y si no suena ya sonará.

-No siempre  le ha ido tan bien.  ¿Fue el cine el que le abandonó o, al revés?

-En el cine me he encontrado a las mejores personas que conozco pero nunca eran las que mandaban, a esas no quiero volver a verlas. Maldito el día que se me ocurrió entrar en la industria.

-Sus historias tienen un punto naif, ¿lo reconoce?

-Es que tengo una colección de soldaditos que te meas. Y de trenes eléctricos. Debe de ser eso. Creo que esa mirada viene de fábrica conmigo.

-Su novela acaba en plena euforia general, cuando nadie imaginaba el diluvio económico que vendría después.

-Recuerdo a mi cuñado en el 99 diciendo: «Como ahora todos somos ricos». Era aquel momento en que todo el mundo sabía de aguas minerales y se montaban chochos porque en la carta de almohadas del hotel no tenían la medium soft. La novela habla de cuando todos empezamos a ser guapos.

-¿Con la escritura, ya ha encontrado su lugar en el mundo?

-Escribir es una gozada, es como hacer una película de 10 horas, una serie de televisión. Y además en este mundillo no hago más que conocer a gente acojonante.