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Jorge Herralde: "El trabajo de editor es el más estimulante del mundo"

Sexta y última entrega de la serie de entrevistas con personalidades de la sociedad catalana en colaboración con Catalunya Ràdio, que las emite íntegramente en su web.

Jorge Herralde, en su despacho, el pasado martes.

Jorge Herralde, en su despacho, el pasado martes.

JOSEP MARIA MARTÍ FONT

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Jorge Herralde nació en Barcelona en 1935 en una familia mixta, como tantas: por un lado un apellido de robusta raíz castellana y, por otro, una rama catalanista y culta. Fundó la editorial Anagrama en 1969 con un propósito muy militante: la difusión de las ideas de izquierdas, de todas las izquierdas de aquel momento, que eran muchas. Con el tiempo -y su dedicación, conocimiento e instinto-, la editorial se ha convertido en un icono cultural y en una referencia literaria insoslayable. En el 2010 anunció su jubilación a cinco años vista. Le queda, pues, un año. Por la energía que despliega, se hace difícil creerlo.

De la Guerra Civil recuerda los bombardeos y la estancia en Caldes de Montbui. «Tengo un recuerdo como de gran libertad, de vivir en medio del campo». Estudió en la Salle Bonanova, con compañeros como Luis Goytisolo, Xavier Corberó y Jacinto Esteva. Ya en la universidad estudió ingeniería por un cierto impulso familiar, «pero de una forma accidental», precisa. «A mí, lo que más me gustaba era la literatura y la historia. Ya de pequeño era lector omnívoro».

 

Su primera fantasía editorial se la planteó con su amigo Carlos Durán, cuyo padre era el encuadernador y amigo de José Manuel Lara y de José Janés. «Cuando iba a su casa, atravesábamos el salón, con la chimenea y dos butacones donde se sentaba el padre de Carlos con Lara o con Janés. Nunca juntos. Allí entendí lo que era ser un editor, cómo organizaban las colecciones y la emoción artesanal de cuidar de un libro en todos sus aspectos». Tras varios proyectos no natos y unos años trabajando en la fábrica paterna, «un poco de cuerpo presente y mente ausente», se lanzó a crear Anagrama.

En 1969 sacó su primer libro: El oficio de vivir, de Cesare Pavese, al que siguió el Baudelaire de Jean-Paul Sartre. Publicaba ensayos y libros políticos sobre una amplia paleta de la izquierda radical. «Fue posible gracias a Fraga, que, pese a ser un personaje funesto, hizo la ley de 1966 que abría ciertas fisuras». El primer año la censura se cargó 60 o 70 cosas propuestas (las «desaconsejaba»). «Había temas tabús, como Mayo del 68, la Revolución China, la Revolución Cubana y, naturalmente, La República».

 

En 1970 salieron los Cuadernos Anagrama, definitorios de la editorial; «una colección que me encantaba, que tenía una docena de series dirigidas por gente como Eugenio Trías o Joaquim Jordà. Se me ocurrió que había miles de premios de novela pero ninguno de ensayo y creé el Premio Anagrama, cuyas bases contenían una frase clave, la frase ideológica: 'El jurado preferirá las obras de imaginación crítica antes que las meramente eruditas'. Dicho de otra manera: ensayo creativo versus el tostón de tesis».

 

Aprender ejerciendo

Aprendió el oficio de editor conforme lo ejercía, de manera autodidacta. Participó en la creación de Distribuciones de Enlace, «una idea fantástica que reunió a ocho editores, todos de izquierdas, cada uno con sus modulaciones, y todos más bien de vanguardia cultural, para crear una distribuidora común y una colección de bolsillo común también. Había una concentración de talento editorial notable, estaban Carlos Barral, Josep Maria Castellet, Alfonso Carlos Comín, Beatriz de Moura, Esther Tusquets, Paco Fortuny de Fontanella y la gente de Cuadernos para el Diálogo, que era la única de Madrid». Eran los años de la Gauche Divine, que Herralde define citando a Gabriel Ferrater. «Éramos partidarios de la felicidad y del hedonismo, de pasarlo bien y no tomarnos en serio; trabajar muy en serio sin tomárnoslo en serio. Algo fundamental y realista. Fui socio fundador del Bocaccio. Allí nos encontrábamos todos y había una clarísima división de espacios; la parte de arriba, donde íbamos a hablar, y la parte de abajo, donde se bailaba. Se conspiraba con toda impunidad, por decirlo así. Fueron años muy interesantes».

 

Muere Franco, todo cambia

Murió Franco, llegó la democracia y cambió el paradigma. «A finales de la década de 1970, cuando se produce el fenómeno del desencanto, publiqué un libro que es un documento de la realidad y el imaginario de una época fantástica: Los partidos marxistas, sus horizontes y sus programas, donde salen más de 30 partidos políticos de izquierda. Solo trotskistas, había cuatro; maoístas, tres o cuatro, y así una lista interminable. Se produce también el desencanto del Mayo francés, el de Italia y el de Alemania, donde la izquierda extraparlamentaria entra en crisis y surge la deriva lo que se conoció como la banda Baader-Meinhof. La juventud revolucionaria se desilusiona, cree que no hay salida y, entre la heroína o irse a la India, mucha gente, la más activa, se desmoviliza».

 

Asegura -«con cifras de almacén»- que el 15 de junio de 1977, con la elección de Adolfo Suárez se dejaron de vender libros políticos y de ensayo. «Para Anagrama fue una sacudida casi peor que la censura franquista. Por suerte ya teníamos dos colecciones insertas en la sensibilidad de la época: Contraseñas, dedicada al Nuevo Periodismo: Tom Wolfe, Hunter Thompson, temas de drogas, con portadas muy percutantes, y La educación sentimental: dedicada al feminismo, al mundo gay, vida cotidiana, sexualidades extremas, que tenía muy buena acogida».

 

Para acabar de arreglarlo casi quiebra Distribuciones de Enlace porque muchas de las editoriales que la formaban se centraban en lo político. «Fueron dos años durísimos. A finales de los 70 Anagrama estaba prácticamente en quiebra. El panorama era sombrío, por decirlo suavemente, pero yo tenía toda la ilusión de hacer este trabajo, que para mí es el más estimulante del mundo. Entonces se me ocurrió ampliar el campo de la narrativa. De hecho, mi proyecto editorial era literario, pero la pasión política y la pasión cinéfila habían alejado la narrativa, que se consideraba como algo pequeñoburgués, de forma muy sectaria, hay que decirlo».

 

En 1981 Anagrama saca la colección Panorama de Narrativas, dedicada a autores extranjeros. «Muchos eran desconocidos o casi desconocidos, pero singulares e interesantes, y también en esto nos acompañaron lectores fieles. Empezamos con Jane Bowles, Grace Paley, Thomas Bernhard y tuvimos suerte, aunque hay que estar preparado. Salió bien la jugada de intentar resucitar a Patricia Highsmith como autora literaria, porque había sido publicada en España pero en colecciones de quiosco, mal traducida. La publicamos junto a grandes escritores y enseguida se creó como un club de fans».

 

Y entonces llegó La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. «Recibí el catálogo de la Louisiana University Press que solo hacía no ficción. Había una presentación de Walçker Percy, gran novelista estadounidense aquí poco conocido, en la que explicaba como entró en su despacho una señora con un ladrillo de medio kilo de papel y le dijo: 'Esta es la obra maestra de mi hijo, que se ha suicidado y no ha podido verla editada'. Percy la lee, queda deslumbrado y hace un prólogo. La contraté por muy poco dinero e hicimos una tirada de 2.000 ejemplares. Fue un éxito tremendo que aún dura. Podría ser el mayor long seller de toda la historia si exceptuamos la Biblia y alguno más, porque se sigue vendiendo. Entre el bloque Highsmith -cinco o seis libros- y La conjura... nos dio una irradiación tanto económica como de presencia en todas las librerías que el viejo [Juan Manuel] Lara bautizó como La peste amarilla [en referencia al color de las portadas de Anagrama]. Esto nos permitió publicar libros arriesgados pero que alguno fue un gran éxito. Por ejemplo Bella del señor, un libro de 800 páginas de un escritor francés muerto y desconocido». Otro gran éxito fue Charles Bukowski -«un autor de hoja perenne, que pasa de generación en generación»- de quien ha publicado toda su obra.

 

La mina de los británicos

 

«El mercado del libro comenzó a abrirse en la década de los 80, porque antes era muy pequeño. Como decía Carmiña Martín Gaite, 'entre nosotros nunca hablábamos de dinero', pero era porque no había de dinero». Herralde descubrió entonces otra mina, la nueva narrativa británica, con escritores muy importantes para Anagrama como Martin Amis, Ian McEwan y Julian Barnes. «Ninguna gran editoriales estaba interesada en ellos, lo que me permitía pagar anticipos de 250 o 300 dólares. Y así comenzó la love story con esta generación». También publica grandes autores americanos y rescata algunos mal publicados, como Norman Mailer. «Mailer es un poco como Martin Amis, tiene libros fallidos pero es un grandísimo escritor y cuando acierta, que es a menudo, es buenísimo. Era una asignatura pendiente. A Tom Wolfe lo publiqué de forma fiel y entusiasta con resultados no muy buenos. El nuevo periodismo nunca se ha vendido mucho, ha tenido mucho prestigio entre poca gente. Pero cuando publiqué su primera novela, La hoguera de las vanidades, fue un gran éxito».

 

Finalmente hace la gran apuesta por la narrativa en castellano. «Animado por el éxito de Panorama de Narrativas y con la editorial estabilizada económicamente tras 12 años entre la precariedad y la crisis, veo que aletea una nueva narrativa española que cuenta cosas y con gente que está muy bien. Los primeros síntomas podrían ser el primer Javier Marías, el gran boom de Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta, el primer Juanjo Millás..., pero que aún no se les hace demasiado caso». Crea el Premio Herralde de Novela y en la primera edición se presenta Álvaro Pombo, que envió dos novelas. «Lo ganó y también quedó finalista. El segundo año fue Sergio Pitol, con una novela estupenda que se llamaba El desfile del amor, y el finalista, Javier Tomeo. Lo han ganado Félix de Azúa, Javier Marías, Vicente Molina Foix, Justo Navarro...».

 

A finales de los 80 empieza lo que Herralde define como «la hiperconcentración de grandes grupos, el auge de los agentes literarios y la burbuja, con lo que eso significa de tráfico de autores de un lugar a otro». El fenómeno le afecta y provoca la salida de algunos de sus autores fetiche como Javier Marías o Enrique Vila-Matas. «Anagrama se había estabilizado desde un punto de vista financiero y podíamos pagar anticipos elevados, no animaladas pero bastante elevados. Es decir, que a los autores la fidelidad tampoco les era costosa, en la mayoría de los casos. Aguantamos durante muchos años. Vila-Matas los 20 primeros años vendía poquísimo pero cuando empezó a vender, el observatorio de los grandes grupos... ¡bang!; el padrino. Le hacen una oferta imposible de rechazar. No tiene nada que ver con la recuperación de lo invertido sino con ponerse en el ojal el glamur de tal o cual escritor. La casuística es variada. Una ley general es el dinero, pero también está la cuestión personal. También, alguno de estos escritores son de triunfo tardío o vivido como tardío. Marías comienza a publicar en 1971 y triunfa en 1992 con Corazón tan blanco. Igual que Vila-Matas, que decía 'soy Dalí, soy Duchamp' en el restaurante Giardinetto con muchas copas, pero vendía 2.000 ejemplares y así estuvo 30 años. El efecto de triunfo tardío puede provocar alteraciones psicosomáticas muy respetables».

 

Quien no le abandona es Roberto Bolaño, que incluso se convierte en un autor póstumo con su 2666. «Se sentía un chico Anagrama porque aquí publicaban desde Marías y Vila-Matas, que le gustaban, hasta Nabokov, George Perec o Rodolfo Wilcock, un escritor que le gustaba mucho. Me envió Estrella distante, una pequeña obra maestra, y aquí comienza nuestra historia. A partir de ahí publicamos toda su obra. Con Los detectives salvajes ganó nuestro premio y el Rómulo Gallegos, y le cambia la vida. No murió en la miseria como decían los amantes de mitos. Le publicábamos cada año un libro, porque era fetichista de las listas, como su adorado Perec. Había una lista de Anagrama, el Club de los 10: autores con 10 o más títulos en Anagrama. Y él decía: 'Yo quiero estar muy pronto en esta lista'. Y lo estuvo».

 

En otoño del 2010 Herralde anunció que en un lustro se jubilaba. El año que viene cumplirá 80 años y dejará la editorial en manos de la italiana Feltrinelli, «una máquina cultural que mantiene la idea de que hay que hacer todo lo posible para que la sociedad mejore cultural y políticamente». No lee libros digitales sino manuscritos. «Jugar a futurólogo es insensato, porque las mutaciones son tan bestias... Supongo que el libro tradicional perdurará en un mercado encogido. ¿Cuánto encogimiento?, es difícil de saber».