La Setmana de la Poesia de Barcelona

«No hay la menor diferencia entre la fantasía y la realidad»

Mircea Cartarescu, ayer en el Palau de la Virreina, poco después de la presentación del festival que clausura la Setmana de la Poesia de Barcelona.

Mircea Cartarescu, ayer en el Palau de la Virreina, poco después de la presentación del festival que clausura la Setmana de la Poesia de Barcelona.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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La literatura del rumano Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) se sitúa en un cruce alucinado entre las estructuras geométricas de Borges y las fábulas inquietantes de Kafka. Y la prueba del algodón es su relato El ruletista, incluido en Nostalgia, un hito lector difícil de olvidar. Por eso no sería raro que un año de estos le bendijeran con el Nobel. Él sonríe irónico ante esa posibilidad en Barcelona, donde es una de las voces invitadas en la Setmana de la Poesia deBarcelona junto al ruso Alexander Kuishner, la norteamericana Mary Jo Bang, la argentina María Negroni y los locales Antoni Clapés y Anna Montero.

-Participa hoy en el Festival de Poesia, pero hace 20 años que no escribe un poema. ¿Por qué desertó?

-Empecé como poeta pero después de 10 años y siete libros importantes sentí que ya no podía ir más allá. Así que dejé de escribir versos, no poesía porque esta continuó abriéndose paso en mi prosa. Yo me sigo considerando poeta.

-¿Qué intención le ha guiado como escritor?

-El único tema que me ha interesado como escritor soy yo mismo. En cada uno de mis libros he intentado extraer mi propia verdad de mi vida interior, como hacían los autores románticos. Es como si fuera ciego a la vida exterior porque mi intimidad es demasiado intensa y la luz del sol, demasiado potente.

-¿Y lo hizo por una motivación política? ¿Quizá como un exilio interior durante los años de Ceausescu?

-Yo empecé a escribir en 1980, en la última década del comunismo en Rumanía. Y la paradoja es que pensé realmente que con mi poesía podría combatir la tremenda fealdad, el terror y las lamentables y penosas condiciones de vida de mi país, de las que, todo hay que decirlo, no era absolutamente consciente.

-Pero sus primeros libros fueron muy censurados...

-Entonces se censuraban hasta los libros de cocina. El aparato censor era realmente ineficaz y por ello fracasó, como todo lo demás.

-La fantasía tiene un gran peso en todas sus creaciones. ¿Para usted es una forma de descubrir el mundo o de enmascararlo? 

-Cuando escribí Nostalgia, mi primer libro en prosa, solo quería escribir literatura fantástica porque forma parte de nuestra tradición. Suelo decir que Rumanía es como un país latinoamericano perdido en medio de Europa. A nosotros, como a los argentinos o a los colombianos, nos encanta todo lo que tenga que ver con los sueños. Para mí, no hay la menor diferencia entre la fantasía y la realidad.

-¿Y sueña mucho? Todos sus libros tienen una textura onírica.

-Mi madre, una campesina, era una gran soñadora. Sus sueños, que nos contaba nada más despertar, están llenos de colores y milagros. Supongo que he heredado eso de ella. Hace 30 años que no olvido un sueño. Los anoto fielmente en mi diario.

-García Márquez decía que escribía para que le quisieran. ¿Eso funcionaría en Rumanía? ¿Quieren los rumanos a sus escritores? 

-No me interesa que me lea mucha gente, solo unos pocos. Que me digan que  mis libros les han cambiado la vida. Es como encontrarse con tu alma gemela.

-Y sin embargo usted forma parte del debate social en su país.

-Sí, he sido analista político, columnista en un importante periódico. Pero hace solo un año, me quedé tan deprimido y saturado -la política rumana es especialmente violenta-  que he regresado totalmente a la literatura.

-¿Y no se le ha pasado por la cabeza exiliarse? 

-Solo una vez, cuando me fui de mi país por primera vez y pasé tres meses en Estados Unidos. Me lo jugué a cara o cruz y regresé a Rumanía. No sé en qué me hubiera convertido de haberme quedado pero en todo caso no lamento la decisión.

-En octubre se publicará en el sello Impedimenta Levante, un libro con fama de intraducible. ¿Su pobre traductora le ha insultado mucho? 

-Levante, que se lee en todas las escuelas de Rumanía, está considerado un clásico. Es un poema de 200 páginas y 7.000 versos y lamentablemente, como bien dice, intraducible. Lo que se publicará es una nueva versión convertida en novela que decidí hacer. Me parecía una pena que una obra de ese calibre no pudiera cruzar fronteras.