Una mirada al pasado sin apriorismos ideológicos

Memoria de la BCN que ya no existe

Marcos Ordóñez publica «Un jardín abandonado por los pájaros»

Marcos Ordóñez, en su domicilio de Barcelona.

Marcos Ordóñez, en su domicilio de Barcelona.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Thank you for the days. Es la letra de la vieja canción de los Kinks, agradece el tiempo pasado y es el lema de Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph), las memorias literarias del escritor, crítico de teatro, periodista, apasionado bloguero y sabio de la cultura pop Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957). «Este es un libro celebratorio, de agradecimiento a mucha gente, porque soy el que soy gracias a todos los que me he ido encontrado por el camino», asegura.

Buena parte de esa gente es su familia, claro está. Ahí está el padre policía leonés que también escribía novelas y letras de canciones y se carteaba con Jardiel, el abuelo catalán que tocaba el violín en las orquestas del Paral.lel, el tío Benito que obligaba a sus hijos a hablar en latín cuando estaban a la mesa, la abuela a la que Raquel Meller regaló un broche, la madre tan parecida a diversas actrices según iban pasando los años y las modas, pero también muchos, muchos personajes secundarios que se dirían sacados de una comedia agridulce de Berlanga y que, como en las grandes comedias de Shakespeare, tienen su pequeño momento de gloria.

Buena parte del libro, los capítulos alternos, relata la infancia de Ordóñez, «la época de las maravillas, cuando piensas que nadie se va a morir», en la Barcelona de los 60, que funciona como bisagra entre el tiempo de los edificios en ruinas y los mendigos de la inmediata posguerra y el de la modernidad con la llegada de la televisión, en blanco y negro, y los pollos a l'ast. «Es difícil que un chico de hoy entienda la fascinación que nos producía ver cómo aquellos pollos daban vueltas».

El relato es también un retrato exactísimo de los usos y costumbres, los objetos, los colores y los olores de aquel tiempo perdido, contado en presente. Ahí están los serenos, la cuerda con la que se abría la puerta de la calle en respuesta a los golpes que se daba en ella, el cine de barrio en el que se entraba a cualquier hora y se salía cuando el programa doble volvía a repetirse, las sandalias de plástico con las que podías meterte en el agua.

EL DON DE CONTAR HISTORIAS / Todo esto forma parte de la vida cotidiana del momento, pero Ordóñez se remonta aun más lejos, con sus bisabuelos, a finales del siglo XIX. «En la familia siempre ha habido excelentes narradores, tenían el don de contar historias y creo que mi hermana, que me ha ayudado mucho, y yo, tenemos una excelente memoria para los benditos detalles. Hay una frase de mi madre que se cita en el libro y que muestra eso a la perfección: 'Tal día como hoy, hace cincuenta años, tu abuela vio volar caballos por el cielo'». La frase es la llave maestra de uno de los episodios más emocionantes del libro, una especie de montaje en paralelo, de cómo el abuelo y la abuela Diví vivieron los terribles bombardeos de la Gran Vía durante la guerra civil.

«Estas son memorias mías pero también de mucha más gente, de la vida del barrio. Lo que más me interesaba era trascender la pura anécdota, darle un sentido narrativo, convertir a toda esa gente en personajes y transformar el relato en ficción».

No ha querido dejarse llevar el escritor por la nostalgia. «No me gusta ese sentimiento porque suele venir acompañado de una cierta blandura, un conformismo un poco bobalicón que no me interesa».

Lo sabe bien porque no es este el primer libro en el que ha echado mano de su autobiografía. Sus primeros intentos, 20 años atrás, fueron más airados, más juveniles, aunque un libro de esa época, Una vuelta por el Rialto, acabase propiciando la reconciliación con su padre, con quien a pesar de haber recibido su vieja máquina de escribir -«lo que simbólicamente era poco menos que seguir un mandato»- mantenía entonces una conflictiva relación. «Kafka escribió la carta al padre cuando este ya había muerto, yo lo hice cuando todavía estaba vivo y fue para mí un acto de comprensión. Le demostré que había mirado su vida con atención y él supo recibirlo extraordinariamente bien», cuenta el autor con emoción.

SIN APRIORISMOS / También sorprende que este retrato de posguerra esté contado sin apriorimos ideológicos. Porque en ningún momento ha querido hacer Ordóñez una historia de buenos y malos, que groseramente hubiera podido encarnarse en el abuelo republicano y el padre franquista en tiempos de la guerra civil. «Esas dos historias son el ejemplo perfecto de la tercera España de la que habla Trapiello. Mi abuelo materno fue un especie de Alberto Sordi. Se hizo el tonto para que no le enviaran al frente. Mi padre, en cambio, se escapó de una checa madrileña y se refugió en el palacio de una baronesa en Polonia. Hubiera podido quedarse ahí. Pero regresó para combatir en el Ebro, en un acto de coraje que está por encima de las ideologías. Yo entiendo a ambos y brindo por ellos».