El festival de verano de Barcelona

Julio y la señorita Julia

Manrique y Cristina Genebat llevan la pulsión sexual y de clases al Romea

Mireia Aixalà (izquierda), Cristina Genebat y Julio Manrique, en una escena del montaje.

Mireia Aixalà (izquierda), Cristina Genebat y Julio Manrique, en una escena del montaje.

IMMA FERNÁNDEZ
BARCELONA

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Despojada de la misoginia original del clásico de August Strindberg, Senyoreta Júlia llega al Teatre Romea, este mes de julio, con Julio Manrique y Cristina Genebat como pareja protagonista en un dramático combate de líbidos y clases. Les acompaña en escena Mireia Aixalà y les dirige Josep Maria Mestres, que ha adaptado la versión más «moderna y humanizada» del británico Patrick Marber.

El dramaturgo, guionista y director londinense trasladó la acción a la Inglaterra de 1945, concretamente a la noche de la victoria electoral laborista. Además, suavizó los vértices femeninos del triángulo amoroso dibujado por el autor sueco en 1888 y acentuó la lucha de clases. «A diferencia de Strindberg, que detesta a Julia y a todas sus figuras femeninas, Marber siente una profunda empatía por los  personajes; los quiere a todos mucho. Su Julia es un pájaro herido que ha sufrido un gran golpe en la vida», explicó Mestres, que recordó la atmósfera de cine negro que respira la obra.

SEDUCCIÓN FATAL EN LA COCINA / La acción transcurre en la cocina de una casa noble, donde Julia, la hija del dueño, y John, el chófer, inician un juego de seducción fatal. En segundo plano aparece la cocinera (Aixalà), la prometida del ambicioso criado. «La señorita Julia es una muñeca rota que necesita que la quieran, mientras que John tiene muchas ganas de prosperar y ve muchas oportunidades en ella. Hay también una pulsión sexual muy fuerte», declaró Genebat, también traductora de la obra y pareja de Manrique fuera del escenario. A su juicio, «Strindberg escribió el personaje de Julia para hundir a su esposa», la aristócrata Siri von Essen, que lo interpretó en el estreno del montaje.

El texto, agregó Genebat, plantea también cómo las clases trabajadoras pueden llegar a ser más conservadoras que los propios burgueses. Mestres lo resumió con la paradoja de El gatopardo: «Todo debe cambiar para que nada cambie», y subrayó la trascendencia del clásico por la inversión de roles: «Aquí la mujer es la poderosa y el macho, el criado».

El director y el reparto coincidieron en destacar las «resonancias» de la historia reescrita por Marber en la convulsa sociedad de hoy. «Los laboristas ganaron en una Inglatera deprimida tras la guerra; vieron la luz tras el túnel, un horizonte de cambios y esperanza. Ahora también está todo en el aire, los tiempos reclaman cambios», argumentó Mestres. Manrique, que se refirió al director como su « maestro», agregó más semejanzas: «La pasta pasa a ser el protagonista de la escena. Como hoy, que no paramos de hablar de dinero. En eso nada ha cambiado».