El tirón de las series continuará...

La ficción televisiva llega a las pantallas con nuevos formatos, nuevas plataformas y nuevas voces que dan cuerda a la llamada era dorada. ¿Cómo y por qué un medio antes tan denostado se ha erigido en el fenómeno cultural que es hoy? Aquí algunos apuntes.

Woody Harrelson y Matthew McConaughey, en 'True Detective'.

Woody Harrelson y Matthew McConaughey, en 'True Detective'.

NÚRIA MARRÓN

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Miren, la televisión no me importa. No me importa en absoluto hacia dónde va ni cualquier otra cosa», dijo David Chase, todopoderoso creador de Los Soprano, cuando tres años después del final de la serie algún inocente que desconocía su registro-escupitajo le preguntó qué tal veía el discurrir de la era dorada de la televisión que él mismo había descorchado. «Soy una persona que quería hacer películas. Punto». A estas alturas del fenómeno, ya es leyenda que el hombre que desencadenó la tromba de personajes y tramas que han sondeado la crisis occidental y que han escarbado sin catarsis en las inquietudes, frustraciones y vergüenzas de nuestros días, jamás llegó a pensar –o eso hacía creer– que trabajar en televisión fuera algo digno.

Es más, en ataques melodramáticos, se fustigaba y decía que las pagas y su tendencia a la comodidad lo habían alejado del cine de autor que habría hecho de haber sido de naturaleza más sacrificada. «En una historia en general triunfal, esta es una de las pequeñas tragedias –asegura el periodista Brett Martinen el libro Hombres fuera de serie–: que el reacio Moisés de la era dorada, el hombre que abrió la puerta a que muchos escritores, directores, actores y productores trabajaran en televisión libres de vergüenza, fue incapaz de llegar a la tierra prometida».

En el año 15 después de Tony Soprano e inmersos en plena temporada de estrenos, no hace falta conocer la opinión de Chase para observar que la llamada edad de oro, la que han marcadolas también canónicas Mad Men, The Wire y Breaking Bad, está mutando en una nueva etapa en la que las producciones televisivas defienden su estatus de primera potencia, al tiempo que se aviva el debate de si realmente la cosa da para tantas críticas entusiastas, ensayos, libros, seminarios, festivales y legiones de fans-analistas.

«Como el videojuego, se han convertido en un fenómeno cultural central de nuestra época –asegura el escritor y crítico cultural Jordi Carrión, autor del gotha de las series Teleshakespeare y director del curso La tercera edad dorada de la televisión–.

Pero, a diferencia de este, las series son experimentadas por personas de ambos sexos de más de 45 años: permiten una conversación plural y transversal. Por otro lado, son muy interesantes desde un punto de vista narrativo, histórico y sociológico, de modo que invitan al análisis».

Discutir la realidad

Interesantes, mantiene, porque rastrean la historia contemporánea, porque documentan y discuten el presente en marcha –ahí están, por ejemplo, House of cards, hurgando en la cara b del poder y True detective en la naturaleza del mal–, porque anticipan el futuro (¿alguien recuerda el presidente negro de 24?) y porque «han ocupado el espacio de representación que durante la segunda mitad del siglo XX tuvo Hollywood», que sigue arrastrando los pies entre remakes y películas para adolescentes. «Yo creo que las series han reflejado bien la quiebra del sistema –tercia la periodista y crítica especializada en series Begoña Gómez Urzaiz–, pero también es posible que se haya exagerado con su calidad y su influencia. Lo que sí es cierto es que, por distintas razones, tienen ahora un eco brutal, incluso desproporcionado. Cada giro de guion se discute, se analiza y se desmenuza como si fuera un cataclismo, lo que las hace poderosas de por sí».

Al calor de este despiece y consumo infartado, la industria, cómo no, sigue apretando el músculo. Aquí llegan nuevos formatos y nuevas plataformas, como las de Amazon, Netflix y Yahoo, con grandes presupuestos y hambre feroz de contenidos artísticos. Nuevos soportes que permiten ver las temporadas de estreno incluso de un solo atracón, ya sea por televisión, móvil u ordenador (también Telefónica quiere concentrarse en la producción televisiva). Y nuevas voces. Algunas de ellas, recién llegadas del cine. Con el dinero de Hollywood fabricando taquillazos, directores como Steven Soderbergh y Martin Scorsese se están pasando a lo que, solo unos años atrás, se conocía como ese páramo «situado por debajo de las tiras cómicas y solo un poco por encima de los panfletos religiosos».

Así se obró el milagro

La frase es del periodista norteamericano Brett Martin, que en su libro Hombres fuera de serie hace un alto en el camino para recordar cómo se obró el milagro. Rebobinemos con él: la cadena por cable HBO, que no dependía de la publicidad y, por tanto, estaba liberada de la doctrina domesticada que imponían los anunciantes, se lanzó a producir series dramáticas de una hora. Y dio el gran chupinazo colocando en las salas de estar una rareza televisiva. La rareza –lo han adivinado– se llamaba Tony Soprano, el mafioso de los suburbios de Nueva Jersey que va a terapia por la ansiedad que le causan sus dos familias (la doméstica y la criminal). «‘¿Podemos tener una serie en la que el protagonista sea un delincuente?’, nos preguntábamos. Entonces eso era una cuestión importante –recuerda la alta ejecutiva Carolyn Strauss–. Era divertido. Aún estábamos en la sombra. El miedo no te alcanza hasta que empiezas a ganar Emmy». Y así, con el albornoz de Tony, llegó también para quedarse un gran torrente narrativo, bisnieto de la novela por entregas, que alentaba la adicción al personaje y resultaba ser «adecuado para las exigencias comerciales y para hacer frente a los grandes temas de un imperio decadente: violencia, sexualidad, adicción, familia y clase social», dice Martin. Aunque el mérito se lo ha llevado la HBO, esta zancada solo fue posible porque, desde los 70, las cadenas generalistas ya habían empezado a cambiar las producciones aspirantes al 30% del share por productos de calidad que sentaran frente al televisor al público «influyente».

En poco tiempo, la TV se llenó de antihéroes varones, cuarentones y de clase media carismáticos, atormentados y contradictorios en el mejor de los casos, y criminales y sociópatas en el peor. Mientras la audiencia, incómoda, se debatía entre quererlos o repudiarlos, ellos afrontaban una y otra vez «las infinitas variantes del combate masculino y los aledaños del poder», señala Martin. No por casualidad, los nuevos jefes del medio, los todopoderosos guionistas –showrunners, en el argot del ramo–, compartían edad, clase social y dificultades con sus personajes. «Vas al trabajo y todo el mundo te exprimey vuelves a casa y tu mujer te toca las pelotas», resumió un día Chase.

Como sus creaciones, los padres del nuevo fenómeno tampoco eran gente precisamente encantadora. «No es como publicar la novela de un lunático o dejarle dirigir un filme. Es como poner a un lunático al mando de un departamento de la General Motors», le dijo un ejecutivo a Martin, quien explica algunos cotilleos que dan cuenta de que la era dorada fue fruto de un combate feroz de talentos, egos y cuentas de resultados. Chase sacaba modales de Atila si le sugerían cambiar una coma. Y a David Milch (Deadwood), se le vio un día orinar por la ventana.

Entre unos y otros, dejaron tratados de cómo ser hombre a principios del siglo XXI. No siempre en el mismo sentido. En Breaking bad, el final con concesiones que Vince Gilligan regala al profesor de química enfermo terminal que cocina metanfetamina para dejar la vida resuelta a su familia –y que por el camino se engancha, como si el mundo le debiera algo, al poder, el dinero, la violencia y la adrenalina– no deja claro si la obra pone en cuestión la masculinidad tóxica o es un guiño al macho interior. En Mad Men, en cambio, las intenciones pintan más claras. Tanto, que la posible muerte de Don Draper que parece augurar la temporada final, El fin de una era, se está recibiendo en la intelligentsia norteamericana como el símbolo de otro funeral: el de los privilegios y la autoridad de los hombres blancos en «la cultura americana», escribía días atrás A. O. Scott, crítico de cine en The New York Times. «Tony Soprano, Don Draper y Walter White son los últimos patriarcas», añadía.

En las salas de guionistas los hombres siguen siendo mayoría y el culto a esos héroes oscuros continúa vigente. Sin embargo, «en ese relato monolítico del antihéroe se han abierto grietas», apunta Gómez Urzaiz. Y por ellas que se han colado gente como Lena Dunham, de 28 años, rostro y cerebro de Girls, la serieque retrata sin perfumes el traumático paso a la edad adulta (y precaria) de un grupo de veinteañeras ensimismadas de Brooklyn. O Jenji Kohan, de Orange is the new black, la obra multirracial que transcurre en una cárcel de mujeres en la que no hay ni personajes ni sexualidades simples«Sin embargo, aún cuesta que las series de estas creadoras se perciban como de calidad, en parte porque existe doble ra­sero y en parte porque, en el caso de Kohan, sus productos tienen un envoltorio más comercial –dice la crítica–. Entre los seriófilos a veces hay un discurso muy unívoco y aburrido, y una tendencia a dividir las series entre las buenas-buenas y las demás y, vaya por dónde, las primeras suelen ser abrumadoramente masculinas». No deja de extrañar, por ejemplo, que mientras las violaciones en grupo que salpican la ficción apenas provocan observaciones, haya críticos indignados por las veces –muchas, sí– que Lena Dunham ha mostrado sus pechos imperfectos. 

A este batir de ventanas al que también contribuyeron The good wife y Nurse Jackie se suma ahora la serie Transparent, producción que se sumerge en la cultura transgénero al paso de un padre sesentón que cambia de sexo y deja estupefactos a sus hijos treinteañeros. Por la grieta racial también se asoman Steve McQueen, que se sumergirá en la comunidad negra del West End de Londres, y Lee Daniels que lo hará en el hip-hop. «Estamos ante la superación de los géneros narrativos, lo que importan son los temas y contarlos con excelencia», asegura Carrión.

Y a todo esto, ¿qué tal va de excelencia la ficción española? Por lo general, las cadenas han apostado por seriales para todos los públicos y ficción histórica light, corte Isabel, Águila Roja y El tiempo entre costuras. «Las producciones no son exactamente comparables con las norteamericanos o británicas. Sin embargo, aquí se están haciendo productos bastante baratos pero dignos, y también series de calidad técnica y narrativa», asegura Virginia Guarinos, profesora de Comunicación Audiovisual.

El runrún general, sin embargo, es que también se echan en falta obras que, en la línea de Crematorio (Canal +), dialoguen con temas contemporáneos como, por ejemplo, la corrupción. «En Francia ha desembarcado 

Netflix y han anunciado que harán la serie Marsella, una versión gala de House of Cards –apunta Gómez Urzaiz–. ¡Aquí también queremos! Que vengan a rodar Diagonal, con un conseller arribista en el papel de Kevin Spacey y que en lugar de costillas de cerdo churretosas devore trinxat mirando a cámara».