EL 'SHOW' QUE CAMBIÓ LA TELE

'Gran hermano', quince años en la jaula

El programa apareció en Tele 5 el 23 de abril del 2000, y desde entonces nada es igual en la televisión española.

Gran hermano 1

Gran hermano 1

FERRAN MONEGAL / BARCELONA

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Dicen los habitantes de Guadalix que en estos últimos 15 años la sierra ha cambiado. La cabaña de pequeños roedores de la montaña se ha multiplicado de forma exponencial. Nunca se había visto un incremento de ratoncitos tan colosal. Este fenómeno tan extraño comenzó en abril del año 2000. Desde entonces, la plaga no ha hecho más que aumentar. Y ocurren cosas muy raras. Deambulan constantemente por la zona criaturas inquietantes. Un joven gallego llamado Israel le prepara a Silvia, que es peluquera, una ensalada, y le canta: «Más vale pájaro en mano que almorranas en el ano». A su lado, el asturiano Iván y su amigo sevillano Ismael Beiro acarician un perrito que se llama Mafia. Más allá, una pareja, Mariajo Galera y Jorge Berrocal, hacen el amor compulsivamente, pero siempre acaban de manera sanguinaria: después de copular, él entra en un estado de furiosa excitación y gritando «¡¿Quién me pone la pierna encima?!», reniega de su amada. Y en este paisaje de criaturas, aparece siempre una dama, altiva y a la vez despendolada que, en plan Flautista de Hamelín, somete a esa fauna a base de echarles raticida Ibis a todo trapo. ¡Es Merceditas Milá! O sea, que hace 15 años empezó Gran hermano y desde entonces esa ratomaquia no ha parado. ¡Ahh! A partir de aquel momento hemos pasado de aquellas dos tremendas Españas, la roja y la nacional, a otras dos no menos acollonantes: la España de los fisgones (mayoría) y la carne de cañón de los que aspiran a triunfar en la categoría de fisgados. Y un gran contenedor televisivo (Tele 5) pone a su disposición un colosal tinglado en forma de jaula.

LA CINTA

Es sintomático, y muy significativo, el primer artilugio que les pusieron a los ratoncitos de aquel primer Gran hermano. Fue una cinta automática, de esas que hay en los gimnasios, para que se hicieran la ilusión de que caminaban. ¡Qué sádica idea! Les tenían todo el día corriendo, sufriendo como condenados, y no se movían del sitio los pobres. Les hacían creer que realizaban el Camino de Santiago (730 kilómetros en etapas, disfrazados de peregrinos) y gritaban todos, ilusionados: «¡Ya estamos en Logroño! ¡Viva Logroño!». Pobrecitos: estando enjaulados, creían que habían llegado a La Rioja. O sea, como ese cilindro que les ponen a los hámsters para que caminen y nunca llegan a ninguna parte. ¡Ahh! En estos tres lustros de ratomaquias hemos visto en la jaula a unos muchachos y muchachas que entraban con la ilusión de prosperar, y que la mayoría han acabado sacándose los ojos completamente desquiciados. Demandas judiciales entre ellos, noviazgos envenenados, roturas familiares, tratamientos psiquiátricos, peleas a degüello, odios fratricidas, cuernos a mansalva... Recuerdo una de las enjauladas, muy hacendosa, Mabel, también llamada sor Limpieza, que se metió en la jaula para encontrar a su verdadera madre. Tuvo graves deterioros de convivencia debido al enfrentamiento entre su madre adoptiva y su madre biológica, y acabaron las tres siendo usadas en algunos programas de escarbamiento y cotilleo nacional.

También recuerdo a Mónica, aquella joven de Mallorca que fue seleccionada tras superar los rigurosos controles: la expulsaron de mala manera de la jaula, porque había frecuentado una barra americana y quedó públicamente estigmatizada. Tuvo que recibir tratamiento psicológico por un periodo prolongado. Es curioso, el único expulsado por violento, Carlos, llamado El Yoyas, de L'Hospitalet de Llobregat, ha sido precisamente uno de los pocos que con su compañera Fayna -se conocieron en la jaula- han podido construirse una vida normal, yo diría que hasta admirable. El resto, la mayoría de las criaturas, han pasado por el tinglado de Guadalix, y han quedado seriamente perturbados a causa del matarratas que allí se les ha suministrado.

La evolución de este «experimento sociológico», como solía decir al principio Merceditas -dado el bochorno que provocó, ya no lo ha vuelto a decir nunca más-, ha sido como una pendiente canalla: siempre bajando, cayendo a trompicones hacia el negro fondo, mientras la audiencia subía, y eso es lo más meditable. Los primeros ratoncitos nos solían proporcionar golpes risibles, entretenidos, extravagantes. A Fran, aquella criatura agropecuaria que llegó de Barcarrota en albornoz, una vez le preguntaron: «¿Cuál es la última vez que no pudiste parar de reír?». Contestó: «En un entierro. Me tuve que meter la mano ahí y retorcerme los huevos para que se me pusiera cara de dolor». Nos reímos bastante. También fue divertido el golpe del genial payaso Leo Bassi, que alquiló una parcela en la sierra, aledaña a la jaula, y montó allí una fenomenal megafonía, miles de vatios de potencia, y les lanzaba ruidos ensordecedores cada vez que Merceditas conectaba con la casa. Era una forma de chincharles. Más triste fue la maniobra  de captura sobre la marcha que hizo Merceditas en el cuerpo del bendito -y en el fondo muy ingenuo- filósofo Gustavo Bueno, hombre sensato hasta que se acercó al fenómeno Gran hermano, en plan estudioso. Se excitó tanto, que llegó a creer que eso de pescar criaturas por todo el territorio nacional, y torturarlas en una jaula, era una forma de vertebrar España. O sea, un intento de enderezar la España invertebrada orteguiana. Llegó a emocionarse tanto, que contagió a su hijo -que también se llama Gustavo-, virtuoso profesor firmante de la Declaración de Argel sobre los Derechos Humanos. No obstante, atrapado por Merceditas y su jaula de ratones, llegó a proclamar: «Gracias a Gran hermano, el nombre de España ha dejado de ser tabú. ¡Han logrado que no se diga 'este país', y se vuelva a decir 'España'!» ¡Ahh! Merceditas usó a estos notables filósofos hasta estrujarles. Se servía de ellos para hacer creer que sus ratomaquias gozaban de reconocimiento académico e intelectual. Fue tan risible como lamentable. Deseo de corazón que este padre y este hijo, a día de hoy, ya estén felizmente recuperados.

LA INCURSIÓN DE PEPE NAVARRO

En la tercera edición de GH (2002) dieron vacaciones a la Milá y ficharon a Pepe Navarro. Fue horroroso. Chulesco, prepotente, faltón, desagradable, zafio, pendenciero, siempre a cara de perro y con ese perfume de matón de barrio que siempre le acompaña. Fue un verdadero desastre. Concitó el rechazo de la audiencia. Los índices bajaron en picado. Naturalmente, los dueños del tinglado le mandaron al motorista y nunca más volvió a las ratomaquias. La que regresó fue Merceditas. Y se ha quedado para toda la eternidad. A partir de entonces, los métodos de tortura contra los llamados concursantes fueron cada vez más canallas. Una vez entró un muchacho, Rafa, religioso que acababa de colgar los hábitos y que cambió el convento por la jaula. El pájaro espino, le llamaban. Merceditas le lanzó: «Oye, tú eres gay, ¿verdad?». Se lo dijo de una manera que no parecía Merceditas, parecía Torquemada. La aparición de Aída Nízar también fue un golpe bárbaro. Decía la muchacha que hablaba directamente con Dios todas las tardes. Despreciaba a los humanos. A sus compañeros les llamaba «macarras». Y Merceditas tomaba nota y cuando la tuvo delante le soltó: «Me han dicho que tú eres puta». ¡Ah! Todo cariñoso y entrañable.

Cada año los castings son más cafres. De los miles de aspirantes, seleccionan con pinzas los más frágiles y desnortados. Como aquella criatura transexual de Canarias, Amor, sobre la que Merceditas decía, entusiasmada: «¡La que se va a armar cuando los chicos vean el mondongo que tiene entre las piernas! ¡Yo estoy esperando ese momentooo!». Y, claro, ante estos mensajes, los vecinos de Guadalix, cuando salían los domingos, en lugar de ir a misa se acercaban a la tapia de la jaula y gritaban «¡Amor tiene rabo! ¡Amor tiene rabooo!», y Amor se reconcomía y sufría, y el cachondeo era bárbaro. O sea, torturar a los enjaulados es la clave del programa. Caben todos en este suplicio: padres, madres, abuelas, hermanos, novios, amistades... Su fragilidad e indefensión son totales. Trabaja Merceditas con una carne de cañón ideal: el perfil social de estos ratoncitos, y de sus familiares, no es precisamente el de la familia de los duques de Alba. Durante estos últimos años Merceditas también ha perfeccionado un extravagante trabajo de star system sobre sí misma. Se ha instituido en la gran reina del charco. Disfruta revolcándose. A base de gramática parda, ha ido construyéndose un argot característico. Desde «Me van a dar la medalla de las guarras de España», hasta «Qué ganas tengo de que me chupen los pies y me metan la lengua entre los dedos», su repertorio en el plató ha sido un crescendo colosal. Nos ha enseñado las tetas, las bragas, el culo... Y reafirmada su personalidad como experta meadora en la ducha y cagadora en el mar, ha cultivado una estética insuperable. Esta especie de feísmo, bien mirado, es lo más ingenuo del programa. Allá ella. Aquí lo tremendo es el retorcimiento de la condición humana. Raquel Morillas y Noemí Hungría, por ejemplo, son otros dos casos de desguace emocional provocado.

Y entre tanto, Mediaset, instalada en la euforia del negocio, ve cómo sus acciones en bolsa se disparan. A más tortura, más ganancia.