EL COMPLEMENTO PERFECTO PARA UNA RETRANSMISIÓN DEPORTIVA
Lienzos desde el aire
EMILIO PÉREZ DE ROZAS / PHILLIP ISLAND (ENVIADO ESPECIAL)
Hay poquísimos como él. Dos, tres, cuatro, cinco, en toda España. Y él, Álvaro Coronas (Huesca, 1962), que hace 40 años que vive en Barcelona, solo hace que hablar de sus maestros. De Enrique Sánchez, que le enseñó y, luego, se hizo piloto. Y de Alberto Pujol, de TVE, el primero que introdujo la cámara del helicóptero en la Vuelta a España.
Pero él, antes de aprender a captar imágenes desde el aire («Antes dábamos tres planos, casi quietos, y ahora somos vitales porque no solo ofrecemos bellas y bucólicas imágenes, sino que suministramos información y estética»), decidió estudiar Bellas Artes. Y sacó notazas, aunque no lo cuente. Y dibuja de maravilla. Y pinta como nadie. Pero Coronas enseguida se enamoró de las cámaras de televisión. Y, claro, acabó haciendo cuadros, lienzos, en tiempo real y en vídeo, con composiciones que nunca antes había imaginado en el papel.
Un artista por los cielos
«Me interesa el arte, no el vuelo. Aunque una cosa me ha llevado a la otra. Sé que, a menudo, soy decisivo a la hora de que los telespectadores sepan, vean, intuyan, adivinen por dónde va la carrera», señala Coronas, que ayer mismo, cuando llegó a Melbourne, antes de acercarse a Phillip Island, estuvo paseando por la playa: «Tuve la sensación de que esas gaviotas que me veían desde arriba estaban describiéndome, pintándome, dibujándome con la misma pericia que yo trato de aplicar a los planos de esos grupitos de tres o cuatro pilotos que pelean por la victoria en la última vuelta. Y no creo que me equivocase mucho, no. Puede que ellas escudriñen a sus personajes con más pericia que yo».
Coronas, que se pasa cinco horas al día colgado de un enorme helicóptero, «pilotado por los mejores del mundo, porque así los escogemos», cuenta que intenta transmitir con sus lienzos, con sus encuadres, «información, estética, sensaciones, emociones, trazadas diferentes, frenadas espectaculares, adelantamientos, vibraciones, aunque sé que añadir pasión desde tan alto no es fácil», reconoce.
Su primer vuelo en plan cámara fue en 1980. «Nos parábamos en el aire, como esas gaviotas, observábamos lo que queríamos ofrecer y el realizador, vital en estos casos, nos pinchaba cuando quería. Ahora estamos todo el rato moviéndonos. Es más, ya somos capaces de seguir al líder o grupito a lo largo de toda una vuelta. Eso sí, para eso hay que estar en manos de un piloto como dios manda. Y nosotros los tenemos buenísimos».
Cuando le pregunto, intuyendo que me va a decir que de miles de euros, si tiene un buen seguro de vida me dice que no. «Uno minúsculo que me hice yo y el reglamentario cuando te subes a un aparato de esos». ¿Ha pasado miedo? «Sustos varios, pero poca cosa. Poco miedo he pasado y eso que llevo 4.300 horas de vuelo. A lo sumo, cuando nos metemos entre las nubes». Entre algodones, no más.
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