OTRO CAPÍTULO

El espacio entre nosotros

La actriz Keri Russell, en una imagen de la serie 'The Americans'.

La actriz Keri Russell, en una imagen de la serie 'The Americans'.

JUAN MANUEL FREIRE

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La mejor serie de la temporada no se emite todavía en España, y ya tarda en ser programada. Su nombre: The Americans, que de entrada es un engaño, porque sus protagonistas son dos espías rusos que se hacen pasar por estadounidenses en los años 80 durante la Guerra Fría. Los magnéticos antihéroes de este thriller del canal FX ejercen de padres modélicos de un hijo y una hija adorables -inconscientes de todo el cotarro-, pero son igual de modélicos a la hora de ejecutar misiones para la madre patria. Han conseguido una perfecta compartimentación de sus vidas. O casi perfecta.

En la existencia dual de los Jennings -Elizabeth (la actriz Keri Russell, en la foto foto) y Philip (Matthew Rhys)- se abren grietas casi a cada momento. Ella es leal a su país, mientras que él ha empezado a encontrarse cómodo en su nación, digamos, adoptiva; incluso plantea a su esposa rendirse al enemigo para llevar una vida un poco más confortable y dejar de limpiarse la sangre de las manos antes de poner la cena sobre la mesa a sus vástagos.

Pero en The Americans nada es lo que parece. La escala de grises siempre gana al blanco y negro. Y lo que parece la gran división después puede desvanecerse para dar paso a otras muchas, más pequeñas pero igual de dolorosas.

Creación de Joe Weisberg, quien trabajó en la CIA antes de convertirse en guionista, la serie podría definirse como un thriller de espionaje, pero episodio a episodio se evidencia que este marco genérico es solo una excusa -atractiva, con referencias aparentes a clásicos conspiranoicos como la película Los tres días del cóndor- para referirse a la compleja enredadera de las relaciones amorosas. Al demonio de los celos, a los secretos de matrimonio, a las dudas sobre quiénes somos y por qué estamos con quien estamos.

En The Americans puede haber varias secuencias de una gran violencia física, como el asalto a la sirvienta de la casa Weinberger, pero su violencia psicológica deja todavía más huella.

En su sondeo de ese abismo insondable que es el espacio entre las personas, incluso las que se quieren, hace pensar en la serie Mad men, y en particular en los personajes de Don y Betty, en ese hogar sentenciado por la dualidad del paterfamilias. Aquí la dualidad se multiplica por dos, así que imaginen.