CRÓNICA

'Billions', odio extremo

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IOSU DE LA TORRE / BARCELONA

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La vista aérea de Manhattan bañada por un amanecer enrrojecido abre cada uno de los episodios de la serie 'Billions'. Un paisaje muy parecido al que debió contemplar Mohamed Atta minutos antes de estrellar el Vuelo 11 de American Airlines contra la primera de las Torres Gemelas aquel 11-S del 2001. La referencia no es gratuita. Bajo el eco de aquella catástrofe se encuentran las raíces de la guerra llevada hasta el odio extremo entre Bobby Axerold y Chuck Rohades con las calles y rascacielos de Wall Street como escenario.

Dos temporadas, 24 capítulos, el rodaje de la tercera y un seriéfilo inmerso en un tobogán de emociones. Pasión, amor, odio, sorpresas continuas, tirabuzones argumentales que una noche sitúan al espectador a favor del inversor homicida y a la siguiente le arrojan al otro lado del sofá con el fiscal sadomasoquista, más fuera que dentro de la cama. Un cursi defendería que el concepto 'Billions' es William Shakespeare en los tiempos de Donald Trump. La serie cultiva la bipolaridad del espectador ante unos canallas por los que siente simpatía o antipatía, según la entrega.

ENTRE PANTALLAS

La sociedad de las pantallas ha cambiado los hábitos del consumidor. Los fanáticos necesitan devorar estrenos simultáneos bajo la mirada del gran hermano. La diversidad de plataformas y el sistema de acceso a la carta están generando usuarios de diverso pelaje. Frente a los que viven pendientes del estreno global y simultáneo de 'House of cards' o 'Fargo' están los que llegan tarde a la serie pero también se enganchan robándose horas de sueño. Hay donde elegir. ¿Acaso no se estrenan 500 series al año que desbordan la tele a la carta o bajo demanda? 

La mejor definición de Bobby Axerold (interpretado por Damian Lewis) la brinda uno de sus más fieles empleados en el capítulo noveno de la segunda temporada, el de la fiesta de cumpleaños a la que no acudirá: Axerold es un forajido. El malvado de una canción de Bruce Springsteen, como apunta un sabueso. La encarnación más sucia del sueño americano, hecho multimillonario desde la nada.

El retrato del fiscal Chuck Rohades (Paul Giamatti) brota del pliegue más íntimo de sus calzoncillos: se considera un irreductible. La máxima la tomó prestada durante la lectura obsesiva de las memorias de la Primera Guerra Mundial de Winston Churchil. “No cejes, no cejes”, se repite en los instantes de bajón. No cejes, y así nos acercamos a la tercera entrega de Billions, en pleno rodaje esta primavera.

Y para desprecio feminista, en el cuadrilátero, dos mujeres de acero. La esposa de Axerold (Malin Akerman, 'Watchmen') es la compañera de una fidelidad extrema hasta que descubre algunas mentiras relacionadas con la mujer de Rohades, la psicoanalista que azuza a los brockers de Axe Capital. Wendy (Maggie Siff, que ya trabajó en 'Sons of anarchy'), ama de látigo y cuero en la cama, guía dominante en la explotación de las emociones de unos analistas financieros sin escrúpulos, lobos millonarios que viven cagados de miedo por si pierden el favor del gran gurú. Nueva dualidad vertiginosa la de esta esposa que asesora al enemigo.

¿Es posible? En 'Billions', sí.

Los que entienden de la cosa admiran el atrevimiento de los guionistas norteamericanos, que han desterrado la palabra tabú del diccionario. En la serie de Showtime no les importa meter las garras en las entrañas más delicadas.

REGRESO AL SUR DE MANHATTAN

Los familiares de las víctimas de los atentados del 11 de septiembre sufrieron una sacudida emocional tremenda cuando se publicó en Nueva York que se rodaron unas escenas del último capítulo de la segunda temporada en el Memorial a las víctimas del 11-S. Bobby Axerold regresa al lugar del crimen acompañado por su psiquiatra 'coach'.

Aquella mañana de septiembre del 2001, mientras millones de personas contemplaban horrorizadas el asalto de los dos rascacielos, el gran especulador de las finanzas se hacía multimillonario. El mundo contemplaba el horror global. Axerold, la oportunidad de hacerse multimillonarios al mismo tiempo en que fallecían todos sus compañeros de despacho, atrapados en la segunda torre.

Los guionistas, malditos guionistas, Brian Koppelman, David Levien y Andrew Ross Sorkin demuestran, que dominan todas las trampas. Giros inesperados en el desenlace de muchos capítulos, saltos temporales condensados en 59 segundos, para dejar boquiabierto al espectador con el que han jugado al escondite.

Hay críticos de series que se han acabado aburriendo con 'Billions'. Y seriéfilos que reclaman más dosis cuando se acerca el próximo combate.