La burbuja de la pobreza

Mari e Isra, con situaciones familiares complicadas, coinciden en la necesidad de aislar a los pequeños de la desdicha No se sienten pobres, más bien apeados de los derechos

Esperanzados 8 Israel y Mari, ayer, en un rincón del local que la PAH tiene en el barrio de Hostafrancs para que los niños juegnen.

Esperanzados 8 Israel y Mari, ayer, en un rincón del local que la PAH tiene en el barrio de Hostafrancs para que los niños juegnen.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Una cosa es ser pobre, y otra muy distinta, sentirse pobre. "Si se pasa solo por el filtro de lo económico, entonces lo soy; pero yo me considero rico, lleno de valores, dignidad, amistad, solidaridad". Isra tiene 31 años, está casado con Lola y tiene dos hijos de dos y cuatro años. En su casa entran poco más de 400 euros mensuales pero de su boca no sale un solo lamento, más bien lo contrario. Tanto Isra y Lola como Mari, que tiene a su hija y sus nietos en casa, rechazan ser incluidos en "estadísticas que estigmatizan a las personas, que las hacen sentir culpables y que las convierten en los responsables de que el país vaya tan mal". Sufren, pero son maestros en el arte de esconder la miseria a los pequeños. Intentan que no les falte lo imprescindible. Incluso cae un capricho de vez en cuando. Son ellos, los mayores, los que cargan las estrecheces.

Isra y Mari se ausentan de la asamblea de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en la que participan en Hostafrancs para charlar con este diario. Sus situaciones familiares se incluyen en lo que el Instituto Nacional de Estadística califica de riesgo de pobreza o exclusión, dos conceptos que ellos no usan durante los 45 minutos de conversación. Israel Giuffrida vive en Mollet y esta semana negocia con el banco una quita de la hipoteca del piso que no puede pagar. Aceptará una deuda de 8.000 euros y se irán. ¿Dónde? Buscará una vivienda vacía propiedad de un banco y la 'rescatará'. "Como la Administración no nos ofrece ninguna alternativa, optamos por lo que llamamos obra social. No es una ocupación, es un rescate. Negociaremos con la entidad pagarle el 30% de nuestros ingresos y ahí nos quedaremos". No tiene trabajo desde el 2011 (cualquiera con una oferta laboral puede encontrarle en israel.pahmollet@gmail.com) y junto a Lola, su mujer, hacen malabararismos para llegar a fin de mes.

Planes para mañana

Esta situación aciaga les obliga a "mirar a cortísimo plazo, de hoy para mañana". "Miro lo que tengo para darles al día siguiente, no puedo hacer planes a semanas o meses vista porque no tendría sentido". El caso de Mari Arrabal, de 61 años, natural de Baena (Córdoba) es distinto, pero con retales de semejanza. Su marido cobra un paro de poco más de 1.000 euros y desde el 2013 tienen en casa a su hija, que tiene una discapacidad física, y a sus dos hijos, de 7 y 11 años. Mari es de lágrima fácil y no le importa admitirlo. "No se preocupe, soy muy llorona, es una buena manera de liberarme". Se emociona cuando menciona el día a día, cómo la economía familiar se tambalea cuando llega el pago del material escolar, cuando hay que abonar una excursión de los chavales.

Viven en Sant Martí, en Barcelona, y ella mira "a diario las cuentas". "Eso sí, a mis nietos no les falta la carne y el petit suisse. Los mayores nos privaremos de lo que haga falta, pero ellos queremos que crezcan sin esta sensación de ahogo". Alguna vez el mayor ha afeado a su hermano que quisiera algo. Ya conoce el valor del dinero, y cada vez que le dice que no pueden pagarlo, algo se rompe en Mari. Hace dos años pensó en terminar con todo. En el metro. Se volvió para casa. "¿Qué iban a pensar mis nietos?" El mismo propósito recorrió la mente de Isra en el 2011, cuando puso sus ojos en el puente de la autopista. En su cabeza, el pequeño de menos de un año que aguardaba en casa. También regresó. Hoy ambos hallan paz y consuelo en la PAH, donde se han dado cuenta de que hay «personas que están mucho peor», lo cual no es un consuelo, sino una vía para relativizar, para encontrar en la solidaridad propia y ajena la empatía necesaria para superar los malos ratos. "Es muy duro -apunta Isra- cuando cae todo el peso de la sociedad sobre ti, pero por suerte me di cuenta de que yo no era el ombligo del mundo, de que había gente que estaba mucho más jodida".

Quitarse de todo

Insiste este joven de 31 años en que a sus hijos intenta "no privarles de nada". ¿Cómo se consigue con menos de 500 euros al mes? "Somos mi mujer y yo los que nos quitamos de todo. Si la peque tiene una excursión con el colegio, yo, que necesito pantalones, tiro con los que tengo". El último viaje lo hicieron en el 2008. Cuatro días a Canarias cuando ambos trabajaban. Él en la industria química. Ella, que ahora limpia por horas colegios públicos de Mollet, en piezas de automoción. Mari y los suyos han tenido que racionar el deporte que practican los niños de casa. Uno hace fútbol, pero el otro se queda sin ir a natación porque no llegan. Prioridades. "Por suerte, los niños entienden y aceptan la situación". Para salir a la superficie, Isra tiene claro, primero, que no hará ningún caso de las estadísticas que le llaman pobre y excluido, a él y a su familia, y segundo, que "ninguna ley pasará por encima de los derechos» de sus hijos. "Si eso implica entrar en el súper y llevarme un pollo para darles de comer, lo haré. Demasiadas leyes para tan pocos derechos", se lamenta.

"Yo me veo bien dentro de cinco años. He tocado fondo, así que ahora solo me queda ir para arriba".

"Cargo de conciencia"

Mari quería irse en Semana Santa a Baena, a su casa, pero hizo cuatro números y se dio cuenta de que lo más prudente era quedarse en casa, en la rambla de Prim. "Si gasto de más tengo cargo de conciencia", dice. Lo que tienen claro, en eso se empeñan los dos, es que a los niños no les va a faltar nunca de nada, y que dentro de sus posibilidades, van a aislarles de tanta desdicha. Aunque les llamen pobres.