Vivir sin cables es posible

Inquilinos de masías y granjas aisladas aún sin servicio defienden otro estilo de vida

Martí Peró y Marta Palau, en su explotación ganadera de Erbull.

Martí Peró y Marta Palau, en su explotación ganadera de Erbull.

E. V. / FÍGOLS DE TREMP

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Con El Meüll, todos los núcleos habitados de Catalunya están ya iluminados pero aún quedan muchas masías a las que no llega el suministro. En una de ellas, en Erbull, un pequeño núcleo del término municipal de Fígols de Tremp (Pallars Jussà), pasan largas temporadas Martí Peró y Marta Palau con su hija de 10 años y un bebé de dos. Viven tranquilos en el granero que se han arreglado, sin ningún ruido del mundo urbano y también sin luz eléctrica, agua ni gas. No cambiarían su sosegado modo de vida por nada del mundo. «Se puede vivir perfectamente así. Somos muy felices», afirma este matrimonio poco convencional.

Para generar electricidad, en casa se las arreglan con cinco paneles solares. En verano no tienen ningún problema pero, en invierno, cuando escasean los rayos de sol, tienen que estar muy alerta. «Nuestros hijos saben que la luz no puede estar encendida todo el día, van con mucho cuidado», explican. «Durante los meses más fríos, tenemos que vigilar que siempre haya leña, que no se acaben las baterías de los paneles solares y que el agua no se congele», añaden. Además, con cuatro en casa, hay muchos trapos para lavar. «A veces, no puedo poner todas las lavadoras que me harían falta. Tampoco podemos tener lavavajillas ni cocina eléctrica», se queja, aunque bajito, Marta.

Hace seis años que esta pareja regenta una pequeña explotación que se dedica a la cría y comercialización de pollos ecológicos certificados. «Yo trato con las personas y él con los animales», dice Marta, que se encarga de todo el papeleo y de negociar con los clientes. Esta combinación les funciona y el negocio familiar va viento en popa. Tienen 10.000 metros cuadrados de terreno, un bosque de robles y encinas, por el que los pollos campan en plena naturaleza con total libertad.

La explotación se abastece con el agua de la lluvia, a través de unos depósitos ubicados en los techos de las casitas de los pollos, y con muy pocos paneles solares, por lo que aprovechan fundamentalmente la luz solar. «Vivimos en un paraíso terrenal», afirma Martí. «Aquí no se oye nada, las bestias viven tranquilas, sin estrés y descansan más, lo que hace que la carne sea de mayor calidad», sostiene. Los pollos que venden tienen como mínimo 90 días de vida, nunca han sido medicados y acostumbran a pesar más de dos kilos y medio.

APARTADOS DEL MUNDO

A mil metros de altitud, viven apartados del mundo. En unos 25 kilómetros alrededor no hay otra población. No tienen luz pero tampoco la quieren. «Si nos apetece el jaleo, ya sabemos dónde encontrarlo», afirma Marta. A diferencia de los vecinos de El Meüll, nunca han reclamado la llegada de la luz ya que no están dispuestos a tener postes en medio del excepcional entorno que les rodea. Sin embargo, lo que sí que piden es que las autoridades públicas se pongan en marcha para adecuar el camino a través del cual se llega a su casa. Se trata de un acceso por una pista forestal de cinco kilómetros por el que a veces resulta complicado transitar. «Tenemos más de 2.000 animales que alimentar y, en ocasiones, el camión que trae el grano ecológico hasta aquí no puede llegar», protesta Martí.

Hace 20 años que este ganadero, originario de Terrassa, decidió cambiar la ciudad por el pueblo, el ladrillo por el campo. Se trasladó a Eroles, un pueblo ubicado a pocos kilómetros de Tremp, donde vivió durante una década. Cuando este empezó a repoblarse, se marchó. Quería más tranquilidad y la ha encontrado en Erbull. «Cuando voy a Barcelona, me pongo muy nervioso. Solo deseo regresar», dice.